La Organización de Estados Americanos ha sido testigo cercano de diversas crisis que ha atravesado el Perú en lo que va del siglo. Desde las protestas frente a la segunda reelección de Alberto Fujimori hasta la caída del régimen y la recomposición de la democracia en el 2001, este organismo ha sido espectador privilegiado de los grandes cambios. Pero fue en el 2004, durante el gobierno de Alejandro Toledo, cuando se invocó la Carta Democrática (Pedro Pablo Kuczynski lo intentó en el 2017 durante su gobierno, pero no se concretó).
En aquel entonces, la OEA mostró un abierto apoyo a su gobierno en medio de los cuestionamientos de la oposición. Casi dos décadas después, el Perú, por iniciativa del presidente Pedro Castillo, apela otra vez a esta entidad, aunque esta vez la apuesta es arriesgada. El embajador Allan Wagner, a sus 80 años y ya en el retiro del servicio diplomático, analiza aquí los posibles panoramas.
—¿Cuál es la principal diferencia entre la invocación a la Carta Democrática hecha en el 2004 con la del caso reciente?
Hay algunas diferencias marcadas. En este caso, el gobierno –de una forma que yo considero sesgada–, en la carta que dirige el presidente al Consejo Permanente, acusa al Poder Legislativo, al Ministerio Público y a otras entidades del Estado de estar actuando en contra de la Constitución y generando una modalidad de golpe de Estado. Y eso en realidad no ha ocurrido. Desde ese punto de vista, la venida de esta misión va a ser importante porque le va a permitir comprobar cuál es la realidad que se está viviendo en el país.
—El presidente apeló a los artículos 17 y 18 de la carta. Es decir, considera que “está en riesgo su proceso político institucional democrático” y que se han producido “situaciones que pudieran afectar el desarrollo del proceso político institucional democrático o el legítimo ejercicio del poder”. ¿Se justifica la aplicación de este mecanismo para un caso como el actual?
Ahí entraríamos al terreno de las especulaciones. Se ha dicho que uno de los motivos que tiene el presidente es tratar de obstruir el procesamiento de la acusación constitucional del Ministerio Público.¿Cuál habrá sido su intención? Yo creo que cada uno tendrá su interpretación.
—¿Y cuál es su interpretación al respecto?
Yo creo que él está buscando precisamente paralizar el proceso interno de la acusación constitucional, y me llama la atención que concluya la carta pidiendo una misión para que facilite un diálogo entre las partes con miras a encontrar un acuerdo que permita solucionar la crisis política.
—Castillo podría haber promovido ese diálogo antes sin tener que pedir refuerzos extranjeros.
Él ha tenido múltiples oportunidades de hacerlo y las ha frustrado deliberadamente. La más notoria fue la del cardenal Barreto, a quien llamó para que le facilitase la vía para un cambio de su equipo y de su política de gobierno. Luego, hubo una segunda reunión, a la que concurrió Max Hernández, secretario del Acuerdo Nacional, y parecía que algo se encaminaba en ese sentido. Y de repente, de la noche a la mañana, cambió de opinión. Ese es uno de los problemas que ha tenido el gobierno del presidente Castillo: nunca ha tenido claro en qué consiste su gobierno, cuál es su política de gobierno.
—Agotado el fuero político, y en pleno desarrollo del fuero fiscal o judicial, ¿no es acaso difícil pensar en alguna figura de la oposición que quisiera sentarse a dialogar sin sufrir de combustión espontánea?
Primero tenemos que esperar a que esta misión emita su informe al Consejo Permanente. La visita de la misión de la OEA va a permitir mostrar la realidad de la crisis que estamos viviendo, cuál es el origen de la crisis, cómo se ha desarrollado, quiénes han sido los actores y finalmente en qué situación nos encontramos. Eso, evidentemente, no está reflejado en la carta que envió el presidente Castillo al Consejo Permanente. Esperamos que la misión pueda recoger información amplia y de contexto. Veremos qué decisión toma el Consejo Permanente sobre la base de ese informe y cuáles serían los pasos siguientes.
—Esta misión va a encontrar cierto entusiasmo del Congreso, de los partidos y de la prensa por mostrar lo que la carta del presidente no menciona. Hasta podría salirle el tiro por la culata.
Es una posibilidad. Lo importante, como digo y subrayo, es que durante esta misión de la OEA las entidades se organicen de tal manera que puedan presentar, de una manera ordenada, el recuento de todo lo que ha acontecido. Eso para mí es extremadamente importante. De eso va a depender mucho la evolución de los acontecimientos. Se ha dicho también que lo que haga la OEA no es vinculante para el Perú, es decir, los procesos internos políticos continúan. Es importante tener eso en cuenta, porque lo contrario sería una irrupción en nuestra soberanía.
—En una entrevista para este Diario, el exprocurador anticorrupción José Ugaz señaló que hay “cierta complacencia” de organismos internacionales y de algunos países hacia el presidente Castillo y su gobierno. Entre otros, se refería a Luis Almagro, secretario general de la OEA. ¿Comparte esa percepción?
Me parece que esas son las señales que hemos recibido a través de los medios de comunicación. Más allá de eso, no puedo saberlo.
—Pero no parece algo aislado. En diciembre del 2021, cuando ya se sabía de la casa del pasaje Sarratea, Almagro felicitó a Castillo por su “compromiso” contra la corrupción. Y el mes pasado, lo felicitó por sus esfuerzos a favor de la agricultura, cuando el Perú sigue fracasando en sus intentos por algo tan básico como comprar urea. Parecía que hubiera visitado otro país.
