El Perú es un país “cuyo rasgo más estable pareciera ser la inestabilidad”, se lee en la introducción de “La condena de la libertad”, libro editado por Alberto Vergara y Paulo Drinot, donde incluyen ensayos suyos y de otros destacados autores (Charles Walker, Natalia Sobrevilla, José Luis Rénique, Eduardo Dargent y Cynthia McClintock). Se trata de una “introspección a palos” a través de todos los proyectos nacionales fallidos en la historia del Perú independiente, y que llega hasta los primeros días de gestión de Pedro Castillo.
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En esta entrevista, Vergara analiza lo ocurrido en el país durante este primer año, observado el rol de cada protagonista.
—En el libro comparan la historia peruana con la imagen de Sísifo y su interminable castigo. Si hubiera que situarnos en este año transcurrido, y usando la misma metáfora, ¿hasta cuándo vamos a cargar la piedra?
Curiosamente, la crisis de hoy le da al libro un propósito adicional, sirve para ver la debacle actual peruana entendiendo que es algo que nos ocurre de tanto en tanto. Tenemos una historia hecha de proyectos nacionales que viajan de la novedad impetuosa a la crisis total. Nos sucede cada cierto tiempo. Lo que tenemos hoy es que están agonizando simultáneamente el proyecto de la Constitución del 93 y el de la democratización del 2000. En ese sentido, nuestro rasgo más estable es la inestabilidad. Somos una suerte de Sísifo hecho nación, pero no solo en un sentido pesimista, sino que le hemos dado una mirada ‘camusiana’: es importante que Sísifo reconozca el problema en el que está metido, esa toma de conciencia es liberadora.
—En un capítulo tú analizas lo sucedido en el País desde 1992 hasta el 2021, específicamente hasta los primeros días de Gobierno de Pedro Castillo. Si tuvieras que escribir lo que ha sucedido después, ¿por dónde empezarías?
Desde el momento en que asumió el mando, y sobre todo con el nombramiento del primer gabinete, quedó claro que había tres características: la ineptitud, el rentismo respecto del Estado, y el radicalismo ideológico. Pensé que esta pulsión simultánea por lo radical y lo corrupto iba a ser una tensión que iba a durar más tiempo, pero se decantaron rápidamente por la corrupción. Lo otro que era difícil de prever era el acercamiento conveniente entre Ejecutivo y Legislativo que estamos viendo. Se pelean en cámaras, un poco de golpes para la tribuna, pero en realidad están de acuerdo en saquear y vaciar lo público. Yo creía que los políticos peruanos no estaban capacitados para ponerse de acuerdo ni siquiera para el mal, y me ha sorprendido que de alguna manera se ha ido construyendo un acuerdo tácito, de baja intensidad, destinado –como todo acuerdo peruano– a ser traicionado en algún momento, pero que dura ya varios meses.
—Esa conveniencia mutua que solo los favorece a ellos, absolutamente a nadie más.
El proyecto es saquear y vaciar de contenido lo público: los recursos del Estado, la ley de la república y la democracia. El Ejecutivo y el Legislativo destruyen la capacidad de convivencia civilizada en el Perú.
—Hablemos del protagonista principal. ¿Pedro Castillo sabe realmente que está acorralado, es consciente de su precaria situación? Él sigue haciendo su vida de presidente como si no hubiera incendios a su alrededor. Está mostrando un cierto instinto de supervivencia.
Bueno, pero with a little help of his friends, es decir, la oposición, que la principal aliada para que siga en el poder. Castillo en este momento es un presidente peligrosísimo para el país, casi diría que más peligroso que hace un año. Puede que no tenga las competencias para darse cuenta de muchas cosas, pero sí sabe muy bien que los últimos días que estará en libertad serán sus últimos días como presidente. Entonces, él tiene que prolongar esto y sobrevivir a como dé lugar; por lo tanto, va a transar con el Congreso lo que haga falta. Y ahí el Congreso va a poder pasar todas las arbitrariedades que le den la gana mientras la incompetencia y corrupción propia del castillismo hace lo suyo en el Ejecutivo.
