Allá en marzo del 2003 no me sorprendió tanto la protesta de Chile contra la invasión a Iraq por Estados Unidos, como sí el gesto con que lo hizo. El entonces presidente Ricardo Lagos convocó a una pública posición de Estado, flanqueado por los ex presidentes Eduardo Frei y Patricio Aylwin.
El riesgo inminente de que ello truncara el TLC que debía aprobar en ese momento el Senado norteamericano pesó menos que los principios de paz defendidos por el país sureño ante el Consejo de Seguridad de la ONU.
Tiempo después, el TLC de Chile con Estados Unidos sobreviviría largamente a George Bush. Y más de una vez no solo se vería junto a Lagos, Frei y Aylwin, sino que a ellos se sumarían, en más de una reunión, sus sucesores Michelle Bachelet y Sebastián Piñera.
Este ejemplo de reserva política presidencial que concilia a la izquierda con el centro y la derecha, y al revés, sin que se pierdan los contenidos de nación, Estado y república, es el que extrañamos en el Perú, como signo de civilización democrática.
Más intensamente en la hora actual, en la que no sabemos hasta dónde va a templarse la cuerda de resistencia de la judicialización de la política y la politización de la justicia, en medio de una institucionalidad sumamente débil y una polarización ideológica radical que quiebra las agujas de cualquier pronóstico.
Nada le hace tanto daño al país como la corrupción. Y más que ella, la impunidad. Pero esta se hará más fuerte si a nombre de la justicia se saltan y violan los debidos procesos. La cárcel de hoy puede ser la libertad de mañana para unos, o la libertad de hoy la cárcel de mañana para otros.
Así de confundidas y arrojadas, como dados, sobre el tapete verde de un fiscal o un juez, que a su vez tiene una espada de Damocles política sobre su cabeza.
En este crispado y nublado contexto nacional sin reservas políticas ni de Estado a la cuales apelar, las celebraciones iniciales de los 100 años de vida de Luis Bedoya Reyes debieran servir, como manantial en el desierto, para que políticos y magistrados, hombres no ajenos al Estado de derecho, como él, recobren la serenidad y lucidez, el respeto por el otro, la nobleza de sus actos, la firmeza de principios y la magnanimidad con el adversario, valores que justamente los hizo siempre suyos quien fuera joven ideólogo del socialcristianismo, fundador histórico del PPC, respetable ministro de Justicia y exitoso alcalde de Lima, enfrentado a la dictadura de Velasco Alvarado.
Luis Bedoya es, a sus 100 años, la síntesis de brillo, madurez e integridad de lo que quisiera ser el Perú, a sus 200 años, llegado el 2021. No una colectividad de ciudadanos sin república, como dice Alberto Vergara, sino una nación organizada para un Estado organizado, como lo quería Basadre.
En este país ingrato con sus grandes hombres, no le restemos valor a quien a cambio de nada ha hecho cosas más perdurables que si hubiera tenido que gobernar sorteando mezquindades.