Las teorías conspirativas son tan antiguas como la historia misma de la humanidad. Y se expanden, especialmente en períodos de tensión política o en situaciones que desbordan la comprensión humana: guerras, crisis, cataclismos y, obviamente, pandemias. Las brujas durante la peste en Europa, la revolución francesa vista como una conspiración masónica, el complot de la plebe para tomar Lima en los estertores del virreinato o los chinos como culpables de la epidemia de peste en la Lima de 1907. O, en tiempos cercanos, la confabulación de la administración Bush detrás del atentado a las Torres Gemelas. Es como si cada sociedad y cada tiempo elaborara su propia teoría conspirativa.
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Y esta pandemia de coronavirus no ha sido la excepción. No parece casual que, en este tecnológico siglo XXI, estas hipótesis apunten a los avances de la ciencia: laboratorios biogenéticos que crean virus, vacunas con chips, antenas 5G, mascarillas contaminantes y complots que implican a multimillonarios de las nuevas tecnologías para controlar a gran parte de la población de la tierra. Un estudio publicado en el portal Statista, en junio de 2019, alertaba que un 30 % de los estadounidenses pensaba que los motores de búsqueda de internet discriminaban a los conservadores y un 27 % que el gobierno escondía alienígenas en el Área 51.
Pero no se trata solo de falta de educación, ausencia de tino o ignorancia. Las causas parecen ser más profundas. Los nazis amaban la música de Wagner y disfrutaban del arte, pero elaboraron toda una teoría conspirativa alrededor de gitanos y judíos. ¿Por qué es peligroso que, cuando un periodista le pregunta a Donald Trump si tiene algún grado de confianza de que el Instituto de Virología de Wuhan fue el origen del coronavirus, este diga: “Sí, lo tengo”; o que un cantante como Miguel Bosé rechace las vacunas y afirme en Instagram: “Sospecho que hay algo detrás”; o que un congresista peruano, como el señor Orlando Arapa, diga: “Nos han dicho que probablemente están circulando avionetas, drones, esparciendo coronavirus”?
Como dicen los expertos, lo grave de las teorías conspirativas y de las fake news es que siembran “semillas de desconfianza” o lo que los psicoanalistas llaman “sentimientos persecutorios”. Esas chispas que incendian la pradera en momentos de incertidumbre, crisis y miedo.
LA IDEA DEL DAÑO
“Ya sea por el collar de la abuela, por mantener el sitio en el trabajo o por el asesinato de Kennedy siempre va a haber algún tipo de teoría conspirativa”, dice el psicoanalista Moisés Lemlij. “En los momentos en que se desorganizan todas las estructuras sociales —agrega—aparecen dos fenómenos. Por un lado, surge el deseo de que venga un salvador, un Dios, un líder o quien sea, a sacarnos de esta situación; y por otro, te llenas de resentimiento y cólera, y buscas venganza y castigo. Entonces, crees que la pandemia no surge por un hecho natural, sino porque alguien te quiere perjudicar. Y ese alguien es, generalmente, a quien tú le tienes, desde antes, recelo o temor”.
Según el psicoanalista existe en nuestro país una antigua idea respecto al daño como enfermedad, y esa es ya una pequeña teoría conspirativa que sirve de base para creer en otras mayores. “Mucha gente piensa que se enferma porque hay un enemigo que la envidia, o quiere hacerle daño —apunta Lemlij—, un primo, un cuñado que quiere quedarse con un terreno, con una propiedad, esa es una teoría conspirativa individual muy arraigada. Entonces, cuando ocurre una pandemia esta idea pasa a lo social y se busca un enemigo mayor. Se piensa que te quieren poner un chip o que quieren bajar el nivel de productividad del mundo. La invención de una teoría conspiracional va de la mano con el ánimo de creer en una”.
En un estudio realizado, en 2017, los psicólogos clínicos Pia Lamberty y Roland Imhoff, de la Universidad Johannes Gutenberg, de Alemania, después de analizar a grupos de voluntarios, descubrieron que las teorías conspirativas eran más aceptadas entre quienes sentían la necesidad de ser diferentes, de destacar o pensar distinto a la mayoría. Algo que ellos llamaron “necesidad de singularidad”.
¿EL FIN DE LA VERDAD?
