Alberto Otárola le pidió a su amigo Juan Jiménez Mayor que sondee quiénes asistirían a una convocatoria de ex primeros ministros. Con la ayuda de Jiménez, Alberto logró juntar a 7 el lunes por la mañana: Luis Solari (periodo de Toledo), Jorge del Castillo y Javier Velásquez Quesquén (Alan García), Pedro Cateriano (Humala y Vizcarra), Walter Martos (Vizcarra) y el propio Juan, que fue premier de Humala y ministro de Justicia cuando Alberto lo era de Defensa. ¿Y las mujeres dónde estaban?
Tenemos 7 primeras ministras en nuestra historia, todas en este milenio. En orden cronológico: Beatriz Merino (Toledo), Rosario Fernández (García), Ana Jara (Humala), Mercedes Aráoz (PPK), Violeta Bermúdez (Sagasti), Mirtha Vásquez (Castillo) y Betssy Chávez Castillo). El año pasado, el embajador británico Gavin Cook invitó (con excepción de Chávez, que aún no era premier) a cenar a las 6 y algunas recién se conocieron. La reunión fue tan animada que establecieron desde entonces un animado chat.
Cuando Otárola y Jiménez hicieron la lista de convocados, solo consideraron a tres mujeres: Merino, Jara y Fernández. Por el chat, las 6 se enteraron de todo. Fernández se excusó de ir por un viaje, Merino igual. Jara, que compartió gabinete con Otárola en el 2012, quizá hubiera ido, pero no quiso ser la única mujer, y también se excusó. La PCM se convirtió, el lunes 27, en un ‘club de Tobi’. Ninguna ex primera ministra asistió a la convocatoria del socio político de la primera presidenta del Perú. Las cartas de invitación eran genéricas y no incluían el género, valga la contradicción. A nuestras ex primeras ministras las trataron de ‘señor’. Su ausencia es una señal de que las mujeres perciben que el gobierno de la primera mujer ha extraviado su agenda mujer.
Pero no es solo una percepción de mujeres ilustres y empoderadas, eh. En el último sondeo del IEP, del domingo pasado, tan solo 11% de mujeres aprueban a Boluarte, versus el 18% de hombres. Sensible diferencia que no existía tres meses atrás. En el primer sondeo del IEP, el 27% de mujeres aprobaba a Boluarte y el 26% de hombres. ¿Qué pasó para que las mujeres empiecen a perder la confianza, más rápido que los hombres, en su primera congénere en el poder? Ahora se los cuento.
La otra Dina
Dina Boluarte juró el 7 de diciembre poniendo por delante su tierra apurimeña y su género femenino. Cuando tuvo que enfrentar las primeras protestas, en una crucial conferencia de prensa el 17 de diciembre, dijo repetidas veces que las atribuía a que muchos hombres se resistían a ver a una mujer en el poder. Sé que esa insistencia en una suerte de victimización feminista molestó a muchos de su entorno y se lo comentaron. Les hizo caso y redujo al mínimo esa línea de defensa. Es muy discutible que el factor género sea crucial para explicar la radicalidad de las protestas. Pero las referencias de la presidenta a una posible discriminación de su género, podrían haber servido como preámbulo de su apuesta por una reforzada agenda mujer. Pero no la hubo, a pesar de que intentó hacer un gabinete paritario, marcando una gran distancia con la predominancia masculina de todos los gabinetes de Castillo.
La alianza del gobierno con los sectores conservadores ha limitado seriamente esa posible agenda. He conversado con dos exministras feministas que compartieron gabinete con Dina, y me dicen que, sin ser feminista ni versada en asuntos de género, la percibían como una aliada. Por ejemplo, algunas de las varias veces que viajó, le dejaba encargada su cartera a Diana Miloslavic, ex ministra de la Mujer. Pero no se puede decir que promoviera una agenda de género ni mucho menos, pues bastante tenía con manejar su sector, el MIDIS, que desde las campañas de bonificación masiva de la pandemia, se convirtió en una gigantesca caja de ejecución de gasto.
Mira: El retiro del embajador peruano en Colombia.
Dina, y este es un dato que contrasta con la presidenta de hoy sostenida por las fuerzas del orden y por los halcones a los que lisonjea cada que puede; era una paloma de la ‘línea blanda’. Un ministro me contó que, en una ocasión en que se debatió la posibilidad de buscar una salida represiva para el conflicto en Las Bambas; ella estuvo entre los ministros que lideraron –y ganaron- la búsqueda de una salida pacífica y negociada. El entonces primer ministro, Aníbal Torres, era de la línea dura y armada. Dina era conciliadora y –como lo ha contada varias veces- se opuso a medidas radicales como plantear cuestiones de confianza al Congreso. Pero fue por una de estas, planteada por Torres, que se precipitó su llegada al poder.
