—Hace poco escribió sobre las etapas en que se divide este gobierno de Pedro Castillo. La primera etapa era la del miedo a ser otra Venezuela. La segunda, la del populismo errático. La tercera etapa incluía al Congreso y su inoperancia, y la cuarta implica las sombras de corrupción. ¿Cuál cree que sería quinta etapa, si la hubiera?
En la primera semana de abril se configuraron hechos que marcan un punto de no retorno. Creo que la mayoría de peruanos coincidimos en que él lidera una organización criminal desde el inicio, y comienza a organizar su gobierno en función a garantizar su sobrevivencia, hecho que configura lo que podríamos llamar la última etapa. Esta es una crisis terminal que no termina todavía. El otro elemento es Huancayo, la protesta que marcó la ruptura con lo que ellos llaman el pueblo. El tercer elemento es el fallido intento de enclaustrar a 10 millones de personas, porque ellos tenían miedo a que hubiera saqueos. Afortunadamente la población salió y se produjo un fenómeno de desobediencia cívica nunca antes visto. Pero el miedo es el eje articulador de su tumba.
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—¿Es el miedo lo que lo lleva a prometer cosas? Leyes contra monopolios, reducción del sueldo de funcionarios, la castración química, la constituyente. Es como un mitin fuera de tiempo.
Él todavía cree que proponiendo, hablando, diciendo, puede convencer. Están prometiendo cosas que no pueden cumplir. Pero, bueno, eso es parte del paquete un poco surrealista, que empieza con discursos desenfrenados de un primer ministro que ha perdido la cordura. Ellos han comenzado a pensar dentro y fuera del gobierno que si metes el tema de la constituyente, que estaba muerto, lo puedes convertir en una demanda popular que lleve a torcer el brazo al Congreso y al país. Los más radicales necesitan a este gobierno, que es manipulable, y quieren concentrar la crítica hacia el Congreso.
—En una misma semana, Cusco protestó contra el gobierno; antes, en el Vraem, los líderes indígenas se fueron molestos con Aníbal Torres. Luego Castillo fue rechazado por los comandos Chavín de Huántar y hasta un alcalde, el de Moche, le devolvió un premio al presidente en un abierto desplante. ¿Qué está pasando?
Se ha perdido todo respeto por la figura presidencial, porque Castillo ha hecho todo lo posible para que nadie lo respete. Hay corrupción, clientelismo, favoritismo. En fin, todo lo que conocemos ha destruido casi por completo la poca institucionalidad que había para hacer manejable nuestro país.
—Alguna vez usted usó la figura del cadáver político que aún no es sepultado por quien debería cumplir ese trabajo, el Congreso.
¿Qué estímulos tiene el Congreso? Quedarse es el principal estímulo. En segundo lugar, hay algunos congresistas, aparte de los ya directamente aliados, que tienen negocios, acuerdos, pactos. Ellos sienten que la caída de Castillo les puede causar un problema, pero deberían darse cuenta de que ya los están arrastrando a ellos al abismo, y que eso va a hacer mucho más fuerte el reclamo de que se vayan todos. A estas alturas del problema, se necesita iniciar una regeneración de la política peruana, y eso requiere elecciones generales.
—¿La idea que Sagasti planteó (recolectar firmas y adelantar elecciones) es atendible a estas alturas?
Es interesante lo de Sagasti porque, independientemente de las 75.000 firmas –que creo que se consiguen en dos días–, nos daría a los ciudadanos un espacio de movilización. Necesitamos que nos convoquen personas de altísima respetabilidad y que nos orienten por dónde ir. Ya pierdo el recato y me atrevo a proponer nombres: personas como monseñor Pedro Barreto y Max Hernández, Allan Wagner, Marisol Pérez Tello, el excongresista Richard Arce, los que están en el Congreso y tienen vocación de hacer cosas, como son Carlos Anderson, Roberto Chiabra, Flor Pablo, 10 o 12 personas que digan: “Ok, vamos a ponernos de acuerdo en medio de todas las diferencias”. Por supuesto no estoy excluyendo a nadie.
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—¿'Ajustar’ cuatro años y luego pasar la página y empezar de cero, acaso parece posible?
Pienso dos cosas. Uno: Pedro Castillo no va a cambiar. Dos: se ha demostrado que su presencia en el gobierno es terriblemente destructiva. Sí reconozco que estamos entrampados, no logramos encontrar las claves para salir de este problema. No creo que el Perú pueda soportar cuatro años. Ya estamos sufriendo un descalabro económico de proporciones. No puede ser un golpe de Estado, porque sería una irresponsabilidad, todo lo empeoraría. Tiene que ser una salida en el marco constitucional y, claro, con una calle que se imponga a los actores que tomen decisiones. No es imposible, puede darse.
—Usted era ministro del Interior cuando se realizó la huelga docente del 2017, cuando Castillo se hizo conocido. ¿Qué tan parecido es al Castillo de ahora?
¿Qué veo yo en común? Él era, como dijo Guido Bellido, un sindicalista básico, pero además oportunista y falto de palabra, porque planteaba una cosa y luego se retraía. Era efectista, como cuando le dijeron: “Tírate, tírate”, y se tiró. En esos años se conjugó una alianza entre Castillo y los fujimoristas, quienes lo apoyaron en la huelga. Es como el dicho: “Primero los chilenos, después Piérola”. Bueno, fujimoristas como Becerril pensaron: “Antes este dirigente radical que Kuczynski”.
—Curiosamente, de esa extraña alianza entre el dirigente Castillo y los fujimoristas surgió, pocos años después, el candidato que derrotó a Keiko Fujimori.
Hay dos razones por las cuales él es presidente. Uno, el azar, porque le tocó competir contra Fujimori y, como dijo alguien, hasta un panetón le ganaría a ella. Y en segundo lugar, porque había un rechazo a la política corrupta, y a este señor lo vendieron en un paquete tipo Robin Hood, de “no más pobres en un país de ricos”, y crearon una escenografía.
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