Solo una guerra súbita y sangrienta como aquella entre Israel y la franja de Gaza nos ha hecho dejar de mirarnos el ombligo. Aunque Rosselli Amuruz provocó, sin querer, que mirásemos el suyo.
1. Esto sí es una escalada
Hamas, el partido fundamentalista que controla la franja de Gaza, no podía invadir Israel. Ello escapaba a su desmesura. Pero incursionó unas horas, sorprendiendo al nacionalismo israelí y cobrando centenas de vidas civiles. La retaliación israelí ha sido mortífera. Lo de Hamas fue una suerte de inducción al calvario de su pueblo, teniendo una estrecha franja costera de 41 km de largo, y entre 6 y 12 de ancho, bloqueados por Israel. Ello es tan consternante como la normalidad con la que el primer ministro Benjamin Netanyahu ordenó el contraataque invocando la lógica de la venganza por encima de la seguridad y citó los versos del poeta judío ruso Jaim Bialik: “El diablo aún no ha ideado venganza para la sangre derramada de un niño”.
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La cancillería peruana, como muchas, condenaron el ataque gazatí (los otros territorios palestinos, controlados por el partido Fatah, son ajenos a la incursión) a sabiendas de que unas horas después vendría una réplica sobre la que sería más difícil pronunciarse. El propio Consejo de Seguridad de la ONU tuvo una primera reunión sin llegar a un acuerdo. El multilateralismo pacifista está en crisis mientras los nacionalismos extremistas se reafirman peleando entre sí. Pasa en todas partes. Acá también sucede, mientras la presidenta –en hora inoportuna– partió a Europa y tuvo que ofrecer el avión presidencial para recoger a peregrinos varados en Tel Aviv.
Muchos de los que hablan del conflicto lucen más preocupados por hacer el ideologizado balance geopolítico que por frenar la hemorragia. Estamos distantes de esta guerra, pero no del todo ajenos: dos peruanos han sido reportados muertos y hay una familia secuestrada. Ambas naciones, la israelí con estado soberano reconocido por la ONU y la palestina, con expectativa para serlo a pesar de su profunda división entre Gaza, dominada por el extremismo de Hamas y Cisjordania, con una búsqueda pacífica de reconocimiento, viven en permanente zozobra desde el siglo pasado. Este episodio bélico no traerá la solución, pero que al menos nos sirva de espejo para empequeñecer nuestras diferencias.
2. La mesa que nadie aplaude
El escándalo persigue a Rosselli Amuruz. Su falta de tino para elegir fiestas y compañía es similar a aquella para decidir dónde y cómo declarar. Perseguida en Pasos Perdidos –mientras la vocera de su grupo, Norma Yarrow, trataba de escapar por la puerta trasera– encaró al enjambre de micrófonos para pedir que solo se le inquiera por cuestiones parlamentarias. Hagámosle caso y preguntémosle qué siente al haber reducido a su antes briosa bancada de Avanza País a un silencio acomplejado y provocar una moción de censura a su espacio en la Mesa Directiva. Se salvó de ella, pero no de ser investigada en la Comisión de Ética.
Entre mochasueldos, ‘Niños’ y bancadas como las de Fuerza Popular, Renovación Popular y APP, que le perdonan la vida al mucho más cuestionable presidente del Congreso, Alejandro Soto, cebarse en Rosselli sería un exceso de hipocresía. Y un desaire a los millones que invirtió su difunto padre, Roger Amuruz, en la política.
3. ¿Por qué te vas?
Sin Castillo para bronquearse y en armonía convenida con Dina, la mayoría congresal no atina a buscar agenda legislativa propia. La inseguridad no puede ser un buen tema para ellos, porque le dieron facultades legislativas al Ejecutivo. Sin embargo, han interpelado al ministro del Interior, Vicente Romero, y ya se corren firmas para una moción de censura contra él. El Niño costero no los inspira. Pero el episodio Amuruz, con su exhibicionismo de frivolidad limeña, mostró debilidad en el Bloque Democrático y en su tácito oficialismo, lo que ha cedido paso a cierta iniciativa en la oposición de izquierda de raigambre regional.
Además de apuntar a Romero, el jueves, el congresista no agrupado Álex Flores (antes de Perú Libre) presentó una moción de vacancia contra Dina Boluarte que, en realidad, actualiza un argumento que ya se había planteado cuando realizó su primer viaje a Brasil: que la ley de desarrollo constitucional que la faculta a ejercer el cargo por vía remota es, en rigor, inconstitucional. Más que la esgrima de argumentos de vacancia, es la invitación a un engorroso debate técnico para concluir que la culpa la tiene el Congreso que aprobó la ley de marras. Entrevisté a Flores en RPP y reconoció que la responsabilidad política en las muertes de manifestantes era un tema más imperioso que los viajes, pero prefirieron apelar a la supuesta inconstitucionalidad de aquellos.
La “diplomacia presidencial” y las “invitaciones a empresarios para que inviertan en el país”, invocadas por Boluarte y sus ministros más adeptos, son narrativas que ya perdieron efecto. En lugar de calcular potenciales inversiones, la crítica a Dina calcula los gastos del viaje. El presidencialismo, con todo su poder simbólico, es tan opaco, que esa minoría congresal, desde el pozo de sus contradicciones y su descrédito, ya tiene en manos su primera moción vacadora. El viaje de Dina no será inconstitucional (ergo, motivo de vacancia) mientras el TC no lo diga (tampoco se le ha consultado), pero todo lo que pase en él se viralizará en su contra.