Las grandes preguntas que no hace el virus, las hace la cuarentena: ¿la izquierda aprovecha la ocasión para cargarse al capitalismo? ¿se impondrá un estado fuerte y autoritario? ¿perderemos la privacidad y varios de nuestros avances liberales?
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El origen chino del Covid 19 fue también el origen del debate ideológico en torno al virus. China es el país más habitado del mundo y concentra casi un quinto de la población mundial. No era tan extraordinario que allí brotara una epidemia.
Pero sí fue desconcertante, por decir lo menos, que los chinos exhibieran dos extremos de eficiencia: primero, la censura, durante algunas semanas, de la información sobre una letal forma de neumonía de potencial pandémico; luego, la cuarentena a la entera provincia de Hubei con 60 millones de habitantes.
Parece que hubiera pasado un siglo, pero apenas el 7 de febrero nos enteramos de la muerte de Li Wenliang, el doctor de 33 años que dio las primeras alertas sobre el Covid 19 en diciembre del año pasado. Entonces, la policía lo detuvo por provocar zozobra en las redes y lo obligó a firmar un papel retractándose de sus alertas. Volvió a trabajar, se infectó y murió. Pero su leyenda ya se había dispersado al igual que la epidemia en Wuhan, y el gobierno tuvo que pedirle póstumas disculpas.
El 23 de enero empezó la cuarentena de Hubei (cuya capital es Wuhan), y marcó la pandemia con un drama adicional al de los cientos de muertos que ya habían admitido: la paralización de la economía, salvo de la producción y abastecimiento de productos médicos y de primera necesidad. Ello marcó la pauta para las cuarentenas a escala nacional en Italia, España y el resto del planeta.
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La bolsa o la vida
Más han sido los países que ejecutaron su ‘lockdown’ (cuarentena) sin chistar, que los que no lo hicieron o dudaron mucho antes de hacerlo. En ningún caso se ha reportado una resistencia masiva y violenta a la orden de confinamiento obligatorio. Es más, se hicieron universales los aplausos y cacerolazos festivos en respaldo al personal de salud y a las fuerzas del orden que patrullan las calles. Las protestas más serias han sido en las cárceles.
Si hubo resistencias, no dependieron del signo ideológico de los gobiernos, ni de su grado de desarrollo -¿cuánto PBI había por parar, cuántas reservas por gastar?- sino de la personalidad de sus líderes. Angela Merkel fue franca y drástica, más o menos como Putin; Boris Johnson fue todo lo contrario. En América Latina, el derechista Bolsonaro ha sido tan reacio a tomarse la pandemia en serio, como los izquierdistas López Obrador en México o Daniel Ortega en Nicaragua. En general, el espíritu autoritario y populista, a la diestra o siniestra del espectro político, ha sido el principal enemigo de los consejos de la ciencia epidemiológica.
¿Dónde se concentró entonces la bronca entre izquierdas y derechas? En EE.UU. ya había un vivo debate entre republicanos y demócratas (más o menos, el equivalente entre derecha e izquierda) desde el triunfo de Donald Trump en el 2017 y se intensificó aún más en el 2019 con su proceso de ‘impeachment’. La pandemia brotó en plena polarización y Trump, en las primeras semanas de la catástrofe, pronunciaba ‘the chinese virus’ con evidente intención política.
La idea de un sacrificio económico a semejanza del de Hubei, encajó fácilmente en el marco de teorías conspirativas que pintaban a la China comunista lanzando una pandemia que a ella también golpearía, pero no tanto como a sus rivales acostumbrados a respetar las libertades ciudadanas.
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Podemos olvidar esa idea del origen esquinado de las cuarentenas, ese ingrediente de conspiración sinocomunista; pero igual queda el hecho de que más allá del signo ideológico de quién manda en el gobierno, los epidemiólogos y expertos en salud pública que diseñan las políticas sanitarias, están más cerca de la izquierda que de la derecha. Ello ha alimentado alertas mundiales de un peligro rojo sobre la integridad del capitalismo.
Por añadidura, al multilateralismo también se le percibe más a la siniestra que a la diestra del espectro político. Tedros Adhanom, el etíope que dirige la Organización Mundial de la Salud (OMS), tiene un origen de izquierda que le ha sido enrostrado por algunos de sus críticos y ha sido uno de los argumentos que alimentó la decisión de Trump de amenazar con suspender su aporte financiero luego de que la OMS lanzará una recomendación general contra el cese de cuarentenas.
Pero no ha sido Trump, sino otro republicano, quien le dio un contenido pasional y conmovedor a su defensa de un modo de vida al que se le exigen severas amputaciones. El vicegobernador de Texas, el septuagenario Dan Patrick, dijo en Fox News: “A mi nadie me preguntó si como ciudadano mayor, estoy dispuesto a jugarme mi supervivencia a cambio de mantener a EE.UU tal como es para nuestros hijos y nuestros nietos. Porque mi respuesta es que sí, estoy dispuesto”.
Patrick dijo eso en marzo, pero lo volvió a repetir el 23 de abril en la misma cadena. Y sumó una razón conspirativa que va más allá de los relativismos de la geopolítica: dijo que son gobernadores y autoridades demócratas quienes toman decisiones contra el sistema a pesar de que el republicanismo gobierna en la Casa Blanca y mantiene mayoría en el parlamento.
Esa percepción de que la izquierda gobierna aliada o, incluso, a pesar de los presidentes pues copa el manejo de políticas públicas en el aparato estatal; no es solo gringa. Está en España cuando arrecian las críticas contra la alianza de izquierda en el gobierno; está en Argentina ante la vuelta del kirchnerismo; y está en el Perú a pesar de que Martín Vizcarra es un presidente sin etiqueta partidaria o ideológica reconocible.
