“Comunicar bien no es siempre decir la frase perfecta”
“Comunicar bien no es siempre decir la frase perfecta”
Gerardo Caballero

, investigador principal del Instituto de Estudios Peruanos (IEP), acaba de editar el libro “Incertidumbres y distancias: el controvertido protagonismo del Estado en el Perú”. “Lo que me parece que está latente no es el problema del Estado en sí, sino los estilos de intervención del Estado y de qué manera logra incentivar la inversión privada, la distribución social y la inclusión de algunos sectores relegados”, afirma.

—Desde los 90 hay una suerte de consenso en torno a que el Estado debe tener un rol reducido. Pero el primer ministro Fernando Zavala ha dicho que necesitamos más Estado en algunos sectores.
Hay un mayor énfasis en que el Estado no solo debe intervenir como garante, sino mucho más, en educación, en salud. La continuidad de [Jaime] Saavedra en Educación se explica por la preocupación de preservar la calidad académica de las universidades frente al panorama donde había universidades que no garantizaban calidad educativa.

—¿Cree que hay una renuencia a debatir la pertinencia de un estado de bienestar en el Perú?
En el Perú nunca hubo –por una izquierda quizá demasiado radicalizada y una derecha demasiado atenida a principios de que el intercambio económico lo solucionaba todo– una tradición socialdemócrata. Claro, ese estado de bienestar ahora está en crisis en Europa por problemas fiscales y entorno económico desfavorable. Pero una discusión así nunca se presentó.

—¿Quiénes tienen acceso en el Perú a los sistemas de decisiones del Estado?
A diferencia de lo que ocurría con Toledo, García y Humala, Kuczynski tiene una cierta congruencia en lo que uno supone que va a realizar y lo que ha prometido. Tengo la impresión de que tiene un grupo de tecnócratas que van a seguir esa línea, aunque existe el problema de si tendrá la capacidad para obtener lo que se propone y si tiene suficientes operadores.

—¿Qué puede hacer Kuczynski en este escenario?
Quizá la pregunta no es qué puede hacer. Yo creo que Kuczynski se propone hacer una serie de reformas dentro de una economía de mercado, pero con algunas políticas que yo llamaría de signo desarrollista, como asegurar el bienestar, solucionar problemas de agua, apoyar a los gobiernos locales. Tengo la impresión de que Kuczynski quiere un desarrollo con más elementos sociales, a pesar de un contexto mucho más desfavorable del que tuvieron García y Humala. Pero otras reformas, como la judicial, la electoral o implantar una política de seguridad van a tener oposición.

—¿Qué papel tendrá el fujimorismo en este esquema?
El fujimorismo es opositor, pero no tiene, me parece, claramente definidas cuáles son sus líneas de oposición tajante. El fujimorismo está en una disyuntiva en términos de sus intereses: si es un gobierno obstruccionista, eso va a ser percibido por la población, y este es un Congreso de los más desprestigiados en América Latina; si es colaborador en extremo, puede perder perfil propio.

—Hay quienes sostienen que, como el fujimorismo tiene mayoría absoluta en el Congreso, la democracia se fortalece porque hay un equilibrio de poderes real.
Creo que para la democracia es mejor un gobierno que no necesariamente tenga mayoría, pero sí la posibilidad de pactos, que pueden ser coaliciones de largo plazo o acuerdos para temas determinados. Eso en el caso peruano fortalece mucho más la democracia.

—¿Cómo describiría la relación entre intelectuales y técnicos en el sistema de decisiones del Estado?
En el gobierno de Toledo, en el de Alan García y a principios del de Humala había una especie de combinación entre personas provenientes de la tecnocracia, a quienes se les encomendaban los ministerios de Economía, Producción, Energía y Minas, y ministros más vinculados a una militancia partidaria. Kuczynski no tiene otros cuadros que no sean los procedentes de la tecnocracia tradicional. Lo que está pasando, me parece, es que esta tecnocracia está comprendiendo que no existen principios absolutos, sino que es necesario hacer política, comprender otras opciones y no únicamente las suyas.

—Se hace frecuente leer casos de presuntos conflictos por personas que van del sector público al privado.
Si bien se hablaba hace algunos años de las “puertas giratorias”, esas personas que iban de la tecnocracia al sector privado, en estos años también está surgiendo de manera gradual una tecnocracia estatal de alto nivel que presume que va a hacer su carrera dentro del Estado. Eso solo se puede hacer irreversible en la medida en que haya un aumento de ingresos.

—Según GFK, el presidente tiene 60% de aprobación. ¿Es parte de la luna de miel?
Existe un período de gracia. Pero además hay la idea de un presidente que aparentemente, aunque no es el estilo convencional, se comunica bien, y también que, a pesar de su origen vinculado al sector empresarial, puede promover un cambio moderado. Si yo fuera fujimorista, pensaría: “¿Cómo rompo esa imagen sin que me vean como obstruccionista?”. Parece bastante complicado.

—¿Kuczynski es una persona que comunica bien?
Comunicar bien no es decir siempre la frase perfecta, sino generar una cierta simpatía. Comete errores, pero los soluciona rápido. En un contexto de aislamiento político, esos errores pueden tener un precio. Pero, por ahora, hay un cierto sentimiento de empatía.

—Hace unos días se produjo una de las movilizaciones más grandes. ¿Se están creando en el Perú las circunstancias para un cambio cultural y dejar de lado el machismo?
En muchas partes de la historia del Perú hay una cierta articulación de valores liberales, sobre todo de tipo económico y no político, con valores conservadores. Tengo la impresión de que, de a pocos, los valores liberales, en términos de que cada uno pueda elegir sus opciones de vida, se van separando de las ataduras prescriptivas de los valores conservadores. Y dentro de esas tensiones entre valores liberales y conservadores, me parece que un punto de inflexión es el tema de género. Me da la impresión de que muy lentamente, pero de manera inexorable, esos valores conservadores van a ir perdiendo influencia en la sociedad, aunque todavía la tienen.

Cada sábado, el cardenal Cipriani genera críticas con sus declaraciones.
Uno puede tener cualquier creencia religiosa y, sin embargo, defender el estado laico. Cipriani tiene una concepción distinta. Él entiende que lo religioso y lo político están entremezclados y prescribe lo que se tiene que hacer en política, lo cual no le corresponde. Me parece que va contra ciertas corrientes de apertura que van surgiendo desde la propia iglesia. Tengo la impresión de que está corriendo el riesgo de un progresivo aislamiento. Sus prédicas parecen dirigidas a un grupo cada vez más reducido de la población, que se está haciendo más laica y más respetuosa de los pensamientos de los demás.

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