Por muchísimo menos, a Lucho Castañeda le decimos ‘Mudo’. Keiko no ha dicho pío en público en cien días y no le hemos puesto un mote por eso. Porque todavía es pronto para aquilatar el peso de su silencio.
Hay varias teorías. La más dramática es la sísmica. Que Keiko, como las placas tectónicas, acumula energía y la furia con que la descargue será proporcional al tiempo que calle.
Hay otra teoría dramática, alentada por el ‘no a Keiko’ poscampaña: que se postró de depresión tras la derrota presidencial, y de allí le vino un desdén hacia la opinión pública que se volvió crónico.
Una variante de esta teoría ‘naker’ es que no habla porque no tiene nada que decir. Que si en campaña fue inevitable pronunciar y agitar propuestas; en gobierno ajeno, aunque tenga mayoría congresal, no se motiva ni se inspira.
—¿No hay nada que decir?—
No hay una sola teoría. La del silencio sísmico es efectista. No hay razón –ni en su personalidad ni en sus antecedentes– para pensar que Keiko Fujimori quiera llevar la política nacional hacia una deflagración. Su silencio no es el efecto de una acumulación, sino de una contención.
Y esa contención en su comunicación personal con el país, ¿es un estilo o una debilidad? Tengamos en cuenta que sí tiene mucho que decir. Pero prefiere hacerlo a través de sus voceros. Tiene a los tres portavoces de la bancada (Luis Galarreta, Daniel Salaverry y Lourdes Alcorta), además de la vicepresidenta del Congreso, Rosa Bartra y, parcialmente, Luz Salgado, que, como presidenta del Congreso, no puede fungir de vocera partidaria. Tiene, además, otros congresistas que, sin ser voceros oficiales, suelen ser consultados sobre la coyuntura, como Úrsula Letona, Héctor Becerril, Carlos Tubino, Miguel Torres y algunos otros. Quizá falte en este abanico un cuadro que aparezca más ligado institucionalmente al partido que al Congreso.
Ellos son quienes tienen que batirse, por ejemplo, explicando por qué si Keiko prometió decisiones técnicas para el BCR, votaron por directores de perfil político como Chlimper o Rafael Rey. También son ellos, y no ella, quienes salen a capitalizar la aprobación ciudadana tras debatir y aprobar el voto de confianza al Gabinete Zavala; y, luego, el pedido de facultades legislativas. Ni para bine ni para mal, Keiko calla y evita a asistir a eventos o a citaciones judiciales. Volvemos a la pregunta: ¿Su silencio es cuestión de estilo o debilidad para la comunicación?
—Las dos cosas—
Políticos y analistas de todos los colores han anotado que Keiko Fujimori no es ducha en locuacidad expresiva ni en velocidad y aplomo para responder; aunque mejoró entre sus dos campañas y durante la última. En el par de debates con PPK, por ejemplo, tuvo una eficaz performance. Sin embargo, aun cuando se ha prodigado en entrevistas, se nota, más que en otros políticos, el ensayo de respuestas. En Keiko Fujimori, la aversión al riesgo de la palabra sigue siendo mayor que las ganas de expresarse. Prefiere oír y resolver, antes que hablar y arriesgar.
Habló, sí, cuando el momento lo hacía parecer inevitable. Hoy, con varios voceros y sólido dominio congresal, sin presión electoral, se da el lujo de callar. Y el costo que tiene su silencio ante una población que lo toma por desdén o defecto lo compensa con un trabajo político intenso.
Intenté comunicarme con ella, infructuosamente; pero sí pude hacerlo con gente de su entorno. Uno de ellos me dijo: “Ojo, el silencio no es inacción política”. Y para ilustrar lo que decía, me describió la rutina de Keiko: llega entre 8:30 y 9 a.m. a su local de Morochucos 140, en Camacho (se mudó del local de la calle El Bucaré, que estaba asociado al ex secretario general Joaquín Ramírez). Se va entre 8 y 9 p.m. Los martes va al restaurante La Hacienda, a la reunión de la bancada, pues los 72 no entran en Morochucos cuando debaten y votan a mano alzada. El Caso Vilcatoma se resolvió en una reunión extraordinaria conducida por Keiko.
Aunque su gente suele interactuar por WhatsApp y Telegram, dicen que ella prefiere la conversación presencial o telefónica. Se reúne semanalmente con su dirección política (voceros más Salgado y Bartra) y, de vez en cuando, con los presidentes de comisiones. Además de su gente, recibe a autoridades locales, cuadros del interior y posibles aliados. Con todo ese quehacer y con su sólido bloque congresal FP no ha creado, sin embargo, una suerte de ‘shadow cabinet’ paralelo al Ejecutivo.
Cuando pregunto, medio en broma, si oiremos a Keiko antes de las elecciones locales del 2018, las fuentes ríen y coinciden: “Claro que sí”. Pero no saben la fecha precisa de cuándo comenzará la descarga.
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"¡Las cosas en su sitio, señor presidente!", la columna de Juan Paredes Castro (@JuanParedesCast)► https://t.co/aT7Ehs9kDA pic.twitter.com/qhU9Lm8Ohv— Política El Comercio (@Politica_ECpe) 6 de noviembre de 2016