El señor Almagro tiene, efectivamente, un comportamiento un poco dudoso. Pero eso no es lo importante, al final él no va a decidir las cosas, la decisión que pueda tomar el Consejo Permanente va a ser sobre la base del informe que la comisión le lleve; desde ese punto de vista, es muy importante que todas las entidades competentes se preparen para tener un diálogo amplio, abierto y ordenado con la misión que va a llegar.
—En enero de este año, usted dijo en una entrevista en El Comercio: “El presidente Castillo no tiene buena formación en temas de relaciones internacionales y sobre la política exterior peruana”. ¿Ha variado esta opinión en los últimos meses? En ese momento el ministro de Relaciones Exteriores era Óscar Maúrtua, hoy es César Landa.
Yo diría que César Landa está llevando la política exterior de una manera correcta en general. Puede haber discrepancias sobre algunos puntos; en cuanto a esta iniciativa de invocar la Carta Democrática Interamericana, yo decididamente no estoy de acuerdo. Hay que reconocer que nos encontramos en una crisis política grave, a la cual no le estamos viendo caminos de solución. Este hecho es un paso más en el camino que tenemos que transitar para encontrar una. No es conveniente que un tema interno se internacionalice pero, por otro lado, en otras ocasiones eso ha rendido algún fruto y tenemos experiencias al respecto. Yo no soy optimista en ese sentido, pero creo que hay que ver cómo se conducen las cosas y mucho va a depender de lo que hagamos nosotros, los peruanos demócratas que queremos encontrar una solución apegada a la democracia y a la Constitución.
—Quizá no sea lo más elegante, y menos tratándose de diplomáticos, pero ¿qué le recomendaría al canciller Landa para conducir la política internacional en estos tiempos de crisis?
Como usted dice, no es elegante dar recomendaciones al canciller. Lo que le podría decir es que mientras tengamos este grave problema político interno, va a ser muy difícil manejar la imagen del Perú en el extranjero.
—¿En qué momento usted percibió que la crisis grave se había transformado en una ruta sin salida?
Ha habido tres etapas en este año y medio de gobierno del presidente Castillo. En la primera, hubo un desconocimiento de lo que el presidente piensa, porque no se comunicaba y eso generó suspicacias. Luego, vino el tema de la falta de idoneidad para el manejo del gobierno y la designación de personas no aptas para cumplir funciones. En la tercera etapa, comenzaron las evidencias o indicios de corrupción. Ese es el punto de quiebre. Habiendo el presidente desechado las posibilidades de afianzar su gobernabilidad a través de la concertación, que en su carta a la OEA pida que una misión lo ayude a generar un diálogo que conduzca a un arreglo político, en realidad, suena un poco contradictorio.
—¿Cuál cree que sería una salida adecuada o por lo menos no tan difícil?
Un adelanto de elecciones sería lo más conveniente. Habría que darnos un tiempo para hacer algunas enmiendas mínimas a la Constitución en el aspecto político, que permitan subsanar algunos problemas que hemos visto y evitar que se repitan en las elecciones que tendrían lugar después. Eso requeriría, obviamente, un consenso y ojalá se pudiera alcanzar. Los caminos para llegar a eso pueden ser varios, y eso está básicamente en manos del Congreso y las fuerzas políticas.
—Este Congreso y estas fuerzas políticas son las que deberán mostrar realmente lo que ocurre durante esta visita de la OEA. ¿Está el Parlamento a la altura de lo que se necesita? ¿Ha demostrado ser una oposición funcional?
Unas han sido de cal y otras de arena. Por un lado, el Congreso ha frenado la principal preocupación que había al inicio, que era que el presidente Castillo desarrollara la agenda de gobierno que le dictaba Vladimir Cerrón. Por otro lado, pues sí ha habido errores, como presentar mociones de vacancia que no tenían suficiente base, para no hablar de los congresistas que simplemente se vendieron para darle sus votos al gobierno. Pero no hay que hacer una generalización, porque dentro del Congreso hay sin duda personas muy dignas.
—Usted ha sido canciller durante el primer gobierno de Alan García, durante el gobierno de Alejandro Toledo y, más recientemente, en la gestión de Francisco Sagasti, donde las urgencias eran otras. ¿Por qué un país necesita tener una política exterior funcional?
Es importante tener una buena imagen porque permite tener capacidad de acción exterior. La política exterior es una proyección de la política interna de un país; si la política interna está hecha trizas, evidentemente la imagen externa no va a poder ser buena y la capacidad de acción se verá muy disminuida.
—Hablemos de su último período como ministro de Relaciones Exteriores, durante el gobierno de transición.
Ese momento consideraba terminada mi carrera diplomática y de hecho había pasado ya al retiro.
—¿Cuando empezó la carrera diplomática, imaginó que alguna vez su principal función consistiría en conseguir y traer al Perú vacunas para frenar una pandemia?
No me imaginé que iba a ser convocado nuevamente para ser canciller en medio de una crisis como la que había en aquel momento.
—¿A Sagasti le costó mucho convencerlo de abandonar su retiro para ponerse otra vez la faja de ministro casi a los 80 años?
No tuvo necesidad de convencerme, porque cuando estalló la crisis [ Wagner asumió el cargo en febrero del 2021 tras la salida de Elizabeth Astete por el escándalo del ‘Vacunagate’], que afectaba también a la cancillería, en ese momento yo sentí la necesidad de encontrar la manera de resolverlo. Cuando me llamó el presidente Sagasti, no me sorprendió y acepté inmediatamente porque sabía que nuevamente el deber me llamaba.
—¿Volvería a aceptar algún llamado similar ante una crisis de ese tamaño?
Creo que ya no, ahora hay que dar el paso a los jóvenes. Ese es un problema que tenemos: la clase política no se ha renovado, y el sistema de partidos políticos está realmente de capa caída.