“Todos los errores eran nuestros, ya era hora de que Castillo meta la pata”, me dice un dirigente del bloque opositor comentando el triunfo de José Williams en la presidencia del Congreso. Mi interlocutor se refiere a que Palacio dejó entrever, a través de sus aliados íntimos, el Bloque Magisterial y Perú Democrático, que su candidato era Luis Aragón de Acción Popular. Ello, de hecho, tuvo impacto a favor de Williams. Bien sea porque desanimó a algunos congresistas que querían posar de centristas votando por Aragón y desistieron de hacerlo para no pecar de apañadores de un ‘Niño encubierto’; o bien sea porque el interés de Castillo animó a su socio inamistoso, Vladimir Cerrón, a tomar otro camino e inducir a su bancada a abstenerse.
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Se acabó, pues, la mala racha del Congreso y volvemos la mirada hacia Palacio. El ministerio del Interior metió y sacó la pata entre el lunes por la noche y el martes de madrugada, removiendo a Harvey Colchado de la división de búsquedas de la Digimin (puesto desde el cual dirige al Equipo Especial) y reponiéndolo una vez que cayeron en la cuenta de que algo nombrado por una resolución ministerial y por una resolución de la Fiscalía de la Nación no podía deshacerse por un memorando. De paso, le dieron el presupuesto que le habían cortado desde agosto. Todo sucedió tan rápido, que no quedó rastro para saber si Huerta actuó a pedido de Castillo al meter y/o sacar la pata; o ambos trances fueron de su iniciativa o de la de un subalterno. Una hipótesis es que el viceministro de Orden Interno, Abel Gamarra, tiene más personalidad que Huerta y pudo comandar la temeridad. El jefe de la Digimin, el área de la que depende Colchado, Whitman Ríos, fue obligado a renunciar, culpándolo del estropicio de obstrucción a la justicia.
¿Pero algo así podría pasar al margen del presidente? Sí y no. Lo que varios personajes que han interactuado con Castillo cuentan es que éste escucha con aparente atención y, muchas veces, el interlocutor no está seguro de si su propuesta ha sido aceptada. Luego, empieza a ejecutarla sin estar ni del todo empoderado ni del todo convencido de que contará con el respaldo presidencial. Esto vale tanto al gobernar como –según tesis de la fiscalía- al liderar una organización criminal. La dificultad para tomar decisiones claras deja mucho sin resolver o se resuelve de tal forma que al poco tiempo se marcha hacia atrás.
Repuesto del traspiés del Mininter, Castillo saludó a Williams y dijo que lo invitaba a reunirse. Horas después, le hizo la invitación por escrito. Empezó el pulseo de poderes. Williams respondió que lo esperaba en el Congreso. Castillo se tomó su tiempo para replicar hasta que el jueves envió a Williams una carta aceptando ir al Congreso acompañado de 6 ministros y de un documento llamado ‘consenso por el Perú' que propone prioridades legislativas. Como la renuncia, vacancia o adelanto de elecciones descartadas según me respondió Aníbal Torres la semana pasada (“Ten tu vuelto, Congreso”, 15/9/2022), la mayor promesa fue realizar mejores designaciones, tras oír a los congresistas insistir -cualquiera lo haría- en ese campo desecho. Pero que Castillo se corrija en ese extremo es muy difícil. El mismo viernes amanecimos con la noticia de que la nueva ministra de la Mujer, Claudia Dávila, fue forzada a contratar como asesor viceministerial al ex subsecretario del despacho presidencial, Beder Camacho. El presidente no divisa el horizonte.
Dos más
Varios sesgos cognitivos y defectos de Castillo se mezclaron en la designación de Miguel Ángel Rodríguez Mackay como canciller: improvisación, deslumbramiento por la aparente sabiduría ajena, oír solo la última palabra, desconfiar de los buenos consejos, hacer creer al interlocutor que sí lo escucha aunque no haga caso, sobrevalorar al que dice lo que quiere oír, subvalorar al que dice lo contrario. Castillo había prescindido de César Landa con un simple mensaje de despedida, a pesar de que este llevaba la fiesta en paz con el cuerpo diplomático y no le dio batalla interna. Se encandiló con Miguel Ángel Rodríguez Mackay, quien había sido asesor del parlamentario andino por Renovación Popular, Gustavo Pacheco (que fue apodado ‘chauchiller’ durante su gestión congresal al mando de la Comisión de Relaciones Exteriores durante el quinquenio toledista). Rodríguez hizo migas con Javier Arce, parlamentario andino por Perú Libre, quien se convirtió, por breve tiempo, en ministro de Agricultura y fichó a Miguel Ángel de asesor. Arce lo introdujo al entorno castillista, hizo buenas migas con el jefe de asesores de Palacio, Luis Mendieta y hubo el ‘click’ presidencial con su engolada disertación geopolítica.
Internacionalista con ideas fijas, Rodríguez Mackay tomó decisiones sin la venia clara del presidente, como quitar el reconocimiento ya dado a la República Saharaui y anunciar que nos adheriríamos a la Convemar y despreciaríamos el acuerdo de Escazú. En el camino, provocó las renuncias de los embajadores en retiro, Manuel Rodríguez Cuadros a la ONU y Harold Forsyth a la OEA. Landa, con indolencia respecto al maltrato de su salida, aceptó volver, e inmediatamente retiró las renuncias del par anterior. El jueves visitó Torre Tagle un representante saharaui, lo que terminó de cancelar la corta era de Rodríguez Mackay.