La oposición de derecha peruana desde hace buen tiempo señala al gobierno de Vizcarra como aliado de la izquierda apodada ‘caviar’. El hecho de que el ministro de Salud, Víctor Zamora, haya sido simpatizante del Frente Amplio, refuerza esa percepción. Sin embargo, junto a Zamora, en el Comando Covid 19, está la ex ministra de Salud, Pilar Mazzetti, sin rastro ideológico, como la mayoría del equipo operativo en la emergencia. Es en los grupos de asesores del MINSA, que solo tienen un valor consultivo, donde hay figuras de izquierda que han motivado algunas críticas sin importancia.
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Más bien, en otra área del Ejecutivo y de la emergencia, la económica, sí hay un paquete de medidas que podrían arquear cejas ideológicas, a pesar de que a la MEF, María Antonieta Alva, no se le conocen sesgos políticos y los bonos para millones de hogares vulnerables y los créditos para grandes y pequeños empresarios de Reactiva.pe; han sido recibidos sin mayores críticas.
La medida que sí tuvo resistencias fue el decreto que facilitó la figura de la suspensión perfecta de labores, pero vinieron de la izquierda. Al revés, la derecha ha acusado en la propuesta de un impuesto a la riqueza, un lance hacia el populismo de izquierda; pero lo identifica con el primer ministro Vicente Zevallos, no con Alva, quien lleva la voz cantante en estos temas.
Algo parecido sucede con la ley que autoriza el retiro de hasta el 25% de fondos de la AFP, atribuible a una variopinta amalgama cortoplacista en el Congreso, antes que a una agenda específica de izquierda. El llamado bono universal (no tan universal pues deja de lado a hogares con miembros en alguna planilla formal) evoca a la idea preconizada por algunos izquierdistas de una renta básica universal (aunque Milton Friedman también hablaba de ello), pero se parece tanto a medidas de emergencia ejecutadas en otros países, que es difícil ponerle una etiqueta.
Así se moduló el calor ideológico local, para concentrarnos en el momento más duro de la pandemia.
Bolsonaro versus Zizek y el comunavirus
El debate entre izquierdas y derechas en torno a la pandemia está más vivo en otras partes del mundo. Volvemos a preguntarnos, ¿por qué?. La gripe española mató entre 20 y 40 millones de personas; pero no causó tanto daño a la economía como esta pandemia. El mundo asumió que la enfermedad tenía un costo demográfico y lo pagó con cierta indolencia, sin paralizar nada. Las dos guerras que siguieron empequeñecieron ese trauma.
Pero ahora, con impactante discrecionalidad, la mayoría de gobiernos decidió sacrificar su vida urbana, por una enfermedad cuya letalidad es de entre 1% y 3% (mientras más pruebas y confirmados haya, el porcentaje baja), aunque, eso sí, provoca el estrepitoso colapso de los sistemas de salud.
Son esas decisiones políticas, y no el virus en sí, el origen del debate. El SIDA, para citar un antecedente de pandemia muy dramática y que aún no se extingue, llevó a grandes debates sobre el sexo, las preferencias sexuales y la moralidad; pero no sorbieron el seso de políticos e ideólogos.
Ahora sí se mueven los cimientos del pensamiento social. El primero que ha escrito un libro de provocación sobre el tema, es Slavoj Zizek, el esloveno metomentodo, marxista lacaniano, ex candidato presidencial en su país, que en marzo lanzó virtualmente “Pandemic! Covid 19 Shakes the World”. Ahí profetiza que los trastornos obligados a las sociedades y economías más golpeadas por el virus nos llevarían a “una nueva forma de lo que alguna vez se llamó comunismo”, como único conjuro posible ante una regresión a la barbarie.
En realidad, Zizek hablaba más desde la provocación, el apuro y una imaginación que evoca a “The Shapes of Things to Come” de H.G. Wells; que desde la voluntad de hacer un diagnóstico complejo. Entre quienes le contestaron con el mismo apuro pero con mucha serenidad estuvo el filósofo surcoreano, residente en Alemania, Byung-Sul Han que escribió el artículo “La emergencia viral y el mundo de mañana” (versión en El País, 22 de marzo), asegurando que el virus no vencerá al capitalismo, pero que los chinos “podrán vender su estado policial digital como un modelo de éxito frente a la pandemia”.
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La serenidad de Han coincide con las proyecciones de centrales de riesgo y think tanks que le ponen cifras y fechas a la recuperación progresiva de las economías, con cambios, claro está, en el énfasis de lo digital, de protocolos de seguridad y vigilancia regulados por el Estado, y otras variables que no llevan necesariamente a pensar en una hecatombe de nuestro modo de vida.
En tono distinto a Han, el canciller brasilero Ernesto Araújo, que es, digamos, un ideólogo en la corte de Jair Bolsonaro, citó a Zizek, para hablar del plan comunista de llevarnos al socialismo a través de su dominio de los entes multilaterales como la OMS, un aspecto clave de lo que él denomina ‘globalismo’. En su blog Metapolítica, en un post del 21 de abril que titula “Chegou o comunavirus” (juego de palabras entre coronavirus y comunismo) sostiene: “Zizek revela aquello que los marxistas esconden hace 30 años: el globalismo sustituyó al socialismo como fase preparatoria para el comunismo (…) La pandemia representa, para él, una inmensa posibilidad de construir un orden mundial sin naciones y sin libertad”.
El Instituto Cato, think tank liberal de derecha, ha sido proactivo al buscar en países como Suecia, que está capeando el temporal sin cuarentenas drásticas, ejemplos de que virus y antídotos no tendrían que llevarnos al apocalipsis capitalista de la que –gajes de la polarización- más hablan los propios derechistas alarmados que los izquierdistas esquinados.
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