A pesar de haber sido congresista hace más de 20 años, a inicios de siglo, Fernán Altuve recuerda claramente sus mecanismos internos para ejercer presión frente al Ejecutivo, algo en lo que, según dice, el Parlamento actual está fallando.
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—Esta semana ha habido de todo: voto de confianza, debates sobre vacancia, mociones de interpelación. ¿Siente usted que algo se ha avanzado hacia algún cambio posible respecto a la crisis?
No, la verdad que no. Considero que no se ha avanzado en ningún sentido, solamente se han desgastado más el Ejecutivo y el Legislativo en sus propias posiciones. Es una situación política de tablas, que deja a las dos partes no en situación expectante y favorable, sino desgastadas y más precarias de lo que estaban.
—¿Hacia dónde conduce esa precariedad? Dicho de otro modo: ¿es posible vivir de escaramuza en escaramuza por cinco años?
El mal institucional en el Perú, desde hace 200 años, es la confrontación enfermiza entre el Ejecutivo y el Legislativo. Cuando no van juntos, se van a producir roces desgastantes hasta que llega un momento, una circunstancia histórica, en que uno de los dos lados termina perdiendo por su desaparición política. Así se ha resuelto, desde 1914, con la destitución de Billinghurst, luego Bustamante y Rivero, Fernando Belaunde, Alberto Fujimori, Pedro Pablo Kuczynski, Martín Vizcarra.
—La lógica del que se cansa pierde.
No diría eso. Pierde el que en algún momento no tiene la suficiente fuerza para llevar su solidez hacia el otro lado. Digamos que el que se debilita más pierde.
—¿Y quién es ahora el más débil? Si lo vemos en términos de encuestas, ambos están magullados.
En estos procesos, los dos polos tienden a fortalecerse, pero estamos en un escenario curioso donde los dos tienden a hacerse autogoles. En las últimas semanas, los autogoles del Parlamento, sus propias debilidades e inconsistencias, sus contradicciones están en cierta manera poniéndolos contra la opinión pública, contra sus electores. Cada día hay menos respeto por los parlamentarios, no solo por las acusaciones de corrupción, sino por las inconsistencias. Ellos creen que están haciendo un juego ingenioso, pero la gente se da cuenta de que lo único que les preocupa son sus intereses particulares.
—En un comentario suyo en Twitter, habla de “congresistas egoístas y blindadores”. En concreto, ¿qué está haciendo mal el Congreso? ¿Cómo se generan esos autogoles?
En una situación como esta, con esa polarización, el Parlamento debería tener una fortaleza: la opinión pública y la calle. Pero, curiosamente, si uno ve las encuestas, la verdad es que la gente está muy mortificada con el Ejecutivo y quiere parlamentarios que tengan una posición y una postura firmes y comprometidas con su desánimo y su desagrado. Pero lo que estamos viendo es que los parlamentarios tienen un discurso que pareciera confrontacional, pero cuyos actos parecen de complicidad, y esa contradicción no se puede sostener mucho tiempo.
—¿María del Carmen Alva está a la altura del reto que representa ser presidenta de este Congreso y, además, rostro visible de Acción Popular? ¿No se ha desgastado ya?
El caso de Alva es muy complicado. Se ha convertido en el pararrayos de todos los disgustos. Ella está recibiendo todas las malas vibraciones del desagrado político. Por una parte me parece muy injusto con ella como persona y como política. Ahora, también es cierto que ella no ha logrado tener una posición propia. Mantenerse como miembro de Acción Popular y al mismo tiempo cabeza de un Parlamento no le ha permitido definir un bloque propio para ser fuerte. En esa posición de pararrayos, ella se viene debilitando. Ella está haciendo lo que puede en las circunstancias en las que está.
—¿Quién podría soportar esas cargas eléctricas? ¿Qué nombre le viene a la mente?
Si uno quiere ver liderazgo opositor dentro del Congreso, el general Roberto Chiabra se ha convertido en la figura representativa de la oposición. Ahora, es el parlamentario mejor visto por la oposición de la calle, pero dentro del Congreso no tiene todo el apoyo. Para comenzar, el partido que lo llevó –Alianza para el Progreso– no lo quiere, actúa contra él permanentemente. Es el mayor activo que tiene ese partido para el futuro, pero no lo quiere usar, lo quiere hostilizar, marginar. No sé si habrá el consenso suficiente entre las fuerzas parlamentarias opositoras para hacerlo presidente, que es lo que la oposición ciudadana quisiera.
—Tener ese arraigo en la opinión pública es su mayor fuerza, pero a la vez su mayor debilidad.
Eso muestra la relación espejo que mencionaba. El movimiento ciudadano crece en una posición, pero las fuerzas parlamentarias se deslegitiman porque, aunque hagan todas las cabriolas que quieran, no están obedeciendo a la ciudadanía a la que deberían representar. Si los parlamentarios escucharan lo que dice la calle, ya sabrían quién es el presidente del Congreso al que deberían elegir. Pero ellos están en la agenda egoísta de sus intereses particulares, o en la agenda blindadora porque a lo mejor son los niños del jardín de infantes del profesor.
—¿Y en qué parte del problema se ubica la oposición? La presencia de Keiko Fujimori es casi fantasmal, y la de Rafael López Aliaga viene y va.
