Jaime Bedoya

Un país emboscado por el encono y ahogado en la incertidumbre recibe una noticia extraordinaria: un compatriota ya ilustre recibe un añadido reconocimiento, esta vez asociado a la inmortalidad del lenguaje francés. La distinción ensalza su monumental obra literaria, escrita siempre con la peruanidad en su sistema sanguíneo, haciendo universal un ya inexistente bar del jirón Huancavelica donde resonará por siempre una pregunta que trágicamente parecería definir a este país. Mario Vargas Llosa responde desde Madrid sobre su vida y sobre el Perú con la honestidad intelectual que lo define. Mientras tanto, la mezquindad, por si fuera necesaria mencionarla, tirita y balbucea, como siempre.

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