Javier González-Olaechea Franco, quien se desempeñó hasta el último martes como ministro de Relaciones Exteriores, participó este jueves en una ceremonia en la Cancillería que dio inicio a la gestión de su sucesor, Elmer Schialer.
“No voy a leer un discurso tradicional, muy apropiado, por cierto, y el que entregaré en breve a todos los presentes y, con la venia del señor canciller, se colgará en las redes de la Cancillería. Más bien, voy a leer un breve texto de mi propia factura, así como el discurso también, que lo comencé a pergeñar hace cuatro horas”, manifestó el excanciller durante su participación.
Luego, González-Olaechea Franco comenzó a leer el poema “El honor de servir” ante los invitados y autoridades presentes en el patio del Palacio de Torre Tagle. Él indico que dicho texto lo incorporará a un viejo poemario que aún no ha publicado.
“El honor de servir”
Nunca pudiste imaginar,
acaso, ni en tu desvelo más rotundo,
cuán aferrado a tu terruño,
el significado de servir tan profundo.
Creyente y porfiado amante del Perú,
jamás anhelaste el voluntario destierro,
ya que tenías anillada a la razón tu porfía,
escuchando los que tu silencio te decía.
¡Escúchame público servidor!
te susurro como al victorioso romano general,
recuerda que esos aplausos son prestados,
hacen bulla, pero siempre como el río se agitan,
porque en su naturaleza se tropiezan pincelados.
Si cambian los vientos,
si cambian los rumbos,
si el camino es empedrado
¿por qué no habrían de cambiar los humores?
Lo que nunca muta o debe mutar,
es el susurro indeleble de tu interior,
es el amor hacia los tuyos,
es tu afán por el servir,
es el legado de honor recibido,
y que no es moneda de uso.
Escúchame necio,
no te alejes de los tuyos,
porque por la experiencia vivida y compartida, todos son tuyos,
porque la esperanza ajena ya no te es ajena,
porque es cumplir con tu fe como creyente.
Y así como el servicio debe obligarte,
igual las miradas no te perdonan los distingos,
porque entre el servicio público y el honor,
se funda en hierro una invalorable comunión,
con la que acuclillado te postras ante el Creador.
Y recuerda porfiado amante del Perú,
que no pudiste hacer invisible tu identidad,
que no pudiste esquivar las miradas,
porque al acariciar tus luengos sueños,
no quisiste esquinar ni ocultar tu identidad,
porque tus sueños también tienen otros dueños.
Acaso sin buscarlo despertares despertaste,
de un puñado a quienes la fortuna esquiva,
y de pronto te encuentras cara a dicha desdicha,
preguntándote ante hoy tanta sutil circunstancia,
¿y qué hiciste aquí?
Y no puedes eludir tanta interpelación,
de variadas edades y condición,
que implacable, horadan tu conciencia,
por la responsabilidad que asumiste,
plena de convicciones que sin fronteras compartiste.
Y de pronto te vuelves a encontrar cara a cara,
y por instantes se te nubla la razón,
y ya no te inquieres acerca de explicación,
dado que, al aceptar el servicio público,
no te cabe el derecho a interpelarte,
ni siquiera al momento que de tu sueño despertarte.
Y te asalta el honor de tus padres,
y ante ese tan brioso tropel recuerdo,
se encoge tu ser y aún tu más vana vanidad,
olvidando que los poetas helénicos ya entonces,
veían correr galopante, brioso y angustiado
un tropel blanco, cabalgado por el honor abrumador.
Y de pronto, retorna el retorno a tu vivir,
te despides ante los tuyos,
asimilando la evidencia,
sin deletrear lo hecho y lo encaminado,
en esta bella casa que abriste al público ilusionado.
Así que aprecien todos,
su belleza colonial,
y a los grandes que la habitaron
ante el escaso fluido de tu manantial,
aquí hoy presente ante el cielo gris y triste
de nuestra empinada capital.
Y sólo así debemos procurar servir,
es la tarea labriega del público servidor,
es unir dos claveles en uno y grande,
es la bella primavera de sentir
lo que el prójimo siente y resiente.
Mi gratitud me embarga y mi corazón se encoge.
Me rindo ante todos los públicos servidores
ante todos los custodios de esta tradición,
ante mis colaboradores más estrechos,
y qué menos, ante las tres reinas
que me rociaron con su bella entrega.
Y me rindo más aún ante mis muy queridos jóvenes,
capaces entre capaces, gentiles entre gentiles,
honrados entre honrados,
porque le recordaron a este cano pecho,
que no hay mayor honor que servir a nuestra Nación.
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