—¿Cuando dices Congreso hablas del conjunto, o lo personificas en la mesa directiva? Acabamos de ver cómo se despidió Maricarmen Alva, celebrando a personajes que ya creíamos superados, como Merino, Galarreta, Olaechea, un raro salto al pasado reciente.
Lo que hay en este momento es una democracia secuestrada. Entonces, la señora Alva y sus aliados condecoran a Huamán Azcurra, o a Morales Bermúdez. Y, al mismo tiempo, en el Gobierno y en muchos de sus defensores y aliados de izquierda ocurre lo mismo, como cuando lanzaron la segunda reforma agraria el día del golpe de Estado de Velasco, para no hablar de los titubeos y tartamudeos que debimos oír respecto de Sendero Luminoso o ahora último en que oímos la relativización de los derechos humanos cuando los violentan las rondas. En el Perú no hay ni derecha ni izquierda democrática, tal vez hay individuos democráticos. La gente se olvida que lo opuesto a la democracia no es solo la dictadura; lo opuesto a la democracia también es el caos, la anarquía, el desorden. Nuestra democracia se está muriendo camino al caos más que camino a la dictadura. Hay una voluntad de informalizar el país: siete ministros del Interior en un año, el transporte, la educación... El Congreso en especial está destrozando la democracia, alterando leyes fuera de plazo, blindando a personajes que deberían ser investigados, haciendo lo que le da la gana con la institucionalidad electoral, y pronto van a empezar a eliminar competidores de la vida política nacional. Cuatro años más de lo que estamos viendo significará la destrucción de la posibilidad de la convivencia civilizada en el país.
—En el libro comentas que en realidad esto comienza antes, en las elecciones, en aquella “justa envenenada con dos opciones autoritarias y retrógradas”. Luego escribiste lo que suena a lamento: “Las semillas de la destrucción democrática habían crecido fuertes”.
Castillo y este Congreso lo que hacen es llevarnos a un nuevo sótano. Orwell decía que todas las revoluciones son fallidas o fracasadas, pero no todas fracasan por la misma razón. Igual para nosotros: íbamos a entrar de todas maneras en algún escenario de fracaso, lo cual no quiere decir que los fracasos fueran a ser idénticos. Una porción del país quiere seguir creyendo que esto es un asunto de personajes, que si sacas a uno y pones a otro la cosa cambia drásticamente, cuando en realidad tenemos un problema sistémico.
—Si esto se terminara antes de los cuatro años que faltan, y hubiera elecciones mañana, el escenario no es alentador. Han anunciado que podría postular Merino, y al mismo tiempo Vizcarra –aunque inhabilitado– ha inscrito un nuevo partido en el JNE.
En este momento, en el Perú nadie representa el interés general. Lo que tenemos son individuos elegidos que, en la vieja tradición rentista y patrimonial, le arranchan al Estado todo lo que pueden mientras están en el poder. Y hay una mediocridad tremenda por donde mires, a la derecha, a la izquierda o en los no ideológicos como Acuña, los ‘niños’, etc. Pienso en Merino, por ejemplo, en esos últimos días junto a Ántero Flórez-Áráoz, como si fuera un sketch de ‘Risas y Salsa’, ridículos y mediocres, pero luego ocurre lo mismo en el gobierno de Castillo, con mil escenas psicotrópicas: el primer gabinete juramentando a oscuras y sin ministro de Economía, o Waldemar Cerrón anunciando orgulloso de que va a ser primer ministro y luego diciendo que lo hackearon. Son caricaturas. Todos quisieran robarnos y tiranizarnos, y nuestra suerte es que son profundamente mediocres.
—La pregunta es qué nos queda a los ciudadanos. Ponerse las zapatillas suena a mantra, pero al final la indignación no va más allá de renegar en Twiter o compartir cadenas en el chat. Pero por dentro hay fibras que se están desgarrando.