Gobierno de machos
Es cierto que no es el gobierno mismo el que ha asumido una agenda contrarreformista en materia de género, sino el Congreso. Susana Chávez, directora de la ONG Promsex, me lo explica así: “Es el Congreso el que ha aprobado una serie de proyectos y leyes regresivas. Pero el Ejecutivo no hace nada al respecto, eso es lo que más nos preocupa”. Entre las leyes aprobadas (ver cuadros) hay una, la Ley 31498, que arrincona a la educación sexual escolar ante objeciones de los padres; y otra, la Ley 31590 que da más prerrogativas de tenencia de los hijos a padres inmersos en juicios de alimentos.
Hay varios otros proyectos, desde la eliminación del lenguaje inclusivo en textos escolares hasta declaraciones del derecho del concebido; que confirman al Perú como una plaza fuerte del conservadurismo en América Latina. Dina se ha definido a sí misma como una izquierdista progresista; pero nada más lejos del progresismo, que es liberal por definición, que apoyar una agenda como la de su ministro de Educación, Óscar Becerra, que le hace guiños al conservadurismo pro vida y pro familia. Cuando el ministro interpelado se refirió a las mujeres indígenas que habían llevado a sus hijos a las protestas como “peor que animales”; no lo botó ni le jaló las orejas en público como bien pudo hacer. Generosamente, calló y le dio un tiempo para que este difunda un video disculpándose.
La ministra de la Mujer, Nancy Tolentino, con voz muy baja, casi inaudible, tomó distancia de Becerra y, recomendó a las mujeres insultadas por su colega no llevar a sus hijos a las protestas. Con el mismo hilito de voz, tras el espantoso feminicidio de Katherine Gómez, quemada viva en un lugar público por la pareja con la que había roto, dijo: “Quisiéramos que las mujeres elijan bien con quiénes están, ellas deben estar conscientes que merecen estar libres de violencia y que no aceptan ningún compromiso o relación con una persona que no las respete”. Dicho en frío, el párrafo es intachable; pero dicho a guisa de comentario tras el crimen, fue muy inoportuno. Encajaba en la prejuiciosa reacción machista que se concentra en transferir algo de culpa a la víctima.
Lo curioso es que Tolentino es una veterana en el MIMP. Fue mujer policía que trabajaba en San Borja cuando Luisa María Cuculiza era la alcaldesa, y esta la llevó al MIMP cuando fue ministra. De allí, ha estado en varias gestiones y conoce muy bien el tema de violencia de género. Pero es una mujer evangélica y conservadora, que no se ha formado en la tradición del feminismo progresista que evita cualquier comentario patriarcal o revictimizador. No es pues, la ministra que se va a plantar ante Dina a exigirle que defienda su sector ante sus amigos halcones machistas. No es pues, la que le va le va a mostrar a la presidenta, retadora, el artículo de “Foreign Policy”, “Peru’s First Female President Has Blood on Her Hands” (‘La primera mujer presidente de Perú tiene sangre en las manos’), sugiriéndole que no le dé razón al titular.
Tolentino ha tolerado que en el DS 042-2023-PCM que expone la ‘política general de gobierno para este mandato presidencial’ (o sea, hasta el 2026), apenas se toque su sector en el Eje 3 (protección social para el desarrollo), de esta forma: “3.4. Fortalecer la prevención y atención de la violencia contra las mujeres e integrantes del grupo familiar. 3.5. Fortalecer la participación efectiva de mujeres en la toma de decisiones y ámbitos públicos.” La violencia feminicida, a pesar de que las noticias siempre la recuerdan, se relativiza al añadir ‘e integrantes del grupo familiar’ (o sea, todos protegidos y ninguno en especial). La educación con enfoque de género, y la transversalidad de este enfoque; quedan extirpados. La ministra Tolentino se excusó de conversar conmigo para esta crónica.
¿Nos tocó una presidenta machista o es una paradoja? Por los antecedentes que hemos contado, la paradoja es la mejor explicación. Dina no es una feminista reprimida ni tampoco una Margaret Thatcher. Es una política accidental a quien las circunstancias la empujaron a abrazar a la oposición a Castillo. Si en un momento quiso formar, con su improvisado primer ministro Pedro Angulo, una correlación de centro y derecha; ante las primeras protestas se aferró a la propuesta de Alberto Otárola, que no era el nacionalismo progre del humalismo, sino el de los halcones y los conservadores.
Entre enero y febrero de este año hubo 1704 violaciones y el 65% de las víctimas son menores de edad. Muchas violaciones producen embarazos que el dogma provida protege a rajatabla y muchos violadores son familiares, creando círculos insoportablemente viciosos, que el dogma pro familia prefiere ignorar. La realidad obliga a revitalizar el combate a la violencia de género; pero la primera mujer presidenta del Perú, quizá conversa, quizá a regañadientes, abraza otro dogma, otra agenda.