Si hoy fuese un día normal, Óscar Aquino Ipanaqué habría despertado a las seis de la mañana y, después de un desayuno, habría caminado las cuatro cuadras que separan su casa, en la calle Arequipa, de la Iglesia Central de Catacaos, para agradecer al Señor Cautivo de Catacaos, a su ángel de la guarda, a la Virgen María y a Jesucristo. “Primero me pongo con Dios”, deja claro.
Luego habría hecho las compras en el mercado y, de regreso en casa, habría seguido tallando el Cristo Redentor en tamaño real que prepara ad honorem para el Colegio San Miguel de Piura, la emblemática institución fundada en 1835, por cuyas aulas pasaron alumnos como el premio Nobel Mario Vargas Llosa o los expresidentes Juan Velasco Alvarado y Luis Miguel Sánchez Cerro, y en donde Óscar se desempeña como profesor desde hace 32 años. A las once de la mañana habría almorzado y al mediodía ya estaría en camino al colegio. A su regreso, a eso de las ocho de la noche, normalmente leería un poco sobre arte y seguiría tallando hasta las dos de la mañana. Cuatro horas de sueño le bastan.
Pero hoy no es un día normal. Óscar es uno más de los 35 mil piuranos que han contraído dengue este año y, aunque ya atravesó los días más críticos, sigue convaleciente. Los últimos años no han sido fáciles. Las amanecidas trabajando le provocaron complicaciones pulmonares y, un par de años atrás, la covid lo puso al borde de la muerte y lo dejó hipertenso.
Sin embargo, a decir verdad, ¿cuándo tuvo una vida fácil? Hijo de un escultor y una artesana bordadora, Óscar y sus siete hermanos han sido artistas populares desde que tienen uso de razón. Hoy, su nombre es reconocido como uno de los artistas más importantes en una tierra de artistas, como Catacaos. Ha sido premiado por el Congreso de la República, por la Universidad Nacional de Piura, por el Instituto Nacional de Cultura (hoy, Ministerio de Cultura), por el SUTEP, por las municipalidades de Piura y de Catacaos, por DIRCETUR, por el ICPNA. En fin, ha sido reconocido por infinidad de instituciones. Sus obras se exhiben en países tan distantes como México, Singapur o España. Y sin embargo, vive con un sueldo de 2300 soles. “Soy sincero, si estuviera en otro país sería rico, sería millonario. Pero estoy en el Perú, estoy en Piura y estoy en Catacaos. Pisando tierra firme, el arte aquí es muy complicado”.
Que no se malentiendan sus palabras: Óscar Aquino Ipanaqué no quisiera estar en ningún otro lugar del mundo. En ningún otro lugar sería feliz. Recita su nombre completo, con sus dos apellidos, porque vive orgulloso de su ascendencia tallán, de su pasado ligado al curacazgo de Catacaos. De hecho, toda su obra gira en torno a dos grandes ideas: Dios y el hombre tallán. “Trato de reflejar esa riqueza cultural que nuestros antepasados nos han dejado y que ahora la juventud menosprecia. Valora otras culturas y no lo nuestro. Por eso, a mis alumnos les digo ‘muchachos, primero lo nuestro, para después apreciar el resto’”. Si se nos permite una analogía con la célebre frase del ‘Nene’ Cubillas, Óscar es un hombre que, si volviese a nacer, elegiría la escultura como profesión, la enseñanza como apostolado y Catacaos como su tierra.
Costumbrismo con lenguaje propio
Quizás la pieza que mejor describe el trabajo de Óscar es El Piuranito, una pequeña escultura que ya se ha convertido en un emblema de la región. Se trata de un hombre algo subido de peso, usando un típico sombrero de toquilla. “Un hombre orgulloso de sentirse bien tallán”, dice Óscar.
Los trazos lisos y abstractos, sin rostros definidos, son una influencia del británico Henry Moore. El cuerpo voluminoso, que recuerda a Botero, sirvió a Aquino para hablar del vínculo del piurano con su gastronomía y con la chicha de jora, conocida en estas tierras calurosas como el “néctar de los incas”.
Como suele suceder en el arte, lo que hoy es motivo de elogios alguna vez fue chivo expiatorio. “Ridiculizas a tus paisanos”, le dijeron. “¿Por qué voy a negar mi identidad?”, respondió. “Mi madre era de esa contextura, lo mismo que mis abuelos. Es mi identidad, es la cultura tallán”.
Con 65 años y a seis meses de su jubilación como maestro, Óscar mira su vida en retrospectiva y encuentra un espacio para la melancolía. “Sé que lo voy a extrañar, porque en el San Miguel me inicié y ahí voy a terminar. Parece que fueran diez años. Abro los ojos y ya han pasado 32″. Podría preciarse de haber formado decenas de artistas plásticos en Piura, batallando desde las aulas contra el triste estado de la educación artística (”no tenemos textos escolares, no tenemos capacitaciones, estamos abandonados”, señala sin miedos). Pero prefiere enorgullecerse de haber transmitido con el arte la ambición por ser una mejor persona. “El afán de los maestros es formar nuevas generaciones con conocimientos que les sirvan no para que sean buenos artistas, sino para la vida. Porque el arte es vital. El arte te humaniza”.