Desde diciembre, en plena escalada de protestas, Dina quiso viajar. Para ella no era un asunto frívolo, como lo ve el ciudadano sin millaje. Era algo muy serio, tan serio, que envió al parlamento un proyecto de ley para que, a falta de vices, el presidente del Congreso, entonces José Williams, la reemplazara. Sonó muy feo a los constitucionalistas: se rompería el equilibrio y se horadaría la dignidad de ambos poderes más de lo que ya lo estaba. Es cierto que se estaba inaugurando una nueva relación armónica entre Palacio y Congreso, pero que uno reemplace al otro, tampoco tampoco.
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