El lado menos fascinante del lago Titicaca, el de la leyenda de Manco Cápac y lo más cercano al mar que tiene el vecino país de Bolivia, está en la bahía del barrio Cerro Colorado, en la ciudad de Puno. En esta costa, que los vecinos aseguran apesta a podrido los 365 días del año, se encuentran dos de las 17 lagunas de oxidación para aguas servidas de la región. Las lagunas han colapsado hace 22 años por sobredemanda, pero, por necesidad, siguen funcionando y vertiendo hasta 0,05 litros diarios de arsénico, plomo y fosfatos en el Titicaca.
“No ha habido problemas de salud, pero si esto sigue así, podría haber brotes de parasitosis por contacto”, afirma Fernando Bravo Coaquira, responsable de control de calidad de aguas de la Empresa Municipal de Saneamiento Básico Ambiental (Emsa).
Según Bravo, las lagunas de 13,4 y 7,1 hectáreas fueron construidas en 1972 para procesar aguas residuales domésticas de 35 mil personas. Sin embargo, el crecimiento de la región a más de 1’273.000 pobladores, así como la precariedad de otras lagunas que desembocan aquí causaron su colapso en 1992.
La contaminación se extiende unos 150 metros lago adentro. Se evidencia en las conocidas lentejas (plantas) de agua, y en el grosor del barro de la orilla. Debido al metano de la descomposición, el gas forma burbujas debajo de los desechos.
“Pese a estar colapsadas, las lagunas siguen trabajando a un 70% de su capacidad. Pero, como lo hacen mal, las aguas que de todas maneras llegan al Titicaca son 3% más tóxicas cada año”, dice Bravo.
Un monitoreo del lago, realizado en marzo por la Dirección de Gestión de Calidad de los Recursos Hídricos de la Autoridad Nacional del Agua (ANA), confirma que el Titicaca tiene “gran concentración de fosfatos, materia orgánica y metales que supera los estándares de calidad ambiental”.
“Además de los metales, hay 70 mililitros de fosfato [detergentes y grasas] por cada litro de agua, cuando el ideal sería 0,03 o cero”, precisa Richard Torres, de dicha dirección. Para el especialista, tan peligrosos como el arsénico y el plomo son los 0,06 litros de DbO [demanda biológica de oxígeno para microorganismos] que registra el lago.
“Los fosfatos son consumidos por las totoras. Pero si estas siguen en aumento porque abunda la comida, bloquearán el paso del sol y matarán la vida en el lago”, agrega.
PROMESAS INCUMPLIDAS
En noviembre del 2013, la única planta de tratamiento de aguas de Puno abrió sus puertas en Yunguyo. No obstante, como reconoce Francisco Dumler, viceministro de Construcción y Saneamiento, esta representa un alivio imperceptible pues atiende apenas a 20 mil usuarios.
“Más del 90% de la contaminación proviene de aguas residuales domésticas. Es evidente que una sola planta no se dará abasto”, precisa Dumler.
El ofrecimiento de contar siquiera con una planta de tratamiento por provincia (13), que reemplace a las lagunas de oxidación, se remonta al 2001.
Javier Humpiri, saliente alcalde de Puno, dice que todas las propuestas fueron infructuosas. La última data del 2009, cuando la región asumió una deuda de 4 millones de euros con una empresa alemana que no entregó ningún resultado.
Pese a los antecedentes, Dumler afirma que este año hubo consenso entre las autoridades para apoyar una iniciativa público-privada. El proyecto, de la empresa Graña & Montero, propone construir 11 plantas.
“Para mediados de enero del 2015, la empresa debería tener el diseño de ingeniería. Para fines de junio, el expediente final. La buena pro se firmaría en octubre”, anuncia.
Por la preservación del Titicaca, ojalá que este plazo sea el definitivo.
LEA MÁS EN LA EDICIÓN IMPRESA