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Ser o no ser en la violenta Madre Mía [CRÓNICA] - 2
Ricardo León

En el 2014 se inauguró un puente que cruza el río Huallaga cerca del límite entre las regiones Huánuco y , y que une las localidades de y La Morada. Pero antes de ello, el río se cruzaba en balsas artesanales. Este sistema lo empleaban todos, incluso los policías y soldados que realizaban sus patrullas en ambas márgenes del Huallaga, y las columnas de (SL) que, hasta los años 90, se desplazaban en territorios que prácticamente tenían controlados.

En uno de los extremos del puente, a media mañana, una señora vende los últimos desayunos del día. Intuye quiénes son los extraños que se sientan a pedir comida y a hacerle preguntas que no respondía hace 25 años, desde 1992, cuando Ollanta Humala –entonces ‘Capitán Carlos’– se instaló en la base militar de Madre Mía. El desayuno consiste en estofado de menudencias de pollo con arroz. Servidos los platos, ella se sienta a conversar.

Esta mujer, que no dirá su nombre, cuenta que su esposo era el dueño de una de las balsas que cruzaban el caudaloso Huallaga. Cada vez que los terroristas querían atravesar el río de un lado a otro, le pedían que los lleve. Si se negaba, era hombre muerto; y si aceptaba, era hombre sospechoso. Mejor lo segundo. Entonces ocurría lo de siempre: el ‘Capitán Carlos’ lo mandaba a llamar. “A cada rato lo hacía subir a la base”, recuerda la mujer. Cierto día, la pareja decidió escapar antes de que algo peor ocurra: hundieron la balsa y se fueron a Tingo María durante varios años.

Madre Mía se ubica en San Martín, cerca del límite con Huánuco. Fue uno de los escenarios más violentos en los años 90. (Foto: Dante Piaggio/El Comercio)

A unos metros, Walter Reyes escucha la conversación, pero aún no interviene. Este es un tema muy sensible para la escasa población de Madre Mía, donde absolutamente todos tienen en la memoria algún episodio relacionado al ‘Capitán Carlos’. En 1992, él trabajaba en su chacra. Cada cierto tiempo, el jefe de la base militar –era la autoridad de facto en este centro poblado– obligaba a los habitantes del lugar a realizar faenas comunales, que iban desde la limpieza de las riberas del río hasta la reparación de trochas en mal estado. Pero antes, ‘Carlos’ o sus hombres tomaban lista. Aquel que no acudía, inmediatamente era llamado a declarar a la base en calidad de sospechoso. “Yo no fui porque estaba en la chacra, trabajando. Cuando me llamaron, tampoco fui. Entonces han ido a mi chacra y comenzaron a disparar. He corrido a esconderme en el monte”, cuenta Walter. “‘Carlos’ de todos sospechaba”, dice.

El desayuno terminó, pero la polémica sigue. “Hubo tres capitanes ‘Carlos’, yo no sé por qué solo se preocupan de él”, dice la mujer. Opina entonces Walter: “Había gentes con culpa, otras no. Él [‘Carlos’] tenía que hacer su trabajo, ponerlas en su sitio”. 
Por estos días, nadie en Madre Mía habla de otra cosa.

—La otra tragedia—
Las épocas más oscuras comenzaron en los primeros años de la década de 1980, cuando Sendero Luminoso se estableció en el Alto Huallaga. Las columnas armadas llegaron a instalarse en varios caseríos ubicados a ambos lados de la frontera entre Huánuco y San Martín, como Sión, Ramal de Aspuzana, Madre Mía, Aucayacu y Pucayacu; en estas dos últimas localidades de la provincia de Leoncio Prado se concentran las historias de Natividad Ávila, Benigno Sullca (presuntamente asesinados en 1992 por orden de ‘Carlos’) y Jorge Ávila, quien sobrevivió y quien habría recibido sobornos para retirar las denuncias que interpuso contra Humala.

Como escribió recientemente el periodista y politólogo Juan de la Puente, “a diferencia de Ayacucho, SL tuvo en esa zona control de territorios por mucho tiempo y llevó a cabo operaciones de envergadura”. Una de ellas se registró el 27 de julio de 1989, un día antes de las Fiestas Patrias. Cientos de terroristas se movilizaron y atacaron por varios frentes a los militares apostados en Madre Mía; siete soldados murieron.

Manuela Soto aún llora a sus dos hijos asesinados por Sendero Luminoso. (Foto: Dante Piaggio/El Comercio)

Pero allí no terminaron los años de violencia. En 1997, otra emboscada acabó con la vida de un joven soldado, José Aguilar. Su madre, Manuela Soto, dueña de una pequeña bodega al borde de la carretera en Madre Mía, tiene su retrato en un cuadro de la pared. Aparece junto a su otro hijo, Aquelino Aguilar, a quien Sendero Luminoso asesinó muchos años después, en el 2009, cuando este se negó a pagar un cupo de US$12 mil que los terroristas exigían. Le dispararon y encima del cadáver colocaron un letrero en cartulina: “Así mueren los soplones”, porque además lo acusaban de ser informante del Ejército.

Desde la puerta de la bodega se ve, sobre una colina, la base militar que comandó el ‘Capitán Carlos’ hace 25 años. El Comercio recorrió esta base, hoy abandonada y bajo el control de la policía local. Lo que el monte no ha destruido, la humedad ha dañado, aunque quedan en pie las habitaciones donde los soldados comían, dormían y hacían ejercicios. En una de ellas, la más grande, se lee en la fachada: “La conciencia nos hace cobardes”. Tiene un oscuro sentido si se lee en una base contraterrorista, aunque en realidad pertenece al mismo soliloquio de “Hamlet” que comienza con “Ser o no ser...”. Curiosa paradoja si se compara con la tragedia de Madre Mía, donde elegir a qué bando se pertenecía no era una opción.

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