Hace un mes, el 25 de mayo, Keiko Fujimori cumplió 47 años y dio una señal, sutil, de que se había separado de Mark. No lo hizo en el salvaje Twitter, sino en el más cálido Facebook. “Con ustedes a mi lado, no necesito más”, exclamó, y colocó una foto suya con sus hijas Kyara y Kaori. Ese fue el primer anuncio público de que el matrimonio estaba desavenido. Hablé con una persona amiga de la pareja y me dijo que fue un proceso largo, sin un detonante específico, con mucha coordinación antes de dar la noticia. Amigos de ambos y correligionarios, piensan que tantas temporadas de tensión judicial —Keiko sobrevivió a una detención preliminar, dos periodos de prisión preventiva y la campaña más polarizada de nuestras vidas— minaron la cohesión de la pareja. Keiko lo comunicó en un corto hilo de dos tweets; Mark, que no tiene cuenta oficial en Twitter, lo hizo en el Facebook.
Muchos se preguntan, por mera reacción, si hay una estrategia política y judicial, detrás de la separación. A favor de esta suspicacia, está la ocasión: la noticia la comunicaron el martes 21, apenas dos días antes de la audiencia en que la Corte Suprema debía responder la apelación del Ministerio Público para que Keiko vuelva a la prisión (una resolución de segunda instancia ordenó su libertad en abril del 2020, en el contexto de la pandemia). Sin embargo, no hay razón para que la separación alterara la decisión de los vocales supremos, ni la tiene para alterar los cargos que pesan sobre ella y sobre él.
El anuncio no cambiará los argumentos de la investigación por lavado de activos, pertenencia a organización criminal y otros delitos derivados de la recepción y escamoteo de dinero ilegal en las campañas del 2011 y el 2016. De todos modos, Keiko enfrentará –imposible precisar la fecha- la etapa final de la acusación en la que el fiscal José Domingo Pérez sustentará porque pide 30 años y 10 meses de cárcel para ella por el llamado ‘Caso Cócteles’, cuya denominación quedó muy corta, pues derivó en una compleja pesquisa de todas las fuentes de financiamiento de sus campañas y de las redes de ‘pitufeo’ (fichar falsos donantes) para justificar el ingente ingreso de fondos.
MIRA | Estas son las claves por las que el Poder Judicial consideró que Keiko Fujimori debe afrontar su proceso en libertad.
Pérez pide 22 años y 8 meses para Villanella e indaga en los movimientos de MVV Bienes Raíces SAC, la empresa inmobiliaria que lleva sus iniciales y que, en la hipótesis fiscal, habría servido para lavar activos en la misma trama ilícita que la de su esposa. En abril del 2019, el juez Richard Concepción Carhuancho dictó, a pedido de Pérez, impedimento de salida para Vilanella; pero este fue revocado un mes después. Juntos o separados, Keiko y Mark, tienen una dura batalla legal por delante.
Comedia sentimental
“Fue amor a primera vista, nadie nos presentó”, decía Keiko en una de sus tantas entrevistas del 2016, cuando todo, hasta su matrimonio, entraba en la molienda de la publicidad electoral. La frase es elocuente porque combina un cliché romántico con una advertencia política: nadie preparó el encuentro, ninguno sabía nada del otro; fue puro pálpito, cero cálculo.
Esa es la historia oficial y está contada en clave de comedia sentimental gringa, pues sucedió en Manhattan en el 2002 cuando ella no era lo PEP (persona expuesta políticamente) que fue a partir del 2006, cuando se hizo congresista. En el 2002 era hija de un presidente prófugo, buscando matricularse en el MBA (master en administración de negocios) de la Universidad de Columbia, acompañada por su hermana Sachie. Mark cursaba el primer año y por eso coincidieron en unas escaleras del campus, se sonrieron y él se acercó. Ella, por precaución acordada en familia, no podía darle el teléfono a un desconocido y así se lo recordó Sachie en español delante del gringo desconcertado, provocando una risible tensión. He ahí la comedia. El relato de Mark, contado en otras tantas entrevistas, coincide en lo esencial. No entendía lo que decía Sachie, pero sí comprendía que objetaba el flirteo. En el 2010, Sachie se casó con el alemán Marc Koenig en presencia de su padre, en el penal de la Diroes. Pero esa es otra historia.
Melodrama
Mark era la fuga romántica y cómica, fresca y natural, de una historia donde acechaba la fatalidad del melodrama. Con la separación, el melodrama lo devora todo. No se puede entender el relato de este matrimonio sin esa tensión, casi de origen. Keiko y Mark se casaron en Lima el 3 de julio del 2004. El 7 de noviembre del 2005, el fujimorismo se convirtió, de reminiscencia del pasado reciente, en un movimiento dramático y espasmódico: su líder, Alberto Fujimori, voló clandestinamente desde Japón a Chile y fue detenido. El plan —si lo hubo— de un retorno triunfal a Perú libre de cargos penales, se convirtió en la pesadilla de un cuadernillo de extradición, vuelta a Lima detenido el 21 de septiembre del 2007, megajuicio y sentencia a 25 años de prisión efectiva por ser autor mediato de muerte, secuestro y lesiones graves.
Pero antes de ese revés, a poco de estar Fujimori en Chile, sucedió algo trascendente. Alberto le pidió a Keiko que entrara en política, que fuese algo así como su representante sanguínea, en la campaña del 2006. El plan había sido que el ‘Chino’ candidateara, pero ante la imposibilidad legal de hacerlo, se optó porque Martha Chávez lo reemplace y Keiko, que no tenía los 35 años mínimos para la presidencia pero sí para el Congreso, encabezara la lista por Lima. Eso sí, aunque inducida a liderar un movimiento armado por otros, buscó darle su propia identidad y lo logró en su mejor momento, la campaña del 2016. Luego volvió a asumir el legado.