Ya desde mucho antes de la pandemia, el mundo había entrado en el limbo de la posverdad. Esto es lo que advierte el filósofo Miguel Giusti, quien acaba de editar el libro “Verdad, historia y posverdad”. “Yo creo que la posvedad —afirma— es otro virus que se ha ido difundiendo por el planeta y ha causado también mucho daño, pues ha penetrado todos los campos de la vida social, empezando por la política”. La crisis sanitaria lo que ha hecho es potenciar algo que ya existía. “Ha quebrado el sentido de la normalidad, ha desatado el miedo y ha generado un terreno fértil para la propagación de profecías, ideas conspirativas o soluciones mágicas. Incluso para el negacionismo en todas sus variantes”, añade el filósofo.
Por eso, a Robby Ralston, presidente del Círculo de Creativos Publicitarios del Perú, no le sorprende esta explosión de teorías conspirativas. “La verdad ha perdido magia —dice— y esto tiene que ver con el descrédito de sus grandes representantes: la iglesia, los partidos políticos, los presidentes, los estados, incluso medios de comunicación. En cambio, la mentira está cada vez más legitimada y hasta se ha vuelto un entretenimiento”. Cita como ejemplo un programa como “Alienígenas ancestrales”, al que History Channel le dedica varias horas a la semana. “Yo puedo lanzar una teoría disparatada —asegura— y no solo no me pasa nada, sino que puedo hacer dinero con eso, publicar libros, dictar conferencias, tener un canal en YouTube”.
COMUNICACIÓN Y OPORTUNIDAD
Llegar a la población en este universo de fake news no parece tarea fácil. Más aun porque el pensamiento científico —a diferencia de las pócimas mágicas— varía de acuerdo con los nuevos descubrimientos. En este caso, la comunicación no solo debe ser fiable, sino también oportuna y eficaz. Eso es lo que sostiene el experimentado publicista Jorge Salmón. “El Gobierno debió anticipar —afirma— una estrategia comunicativa cuando ya se sabía que el coronavirus podía llegar al Perú. Ahora estamos hablando de una campaña (la iniciada hace una semana) cuando la pandemia ya se ha extendido. El otro tema son los contenidos. Muchos creen que son exagerados, otros no, yo pienso que cuando la vida está en juego los mensajes se tienen que construir del brazo con los médicos y de acuerdo a la variada idiosincrasia del país, no es lo mismo comunicar en salud a un ciudadano de Loreto que a uno de Lima”.
Y mientras una posible vacuna empieza sus ensayos de fase 3 en nuestro país, resulta preocupante que un estudio del Fórum Económico Mundial (realizado entre el 24 de julio y 7 de agosto) señale que un 21 % de peruanos no piensan vacunarse por sus efectos secundarios o porque, sencillamente, no creen en ello.
Como dice Ralston ojalá lleguemos a “un grado de educación científica en nuestra sociedad y las personas no busquen tanto creer en algo, sino más bien se esfuercen por saber”. La pandemia podría ese punto de quiebre.
INTRIGAS A LA CARTA
Son varias y simultáneas. A pesar de haber sido refutadas por la comunidad científica, estas se difunden especialmente a través de redes sociales. Ellas están tomando medidas para evitar este flujo, como en el caso de los tuits del presidente Donald Trump. Cuando eso sucede, los difusores alegan “censura”.
1. El SARS-CoV-2 ha sido creado en el laboratorio.
Una de las promotoras de esta teoría, la bióloga Judy Mikovits, asegura en su documental “Plandemic” que existe una agenda oculta detrás del COVID-19. Desde su creación en laboratorios de China y Estados Unidos hasta el peligro de las vacunas.
2. Bill Gates está detrás de la pandemia.
Teoría extendida en las redes —por el grupo conspirativo QAnon— que señala a Bill Gates como el financista del SARS-CoV-2. El objetivo de Gates sería alentar la vacunación y deshacerse del 15% al 95% de la población mundial.
3. Las vacunas vienen con nanochips.
Aquí también se involucra a Bill Gates y a otro magnate como George Soros. Se dice que en las próximas vacunas se pondrían nanochips con el objetivo de “controlar la actividad cerebral”.
