Seis meses después de haber iniciado su gestión como presidente, en los últimos días Pedro Castillo admitió en tres entrevistas periodísticas (las primeras que ha dado) que atraviesa una etapa de aprendizaje con errores de forma y fondo. Sin embargo, detrás de aquello que suena a autocrítica, el politólogo Eduardo Dargent, autor de “El páramo reformista”, un libro que ha tenido muy buena acogida, encuentra varios patrones de comportamiento político.
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—En una de sus respuestas a César Hildebrandt, el presidente Castillo dijo: “A veces uno se equivoca y uno aprende de los errores”, y luego: “Hay la necesidad de poner una mesa abierta para corregir algunas cosas”. Suena a propósito de enmienda, pero ¿qué ha aprendido realmente Castillo en seis meses?
Pero creo que eso no se transmitió, porque si uno hace un recuento desde la segunda vuelta, hay una y otra vez la persistencia en el error, y en el error patrimonialista, tan peruano, de nombrar a los amigos, a los conocidos, a los que se les debe favores. El discurso de ‘me he equivocado porque he querido hacer el bien’ se ve cuestionado por esta imagen más cotidiana de la persistencia en el amiguismo, la demora en rectificar el nombramiento de gente claramente inexperta o con antecedentes peligrosos. Eso de ‘estaba aprendiendo, ahora voy a mejorar’ se contradice, y mucha gente empieza a pensar que es más de lo mismo. Él rápidamente quemó su capital de posible reformador. Si el objetivo era mostrar un propósito de enmienda, se ha leído más como una improvisación y ausencia de autocrítica.
—La renuncia de Salaverry parece ser una muestra de que sigue aprendiendo a punta de errores. Es el enésimo nombramiento que acaba mal. ¿Por qué se resiste a buscar más allá de quienes lo cobijan?
No son errores. Creo que estamos muy atrapados en la polarización de la segunda vuelta. Algunos hablaban del gran ajedrecista que iba a llevar al Perú hacia un totalitarismo comunista, y cuyas acciones están planeadas y encajan; y otros tienen la versión benevolente de que es un presidente del pueblo, que está aprendiendo. Una mirada más ponderada y cuidadosa muestra otro panorama: el de un presidente inexperto, que ignora muchos temas de gobierno pero también imbuido de una percepción del poder equivocada, donde tiene que entregar cosas a quienes debe favores, sin hacer filtros, y eso carga lo peor de la tradición patrimonialista peruana. Creo que es un error pensar que todo es una corrupción criminal, pero también es un error pensar que es ingenuidad y desconocimiento.
— ¿Por qué una persona que debe tomar las decisiones más importantes en un país no lo hace? Por ejemplo, en los casos de Barranzuela, Maraví, o ahora mismo con la indefinición en el lío entre el Mininter y la policía. Juan de la Puente escribió sobre “su resistencia a liderar y su preferencia a flotar”.
Desde el inicio hubo una clara voluntad de no hacer el esfuerzo. Nombró un pésimo Gabinete, incentivó el miedo con un nombramiento terrible como el de Guido Bellido para primer ministro, no construyó espacios que pudieran asegurar que fluyera hacia los sectores de apoyo el mensaje de un gobierno distinto. Yo no creo que esto sea un error de buena voluntad. Se hizo una repartija de puestos en los ministerios, se colocó a personas completamente incapacitadas en varios de ellos. Ese acto inicial, el primer Gabinete, ha sido devastador al momento de marcar el ritmo del gobierno. Hay nombramientos adecuados en el BCR, no ha habido el despelote que se tenía en el sector Economía (aunque podemos hacer críticas), pero ese primer Gabinete demostró que había espacios del gobierno que estaban siendo regalados. Ese primer Gabinete marcó un patrón.
—En la entrevista a CNN, Pedro Castillo dijo: “Yo nunca pasé por una luna de miel, como se ha dado en los demás gobiernos”. Pero él no permitió ese período de gracia.
Él nunca construyó una luna de miel. Imaginemos cómo hubiera sido ese primer Gabinete si entraba Mirtha Vásquez en vez de Guido Bellido, y si renovaba el elenco nacional con técnicos de izquierda a la vez que daba garantías al otro sector nombrando determinadas personas que garantizaran que no hubiera improvisación.
—Suena a Alejandro Toledo. Hace veinte años, él tenía poco apoyo, conductas erráticas, se defendía usando la palabra ‘pueblo’ como escudo, decía que gobernar era difícil, pero su gestión, mal que bien, caminaba. ¿Por qué ahora se siente un retroceso?
La diferencia fueron los ministros. Pero ojo, no podemos endiosar lo que pasó entre el 2000 y el 2021, porque creo que ahí está la base de la insatisfacción, de la corrupción. El pasado no era hermoso e incubó muchos de los malos actuales, pero en ese momento se mantuvo cierta seriedad en algunos sectores y se iniciaron ciertas reformas. Hay algo más permanente: si hubiera ganado Keiko Fujimori, López Aliaga o Verónika Mendoza, probablemente no habría este grado de improvisación en los nombramientos, pero sí tendríamos un montón de problemas similares relacionados a la legitimidad del gobierno, a la forma en que se cuelan intereses desde el Congreso, la informalidad, la ilegalidad. Acá se plantean soluciones con un cambio de personal –vacar a Castillo–, cuando en realidad estamos ante un problema más de fondo.
—En abril del 2021, antes de las elecciones, usted escribió: “Castillo entiende la política en clave populista: hay una élite corrupta que tiene secuestrada a un pueblo virtuoso […]. Esa visión de la política también tiene una clara raigambre antipluralista”. ¿Aún cree que Castillo representa un riesgo autoritario?