Yo siempre he sido muy crítico con los principales partidos de la oposición. Como organizaciones, no tienen ningún interés ni voluntad de sumarse en algún frente conjunto, como la Concertación chilena o la Unión Nacional Opositora nicaragüense, o la Mesa de Unidad Democrática venezolana. Cada vez que se toca ese tema, ven la forma de mirar a otro lado. En el fondo, piensan que esta situación de alguna manera los va a terminar favoreciendo individual o grupalmente. Pero al final van a terminar perdiendo. Es un gravísimo error. Esos asesores, esos consultores, los dirigentes de segundo orden que tienen aspiraciones particulares siempre están viendo que un frente general les va a quitar acceso al poder. La oposición está siendo absolutamente miope desde el punto de vista partidario, y lo ha compensado con esa dieta de exposición pública, de mensajes, de discursos, esa dieta de propuestas; piensan que van a quedar ‘fitness’ para el futuro.
—¿No es iluso pensar que la gente va a buscar propuestas aterrizadas frente a tanta crispación? El caos podría también favorecer a políticos antisistema, a algún otro Vladimir Cerrón.
Pero en la oposición algunos ni siquiera piensan en un adelanto de elecciones, sino en el 2026, o sea en hacerse el muertito todo el tiempo que dure esto. A algunos sectores en los partidos de la oposición, en el fondo no les gusta la idea de adelantar elecciones. Ponen las firmas para la vacancia y todo, pero de tal manera caótica que parece que tuvieran interés en que esto no avance. Pero hay una diferencia: los señores de la oposición sostienen un andamiaje institucional, político y económico, y lo que quieren es convivir sin exponerse mucho con el caos que viene del Ejecutivo. En cambio el señor Cerrón y sus partidarios quieren destruir el andamiaje político y económico, ellos sí juegan al caos para que se produzca la destrucción de ese orden.
—En esta tormenta perfecta, uno podría esperar una reacción de la calle. Pero, siendo honestos, no está funcionando.
La calle en verano, un sábado, siempre va a ser menos intensa. Pero creo que la descomposición de la corrupción institucional, que viene sobre todo del Ejecutivo y se difunde a los demás sectores del Estado, y una potencial crisis económica van a hacer que este crecimiento exponencial de la oposición crezca mucho más. El problema sigue siendo la institucionalidad, que no sabe canalizar la demanda ciudadana o no le interesa, y el hecho de que no tenemos políticos que estén pensando que esto puede descarrilarse, sino en salvar su universidad, solucionar el problema de su partido o de sus intereses económicos. Tenemos una visión política bastante estrecha.
—¿Cuál es la alternativa, entonces?
Lo que ha sucedido con el señor Castillo no ha sido un meteorito, no llegó de la nada. Hay un conjunto de problemas que se han venido desarrollando a lo largo de mucho tiempo y no se han podido o no se han querido prever para que una situación de descomposición como la que hoy tenemos se dé. Todos los sectores o no lo vieron o no lo quisieron solucionar. Hay una responsabilidad a largo plazo, pero también hay una a corto plazo, porque lo que estamos viviendo hoy, este entrampamiento se vio desde el proceso electoral. Con los 20 mil votos que se impusieron en un lado sobre el otro, era imposible estructurar una gobernabilidad prolongada. Todo eso se advirtió. Para mí, la única salida sigue siendo la participación ciudadana en las urnas, que se vuelva a repartir la baraja. Quien gana, gana. Pero mientras esta lucha de legitimidades continúe, el desgaste va a continuar y no vamos a encontrar soluciones. Las elecciones anticipadas son verdaderamente la solución.
“El mayor problema es la corrupción”
—En algún momento usted defendió a la empresa Odebrecht. Visto en perspectiva, ¿cuánto del Caso Lava Jato se ha avanzado en el Perú?
Una aclaración: yo nunca fui abogado de la empresa Odebrecht en ningún contrato que haya tenido con el Estado. En el 2015, necesitaban a una persona que no hubiera trabajado nunca con ellos porque se iba a tratar la delación, que podría implicar la participación de estudios de abogados. Entonces, piden mi colaboración. Me pareció muy importante que la empresa se pusiera a derecho y que colaborara con todo lo que fuera exponer sus actos y a sus cómplices. Yo pensé que la información que se brindó serviría para que aquí hubiera un rápido movimiento de claridad, pero me parece que no ha sido así. La fiscalía, en tanto tiempo, no ha podido lograr construir casos para acusar. La actuación investigadora aquí no ha estado a la altura de la información que se les ha dado.
—En aquella época que menciona, dijo públicamente que Odebrecht no había financiado campañas o políticos en el Perú. ¿No es acaso innegable?
Lo dije con la información que la empresa me había dado en aquel momento. Después terminó reconociéndolo. Yo transmití la información que me dieron.
—Se lo pregunto ahora, entonces: ¿Odebrecht metió sus manos en la política peruana?
Definitivamente. Es claro que esa empresa, como otras, dieron dinero (que no era delito en aquel momento) a las campañas políticas.
—Otra vez miremos en perspectiva: la teoría apunta a que la falta de líderes políticos y la anomia de los electores se deben al hartazgo que causó Odebrecht.
El mayor problema es la corrupción. Odebrecht tenía una línea de actuación indebida, corrupta, pero también tenemos el ‘club de la construcción’. La tesis de que la corrupción vino de afuera es dudosa. Encima ahora se dice que hay un ‘club de la construcción’ chino. ¿La corrupción es una foto instantánea o es un proceso?