Según una leyenda asháninka, una enorme águila que se había enamorado de una mujer con la que vivía en lo alto de una montaña, había comenzado a construir un inmenso muro de piedra para atrapar con facilidad a quienes se aventuraban a navegar por el río Ene y luego comérselos. El lugar fue llamado desde entonces Pakitzapango (casa del águila, traducido al español) y, pese a que en la leyenda el ave es liquidada por valientes guerreros, el lugar hasta hoy despierta temor y cautela.
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Por ello, cuando los gobiernos del Perú y Brasil firmaron un acuerdo energético que implicaba la construcción de una central hidroeléctrica en Pakitzapango, muchos asháninkas sintieron que la leyenda del águila asesina resurgía.
La realización implicaba que al menos 73 mil hectáreas del bosque fuesen inundadas, condenando así a la biodiversidad de la zona, obligando a más de 10 mil asháninkas que ahí viven a desplazarse forzosamente y soterrando un espacio considerado sagrado por dicha comunidad.
Como parte de la campaña Peruanos que Suman de El Comercio y el BCP, hemos llegado a Satipo para conocer a Ruth Buendía, lideresa asháninka que lideró la lucha contra la construcción de la represa de Pakitzapango y quien ha dedicado su vida a defender los derechos de las comunidades indígenas.
Originaria de la comunidad de Cutivireni, Ruth vivió sus 12 primeros años corriendo por el bosque, estudiando y divirtiéndose. La llegada de Sendero Luminoso a la zona, sin embargo, cambió su vida por completo.
La tensión llevó a que su padre fuese asesinado por otros asháninkas que creían que se había aliado con los terroristas. Luego de ello, los senderistas mantuvieron cautivas a Ruth, su madre y sus cinco hermanos por un año, hasta que consiguieron escapar y llegar a Satipo.
“Acá vivimos con familias que fueron solidarias. Luego, a mí me tocó ir a Lima, para mi fue muy chocante porque hablaba purito asháninka, pero me permitió aprender sobre ese mundo”, narra Ruth ahora sentada en su sala.
Para 1995, Ruth estaba de vuelta en Satipo, entró en contacto con la recién fundada Central Asnáhninka del río Ene (CARE) y una década más tarde se convirtió en la primera mujer en liderarla. Una suerte de presidenta para las 19 comunidades y 33 anexos que agrupa la organización.
Desde dicho puesto, Ruth no solo supo enfrentarse a la construcción de la represa, sino también a mafias de tala ilegal, narcotráfico y levantar la voz ante el abandono del estado peruano. “Nuestro error como país ha sido no entendernos y por eso no nos hemos integrado. Muchos han pensado que los indígenas se van a extinguir y que por eso no valía la pena integrarnos. Es duro, pero eso es lo que piensan”, asegura.
Su incansable labor llevó a que en el 2014 la condecoren con el premio Goldman, conocido como el Nobel del Medio Ambiente y a que tres años más tarde el rey Felipe VI le entregue el Premio Bartolomé de las Casas.
Pero el camino no solo estuvo lleno de alegrías sino también de innumerables riesgos. “A mis hermanos los narcotraficantes les dijeron una vez que lo que yo hacía está bien, mientras no me meta con ellos. Cuando era más joven no medía mis energías buscando respetar los derechos de los pueblos indígenas. Ahora tengo más temores, una es madre y me atemoriza pensar en lo que podrían hacer”, confiesa.
Esto no ha impedido, sin embargo, que Ruth siga adelante con su lucha por defender los derechos de las comunidades nativas y del ecosistema en el que viven. A través de la Fundación Ruth Buendía, esta auténtica lideresa promueve el acceso a la educación de la calidad para los pueblos originarios y fomenta el desarrollo de nuevas habilidades.
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“Lo que busco es fortalecer la educación y también realizo cursos de gobernanzas territoriales o de generación de ingresos económicos para fortalecer las capacidades de producción de sacha inchi, por ejemplo. También estoy buscando formar líderes femeninas en las comunidades porque en muchos casos persiste el machismo”, explica.
Sin duda alguna, la incansable lucha de Ruth la convierte en una peruana que suma en la búsqueda de un país donde prime su frase favorita en asháninka: kametsa asaike, que traducida al español significaría el buen vivir.
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