Los politólogos en la campaña decíamos: ojo, más que preocuparnos del radicalismo, hay que preocuparnos de la dificultad de gobernar este país. Pero yo sí creo que Castillo y Perú Libre tienen una raigambre autoritaria, pero no la pueden desarrollar porque el contexto no lo permite. Por el lado de Perú Libre, se confirman todos los temores. Vladimir Cerrón habla en tono autoritario, no invoca a la sabiduría del pueblo, sino que es él quien le dice al pueblo lo que tiene que saber y decir. No le importa que la mayoría de encuestas diga que la gente no quiere asamblea constituyente porque él, que se entiende como traductor del pueblo, sí apoya esa constituyente. Él cree saber mejor lo que el pueblo quiere.
—En “El páramo reformista” escribe algo interesante sobre la mirada ideológica dura de los grupos de izquierda, que lleva a “una tensión entre la estrategia electoral y sus convicciones ideológicas, que con frecuencia pueden entrar en conflicto”. El cerronismo también cumple su primer semestre cerca del poder. ¿Ganará espacios Cerrón o se alejará silenciosamente?
Va quedando claro que no es una opción de alcance nacional, y también queda claro que es un peligro autoritario, se considera un iluminado, pero le ha caído del cielo esta atención. Dada la enorme fracción política, las banderas duras y llamativas pueden jalar votos. Lo mismo pasa con la derecha más dura que, frente a la fragmentación del resto, saca ventaja. Pero a Perú Libre se le está viendo como la criptonita de los movimientos de este tipo, porque es más de lo mismo. Cerrón ya logró una posición política, la va a explotar todo lo que pueda, tiene una vocación de construcción partidaria, pero ya quedó claro qué tipo de funcionario es.
—El gobierno de Castillo se marketeó como el gobierno del cambio. ¿Ya se perdieron las esperanzas de que haya siquiera alguna reforma? También escribe en su libro que los llamados a hacer las reformas “son parte del problema”.
Es un discurso grandilocuente sobre los grandes cambios que el Perú necesita. Eso se vio reflejado en la pregunta que le hacen a Castillo sobre el cambio de la Constitución. Esa ha sido su bandera pero, si un año después de que empezara a hablar de este tema en la campaña, suelta una serie de frases que tienen que ver con declaraciones o meras políticas, no está entendiendo por qué tiene que haber este cambio. Más allá de que uno esté a favor o en contra, se ha pauperizado el debate cuando uno dice ‘necesitamos cambiar la Constitución para hacer aquello que no estoy haciendo’. Es un proceso muy complejo, y la grandilocuencia se queda en nada si no hay capacidad de tener esa articulación entre capacidad política y técnica.
—¿Y qué hacemos con esa figura abstracta y a la vez amplia llamada centro? Todos quieren ser de centro, como si hubiera uno solo.
Es que el centro puede no ser nada. En un contexto fragmentado, si el centro no tiene ideas fuerza, se convierte en nada. En momentos de mucha polarización, los extremos llaman más la atención y hacen ‘sánguche’ al resto. Más que hablar del centro como el lugar donde está la mayoría, diría que la mayoría está dividida en una suerte de cortes. Hemos llamado centro a Acuña, a Toledo, a Acción Popular. Dicen: somos de centro porque no estamos con los locos de la derecha ni con los locos de la izquierda. Pero ¿qué son?, un cúmulo de intereses pequeños. Otros han intentado jugar esa carta, como el Partido Morado, pero más allá de las buenas intenciones también puede caer en la intrascendencia si no tiene mensajes claros sobre qué ofrece. Lo principal es articular alianzas fuera del tiempo electoral.
—También han sido seis meses de “aprendizaje” para el Congreso. ¿Qué han aprendido nuestros parlamentarios? Según las encuestas, ellos también tienen una aprobación bastante baja, y acusan una notoria inexperiencia.
En la campaña se habló de que lo más probable era que tuviéramos un Congreso de amateurs, y se ha confirmado que está lleno de intereses menudos, sin visiones de mediano plazo. Es muy difícil tener agendas reformistas.
—¿Y la oposición de la calle? Rafael López Aliaga parece haber bajado las revoluciones luego del fallido intento de vacancia. Pero tiene el dinero, tuvo votos.
Es el caso de un personaje de la derecha conservadora –muy de moda en América Latina en este momento– que dio un salto, se posicionó con algunos temas, pero sus propias limitaciones fueron abrumadoras. Es muy difícil ser un líder que promete mano dura cuando en realidad no puede controlar un debate en televisión. Pero sí tiene un espacio, ha agarrado un nicho importante.
—En “El páramo reformista” escribió: “La derecha popular no es la favorita de gerentes y empresarios, pero son sus ‘menos malos’ frente a opciones más reformistas o de izquierda”. ¿Qué pasará con Keiko Fujimori en el futuro? Se entiende el duelo por la muerte de su madre, pero antes de eso su silencio ya era atronador.
Creo que hace tiempo mostró que no tiene liderazgo para, primero, hacer una transformación del fujimorismo. Creo que va a sobrevivir en tanto tengamos un sistema fragmentado, donde es muy difícil conseguir apoyos suficientes. Con una aceptación de 10% o 12% puedes estar ahí, flotando por siempre. Así como tengo poca esperanza de que Pedro Castillo rectifique, tengo poca esperanza de que el fujimorismo pueda convertirse en algo distinto. Hay una serie de intereses mezclados ahí en los que se da la mano con quienes apoyan a Castillo: el transporte informal, las universidades no licenciadas, los mineros informales e ilegales.
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