La polarización política –que, en realidad, es una intolerancia del carajo– está chorreando hacia la sociedad, eso es lo peligroso. Todavía la sociedad lo ve con cierta distancia y la crispación tuitera es largamente más afiebrada que la sociedad real. Pero igual ha penetrado en ciertas capas y no tenemos la capacidad de sentarnos en una mesa con alguien, de compartir algún tipo de discusión. Todo el mundo dice: ‘necesitamos nuevas instituciones, nuevas reglas electorales’, y eso está fuera de discusión; pero también tenemos que ser conscientes de que lo que se ha deteriorado en este país son sobre todo las prácticas de la política. Hace 10 años, con reglas semejantes, no teníamos una situación como esta. Es la misma razón por la cual soy escéptico de que cambiar la Constitución sea algo fundamental. A veces me dicen: ‘ah, tú piensas que es posible un gran acuerdo nacional que incluya a todo el mundo’; pero en realidad pienso justamente en lo opuesto: lo que está ocurriendo es tan grave, que las poquitas personas con alguna visibilidad o interés en la política que pudieran juntarse deberían hacerlo para buscar detener a las termitas. Esto podría a su vez dar alguna identidad a la ciudadanía, que en este momento está indignada, harta, desorientada y sin liderazgos. Deberíamos rescatar algún tipo de acción crítica conjunta, algo de civismo, porque si no Castillo y el Congreso van a seguir haciendo lo que les dé la gana. Sin presión no se va a lograr moderarlos.
—Pero en este crisis sostenida es más fácil que surja otro destructor de democracias, otro populista extremo.
Yo veo como un escenario probable que en algún momento tengamos algún tipo de intento autoritario desde algún sitio, la izquierda, la derecha, la sociedad, los militares. No tengo idea de qué forma adopte, pero me da la impresión de que todo el mundo está poniendo su cuota para que eso ocurra. Y cuando ocurra sospecho que será un fracaso, porque lo hará uno de estos mediocres de nuestra política, sin inteligencia ni el respaldo de la gente. Pero por supuesto que va a llegar, no puedes tener a la gente viviendo años con la sensación de que nadie está a cargo.
—Hablemos del contexto vecinal sudamericano. En Colombia y Chile los extremos postularon, parecía repetirse de algún modo lo que sucedió en el Perú.
En esos países hubo segundas vueltas muy polarizadas, con mucho miedo. Pero son situaciones parecidas en términos meramente electorales. Porque hay una diferencia fundamental: en Colombia y Chile casi toda la clase política se dio cuenta que la comunidad nacional se le estaba desgarrando y que tras la segunda vuelta había que terminar con eso. Ocurrió en Chile cuando Kast, Piñera y la derecha aceptaron el triunfo de Boric, y este, por su parte, formó un gabinete socialdemócrata, más al centro de lo que había sido en su campaña. Y es lo mismo que ocurre en Colombia, donde se sentaron a conversar Uribe y Petro, que son el agua y el aceite. La derecha aceptó y, del otro lado, Petro formó un gabinete con ministros de primer nivel. Nuevamente, las dos partes se dieron cuenta de que había que parar ese proceso fraticida.
—Mientras aquí, la comisión del Congreso encabezada por Jorge Montoya investigaba si hubo fraude, nueve meses después.
En el Perú todos los actores buscan prolongar el desgarro nacional, la crispación. Aquí la derecha se fue a la OEA, desconocía el resultado, y al mismo tiempo hubo ese primer gabinete Bellido que era la afirmación de la polarización. Tenemos un sistema en el cual el Ejecutivo, el Legislativo, la izquierda, la derecha, los medios, la patria tuitera, todo el mundo quiere extender el encono.
—¿Ese sería un primer pasito inicial, que las partes en conflicto se sienten a reconocer sus errores?
Sería formidable que se aceptase que todos nos pasamos de vueltas, que por la polarización y los terrores mutuos cedimos a posiciones que no cabían en una democracia. Por parte de la derecha y la izquierda, también los medios. Pero en el Perú nadie es responsable, nadie responde por sus actos. Ni Castillo ni Alva creen que deban rendir cuentas. Su ideal es vivir recluidos.