Ilustración: Víctor Aguilar
Ilustración: Víctor Aguilar
Fernando Vivas

He aquí una narrativa de buenas intenciones. Para resolver el impasse de decenas de migrantes, la mayoría venezolanos, inmovilizados en la frontera peruano chileno, hágase un corredor humanitario: que Perú , Ecuador y Colombia, y algún otro país si cabe, exceptúen de requisitos a estos ciudadanos sin documentos en regla. Tal narrativa la han pronunciado, sobre todo, autoridades como el alcalde de Arica, o políticos de Chile y Perú, buscando algo que suene amable y proactivo, que conjure la xenofobia.

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¿Acaso sabemos o pueden garantizar los migrantes que realmente quieren volver al país del que salieron porque no tenían futuro en él? ¿No se quedarían en el Perú? Esta narrativa se estrella contra la historia de la migración que, cuando se masifica, visibiliza a las fronteras y no a los supuestos ‘corredores’.

El concepto de ‘corredor humanitario’, en realidad, se usa para hablar de pasos seguros de gentes, víveres o medicina, en zonas de conflicto bélico. Extrapolarlo a países enteros y a sus fronteras en zonas de paz , es subestimar a la complejidad de la política exterior.

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¿Acaso Centroamérica y México es un corredor para llegar sanos y salvos a EE.UU? ¿Acaso es humanitario el Mediterráneo para los migrantes africanos o asiáticos que se lanzan en barcazas a sabiendas de que lo más probable es que acaben en un campo de refugiados europeo? La historia comparada de la migración no es de corredores.

Hasta ahora, los atisbos de solución a la tensión fronteriza con Chile, apuntan a vuelos a Venezuela, a pases individualizados y a la absorción local o chilena de algunos casos. Todo esto por humanitaria y excepcional ocasión. La idea del corredor, es una narrativa ingenua pues implica un flujo constante de exceptuados; mientras Perú y Chile quieren afirmar que no lo habrá.