4. Vacunación con inteligencia artificial.
Una variante de la anterior. COVID-19 significa (no se sabe cómo) Certificado de Identificación de Vacunación con Inteligencia Artificial y lleva el número 19 porque se ideó en el 2019. Todo un plan secreto para controlar y reducir poblaciones.
5. El 5G propaga el COVID-19.
La última generación de telefonía móvil 5G afecta el sistema inmune y propaga el coronavirus. Esta teoría falsa llevó a que comuneros de Acobamba, en Huancavelica, retuvieran a trabajadores de telecomunicaciones por la creencia de que instalaban antenas 5G.
6. El coronavirus es una bacteria.
A pesar de los múltiples desmentidos de la OMS, por mensajes de WhatsApp se sigue afirmando que el SARS-CoV-2 es una bacteria y, como tal, se puede tratar con aspirinas o antibióticos.
7. El virus se esparce en avionetas.
Así lo informó el congresista de Acción Popular Orlando Arapa desde un programa radial en Puno. Su propio partido lamentó sus afirmaciones.
8. Las mascarillas son contaminantes.
El uso prolongado de mascarillas provoca intoxicación por dióxido de carbono e hipoxia. Y no solo eso, sino que activa el propio virus. Información desmentida ya por la OMS.
PUNTO DE VISTA
Papas, camotes y complots, por Fernando Vivas
Es un trance universal, pero el mal de muchos es consuelo de tontos. ¿Cuál es el origen de la actitud populista y anticiencia que se recrudece en algunos políticos? Digamos que se incuba desde que muchos ‘outsiders’ se enfrentaron a los partidos y poderes fácticos tradicionales, es decir, a la academia, a la tecnocracia multilateral, a las ONG y a los medios.
El populista se ahorra la farragosa metodología del razonamiento académico para llevarnos a simples certezas maniqueas: el pueblo es bueno y es víctima de conspiraciones de la casta manipuladora que está en el poder. Esa reducción es tan seductora para la derecha como para la izquierda.
Aunque parezca contradictorio, el populista mantiene su aura rebelde aun si está en el poder, pues se postula como quien acabará con las manipulaciones. Hasta Trump, el presidente más poderoso del mundo, tiene alguien a quien culpar y, entre otros, le tocó a los chinos y a la Organización Mundial de la Salud.
¿Por qué la pandemia enerva esta actitud? En parte, porque la respuesta a la emergencia ha provocado que la tecnocracia de la salud, reducto de científicos y académicos, se haya empoderado e instado a los gobiernos a tomar medidas drásticas que perjudicaron arriba y abajo. Es muy elocuente, por ejemplo, que el canciller brasileño Ernesto Araújo, conservador como su presidente Bolsonaro, haya acuñado el concepto ‘comunavirus’, para denunciar que el comunismo usa las cuarentenas para conspirar contra el capitalismo.
En el Perú, el rigor de la cuarentena fue tal que se generó esa misma paranoia de ‘comunavirus’ en políticos y empresarios. Que el exministro de Salud Víctor Zamora y el ex primer ministro Vicente Zeballos fuesen hombres a la izquierda del centro acrecentaba esa sensación que se disipa con la reapertura de la economía.
Tenemos políticos y autoridades que difunden las teorías de que las medidas de combate a la pandemia, o el virus mismo, son inventos para controlar a la población. Por ejemplo, el acciopopulista Orlando Arapa llegó a hablar de avionetas que esparcían el virus y el alcalde de Moche, César Fernández Bazán, se declaró en rebeldía contra la cuarentena y ha dirigido una carta a Vizcarra firmada con su sangre.
La Comisión de Salud agendó una exposición de Andreas Kalcker, promotor del dióxido de cloro; pero su presidente, Omar Merino, médico de APP, canceló la cita. Sin embargo, estas manifestaciones de anticiencia, a las que se pueden sumar declaraciones del controvertido gobernador arequipeño Elmer Cáceres Llica, son aisladas.
Prima la colaboración con las estrategias sanitarias del Ejecutivo.
Por ejemplo, se abrió el registro de voluntarios para la fase experimental de la vacuna del laboratorio chino Sinopharm y se llenó a los pocos minutos, con 6 mil voluntarios. Es decir, más pesa la confianza en lo que receten los médicos que el miedo a que nos inyecten un chip para que las superpotencias nos inoculen la ideología de género o el consumismo, escoja su extremo.