En una de las dramáticas entrevistas que dio en los días que mediaron entre su detención preliminar y su prisión preventiva, Keiko recordó precisamente que ingresó a las lides electorales —era tácita en su amargura que la consideraba a la política ‘la causa de sus males’— porque su padre se lo pidió. Encaradas desde de esa clave biográfica, sus campañas no fueron solo esfuerzos competitivos, sino, en el mejor de los casos, mecanismos de defensa; en el peor, cruces que tuvo que cargar porque se vio inmersa en el círculo vicioso de defenderse políticamente de una persecución penal a su vez alimentada por las presuntas ilicitudes de su captación de fondos para hacer política. Así me lo dio a entender en una conversación del año pasado, cuando me admitió que se lanzó a su última campaña porque estaba presa y de pronto, en el marco de las liberaciones que favoreció la pandemia, se vio en libertad condicionada. Defender su libertad y postular por tercera vez a la presidencia eran opciones similares.
Toda la carrera política de Keiko y la mayor parte de su matrimonio se ha desarrollado con el trasfondo del fundador del fujimorismo encarcelado. Los meses que Alberto estuvo libre, tras el indulto navideño que le otorgó Kuczynski en el 2017, también fueron melodramáticos para Keiko, pues al denunciar la trama del indulto con los ‘mamanivideos’, provocó el procesamiento penal de su hermano Kenji. En realidad, el melodrama trascendía la prisión: en el 2016, tuvimos a una hija que quiso afirmar su identidad matando simbólicamente al padre.
Luego, tras su derrota electoral en el 2016, vino un giro espectacular. El melodrama se redimensionó y llegó a su patético esplendor, con ella de protagonista absoluta, cuando fue detenida preliminarmente el 10 de octubre del 2018. La orden fue por días, pero logró salir al sétimo, casi a sabiendas que muy pronto, el 31 de octubre, volvería a caer presa por tiempo prolongado, esta vez con prisión preventiva. En esa corta ventana de libertad que se le abrió, insinuó lo que les adelanté, que la política le fue, de algún modo, inducida por su padre y por los fujimoristas, y era la causa de sus males. Sachie, huidiza a la política y a las cámaras, apareció brevemente para sustentar ese razonamiento. Pero ese no es el discurso de Mark.
MIRA | José Domingo Pérez opinó sobre decisión a favor de Keiko Fujimori.
Bienvenidos a la carpa
Mark, a pesar de tantos juicios y pesquisas, ha evitado deplorar el ingreso de Keiko a la política. En su mensaje de separación, dice que “Keiko representa la perseverancia y valentía”, con lo que da a entender que no le enrostra haber vivido a su lado tres veces la ordalía electoral. En realidad, Mark, aunque no se inscribió en el partido, estuvo disponible para las entrevistas ‘humanas’, jamás para las políticas, y no temió calzar en los clisés del gringo que mastica el español aunque lo hable con fluidez, que baila con dos pies izquierdos, que alaba la sazón criolla, que se porta ‘meloso’ con su familia política.
El bullying contra la lideresa política de mayor antivoto, también le cayó a él, estigmatizándolo como alguien que, supuestamente, no trabajaba. En respuesta a esas feas leyendas urbanas, tuvo la oportunidad, ante la investigación fiscal, de mostrar su paso por la IBM y sus negocios inmobiliarios que abordó, según declaró, tras un curso de cuatro meses.
Si algún episodio quedan de 18 años de matrimonio es aquel de noviembre del 2018 cuando la defensa de Keiko, tras 13 meses de prisión, ganó un habeas corpus ante el TC que demoraba en ser ejecutado por el sistema penitenciario. Mark montó una carpa en las afueras del penal de Santa Mónica e hizo huelga de hambre por alrededor de dos semanas, hasta que su esposa salió libre. Sus declaraciones, ante la prensa y en diligencias judiciales, rebosaban de frases altisonantes –”Keiko, te amo, resiste”, “moriría por ella”, “si mi delito es amar a Keiko, condéneme”- que mostraban su entrega pasional, a pesar de la cruel hilaridad con que en las redes se procesaba su prodigalidad melodramática.
El matrimonio de Keiko con Mark, por contraste con el melodramatismo político del fujimorismo, estaba destinado a ser una fuga alegre, una pausa cómica sentimental. Así lo solía mencionar Keiko en entrevistas; así suelen mencionar los políticos atribulados a sus familias. Y lo fue, según cuentan quienes los conocen, según se puede observar en los reportajes y diligencias. En la última temporada, la hija mayor, Kyara, participó en el concurso Miss Perú La Pre y quedó finalista. Indagué si ello pudo acelerar las desavenencias matrimoniales, pero, según amistades de la pareja, no sucedió tal cosa. A Keiko le tocó jugar el papel de madre que apoya y a Mark el de padre reticente.
La separación ya estaba en el horizonte de la pareja y, según documenta Hildebrandt en sus 13, se habría hecho definitiva con la mudanza de Keiko y sus hijas a un inmueble que perteneció a su difunta madre, Susana Higuchi. El cambio de domicilio consta en documento enviado por su abogada Giuliana Loza, al Poder Judicial. Los cónyuges desavenidos prometen públicamente, como corresponde, velar por la educación de las hijas y mantener la amistad. Se acabó el amor, pero continúa la política y la judicializada cotidianeidad.