Según mis fuentes palaciegas, para convencer a Landa de aceptar y a Castillo de convocarlo, han tenido influencia los ministros cercanos al presidente, es decir, Roberto Sánchez, Alejandro Salas y el propio Aníbal Torres. Esto le da a Landa el respaldo de gabinete que su predecesor no tuvo; pero, por otro lado, lo compromete a defender a Castillo como ellos, cosa de la que, por supuesto, el canciller querrá huir por la tangente. Algo similar le pasa al ministro de Economía, Kurt Burneo, que suele ser convocado a sentarse en la misma mesa del presidente. Ambos fueron parte del grupo que acudió a la reunión con Williams. El par, Burneo y Landa, padece la presión de hacerlos parte del grupo de voceros, como si hubieran jurado por Pedro y no por cualquier otra mejor razón.
La renuncia de Andrés Alencastre al Ministerio de Desarrollo Agrario (Midagri) fue más compleja y lastimera. Entró porque estaba en la banca desde la segunda vuelta del 2021 y Castillo lo había relegado para cumplir con otras cuotas e ideas. Primero, cedió el Midagri a un dirigente campesino, Víctor Maita; luego a una cuota del grupo de maestros, Óscar Zea; luego fue una atención a un personaje del entorno, Javier Arce, que cayó rápidamente por antecedentes carcelarios. Muchos de estos personajes, como Arce, rondan el entorno castillista y tienen palancas en los grupos de ‘chotanos’, ‘chiclayanos’ y personajes que influyen, desde su escasa experiencia en asuntos de Estado, en nada menos que las designaciones ministeriales.
Alencastre recibió un ministerio estragado por idas y vueltas de sus predecesores y no tuvo el carácter para introducir algunos cambios a su favor. Heredó la fatal decisión de importar y distribuir úrea a nivel nacional, a cargo de su ente ejecutor, Agrorural, cuyo primer intento se frustró en la gestión de Arce. Tuvo que esperar la frustración del segundo intento, para recién pedir la renuncia de Rogelio Huamaní, la cabeza de Agrorural, dirigente de Perú Libre en virtud de una cuota sectorial que Castillo había respetado hasta entonces. Alencastre reemplazó a Huamaní por Mario Rivera Herrera y se lanzó a un tercer intento, en lugar de convencer a Castillo de gestionar una adquisición de gobierno a gobierno o, mejor aún, lo que final y tardíamente hizo: dar bonos para que los campesinos compren a los importadores nacionales que sí cuentan con stock suficiente. He ahí un terrible de defecto de Castillo y entorno: a pesar de carecer de cuadros y experiencia, confía a la gestión pública problemas que el sector privado puede resolver con holgura. El despropósito costó la cabeza a Alencastre.
¿Y quién reemplaza a Alencastre? ¿Un experto gestor agrario? No. Tiempo atrás, en previsión de su renuncia, se barajaron diversos candidatos, cuyos nombres llegaban por diversas y azarosas vías a los entornos de Castillo. Uno de ellos era el del actual viceministro de Agricultura Familiar, Hugo Obando Concha; pero se cayó en el camino. Otro era el de Julver Vilca Espinoza, ingeniero puneño ex director del PEBLT (Proyecto Especial Binacional Lago Titicaca); pero ganó Jenny Ocampo, ingeniera agrónoma que hasta hace poco estaba a cargo de la dirección de pesca artesanal en el Ministerio de Producción y antes fue dos veces gerenta de desarrollo productivo de la región Lambayeque.
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Según una fuente del entorno castillista, Ocampo habría sido recomendada por el entorno de Samuel Dyer Ampudia, importante empresario agroexpotador, el mismo que fue víctima de secuestro en el golpe del 5 de abril de 1992; y que no ha perdido canales de comunicación con los últimos gobiernos. La decisión de fichar a Ocampo se habría producido en las últimas horas del martes y fue uno de los factores que demoró la juramentación hasta el insólito horario de las 10:30 pm.
Geiner Alvarado, como era absolutamente previsible por contraste a la impredictibilidad de todo lo demás, fue censurado el jueves. ¿Por qué juraron dos ministros el martes y no tres, sumando la renuncia de Alvarado? Aquí se mezcla la improvisación, el patear decisiones ineludibles y las ganas de enfrentarse gratuitamente al Congreso. Para remate, los ministros voceros intentaron cuestionar la censura con el argumento de que los cargos se le hacían por su gestión en Vivienda y no en el MTC. ¡Como si no se pudiera censurar a un ministro por antecedentes e investigaciones criminales que hacen insostenible una gestión¡
Alvarado fue censurado con 94 votos, 7 más que los 87 que se requieren para vacar a un presidente. Si el lugarteniente de una mafia de direccionamiento de obras públicas –según hipótesis fiscal- es censurado con 94 votos, no es imposible que la cabeza de esa mafia –según la misma hipótesis- atraiga 87 votos contra sí. Ese aguijón acompañará a Pedro Castillo a su segundo viaje a Nueva York.