¿Cómo podrías contar una historia si el idioma en el que se creó deja de existir? Es una pregunta que me da vueltas en la cabeza mientras converso con Eduardo Ortiz, un fantástico narrador, en el patio de su casa en la comunidad nativa Tsachopen, Oxapampa.
En este cuarto episodio de La Ruta, un proyecto auspiciado por Nissan y Verisure en alianza con El Comercio, seguimos visitando al pueblo yanesha y conocemos uno de sus mayores miedos: la posibilidad de que su lengua se extinga.
MIRA: Aprende sobre la cosmovisión del pueblo yanesha | La Ruta, episodio 3
Según el Ministerio de Educación, desde el 2018 el yanesha es considerada una lengua en peligro de extinción debido a la poca cantidad de personas que la mantienen como su idioma principal (poco más de 1.100 hablantes).
Durante esta visita intenté averiguar cómo la otrora Gran Nación Yanesha hoy veía de frente el riesgo de perderse. Los factores que encontré fueron muchísimos, entre los más evidentes estuvo la poca utilidad que le encontraban los más jóvenes para enfrentar el mundo moderno.
Dicho sentimiento se vio alimentado durante años por parte de una generación que aconsejaba dejar de lado su idioma y tradiciones para adaptarse a la sociedad actual. “No vayas a estar hablando yanesha, tienes que hablar castellano, tienes que ser un profesional”, repetían los hoy ancianos a los más jóvenes de la comunidad según recuerda Eduardo.
Y siendo honestos, cómo podríamos pedirle a un joven que deje de lado sus sueños y ambiciones profesionales a cambio de preservar una lengua que, muchas veces, no solo es poco valorada sino además discriminada.
¿No tendría mayor sentido pedirle a los encargados del sistema educativo que encuentren la forma de integrar este y otros idiomas originarios a distintos rubros? ¿No abriría eso una infinidad de oportunidades para nuestros pueblos ancestrales?
Esa conversación nos dejó, tanto a Juan Pedro como a mí, un profundo sentimiento de desesperanza. Sin embargo, una última sorpresa nos esperaba antes de despedirnos de Oxapampa.
Aquella noche, cenando en un restaurante de la ciudad, conocimos a Ruth Cuadros, profesora en el Colegio Peruano Suizo. Al contarle sobre nuestro viaje nos invitó a la escuela antes de que partamos a nuestro próximo destino.
Encantados, aceptamos la invitación. Así que al día siguiente, a primera hora de clase, estuvimos en el colegio. Para serle sincero, estimado lector, nosotros creíamos que sorprenderíamos a esos jóvenes al contarles sobre nuestras aventuras.
La verdad, sin embargo, es que fuimos nosotros los sorprendidos. Sorprendidos por un grupo muy consciente de los retos a los que se enfrentaban los pueblos originarios. Sorprendidos por jóvenes que deseaban conocer más historias y, por qué no, ellos también registrarlas para mostrárselas al mundo.
¿Por qué podemos fascinarnos con el Thor que nos presenta Marvel y no pensar en un Pariacaca super poderoso?, nos preguntamos en algún momento.
Ese encuentro fue la inyección de esperanza que necesitábamos antes de partir. Nos despedimos de los alumnos -y desde aquí les agradecemos de nuevo- antes de subir a nuestra Frontier Pro4x para dirigirnos a nuestro próximo destino.
Poco más de 190 kilómetros nos separan de Satipo, donde el pueblo asháninka nos espera para demostrarnos que incluso la etnia amazónica más grande de nuestro país teme que sus historias dejen de ser contadas.
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