Omar Awapara empieza a hablarnos de treguas y gabinete en formación, a partir de las noticias sobre las bancadas que han aceptado o rechazado la invitación de Dina Boluarte a conversar. Pero mientras conversamos, el foco de la acción ha pasado a las protestas que, fraseando de distinto modo sus consignas, coinciden en el reclamo de adelanto de elecciones.
—¿En qué parte de qué crisis estamos? Si solo hablamos de desequilibrio de poderes esto empezó cuando PPK ganó pon un pelo y enfrentó un congreso con mayoría opositor absoluta.
En términos institucionales esto empieza en el 2016. Hay procesos paralelos que se han conjugado en el 2022. Hay un proceso que empieza con el retorno a la democracia en el 2001 y se marca por la incorporación en el sistema económica con algunos ‘clivajes’, divisiones en la sociedad y esto se manifestaba en cada elección. La novedad del 2016 es que lo institucional se desborda por este accidente en que la persona que gana la presidencia lo hace con 20 escaños y la que pierde tiene 73, lo que hablaba bien de la representación nacional del fujimorismo, pero creó un desbalance del que no hemos salido y se agrava por los procesos políticos con escándalos de corrupción, la desafección hacia la clase política, las fallas del Estado reveladas en la pandemia. Todo esto es una tormenta perfecta que termina en la elección de Castillo. Además, a partir del 2016 empezó una dinámica marcada por el uso indiscriminado de herramientas que están en la Constitución pero no para ser manipuladas constantemente, como la vacancia, la disolución, la cuestión de confianza. En eso estamos entrampados desde el 2016.
—O sea, antes había una guerra fría y a partir del uso de esas armas viene la tormenta. Dina Boluarte ha pedido una tregua, pero hay un elefante que le cuesta abordar en sus escuetas declaraciones: el adelanto de elecciones. ¿Cómo lo va a afrontar?
Por presión. Lo que hemos visto es una celebración anticipada del Congreso porque es la salida que esperaban, por eso está feliz de darle una tregua. El problema es que era de las salidas menos preferidas por la ciudadanía. Ipsos ha recogido varias veces que la opción primera es que se vayan todos. Recién como tercera opción, aparece que alrededor del 10% quiere que Boluarte lidere una salida a la crisis. Los estamos empezando a ver.
—¿Qué tendría que hacer para que su derecho a soñar con llegar al 2026 sea exitoso?
Tiene que superar varios elementos en contra. El primero es que para la opinión pública no era una opción preferida. Luego, no tiene trayectoria política. Carlos Meléndez comentaba que tenía que apelar en una representación más regional, más nacional. El gran reparo es, ¿qué cosa significa eso? No tenemos esos liderazgos. Hay instancias como lo asamblea de los GORE pero, estos recién han sido elegidos con bajos porcentajes. ¿Cuán representativos son?. Ya las protestas que estamos viendo en algunas regiones, aparecen sin liderazgos, sin organización detrás.
—PPK se acercó a la asamblea de los GORE. No fue suficiente. ¿Podría haber otros liderazgos, surgidos de las propias protestas?
Es el gran problema. Pasó un poco con Sagasti en el paro agrario. Hubo tomas de carreteras y los que veían el tema decían que no había con quien dialogar, que era difícil identificar a los líderes. Un gobierno de Dina Boluarte no debiera ser un gobierno limeño tecnocéntrico sino recoger mucho más de las regiones. Es una opción lo de los GORE recién elegidos, pero me pregunto por su representatividad para mantener la fiesta en paz.
—Pedro Castillo gobernó por ‘cuotas’ para que no lo vaquen, puso a congresistas de ministros para que hicieran lo que quisieran. Dina Boluarte no puede repetir eso si quiere marcar la diferencia.
Es una parte del rompecabezas que hay que armar. Boluarte llega sin bancada, parecida a Martín Vizcarra. Tiene que ver a qué lado arrimarse. Podrá sentir que no le alcanza el apoyo de PL y los maestros y presiento que más bien buscará apoyo en bancadas de centro y de derecha. Podría buscar allí un mayor número de votos para sobrevivir. Y eso vendría a cuenta de lo que reclamarían los grupos de izquierda. El suyo es un gobierno de izquierda.
—Los extremos son irreconciliables, pero por lo menos tiene el reto de conciliar a los moderados de PL y de la oposición.
Habría que ver si en la oposición están dispuestos a pensar en una coalición que incluya darle un ministerio a los maestros o a PL.
—El reto sería plantearles un estándar técnico y una mínima adecuación a un plan general. Y que no sea un congresista.
Exacto, no tiene que ser un congresista pero puede ser alguien que tenga el apoyo o el endoso de una bancada.
—Su entorno es de izquierda progresista y ella es una nacionalista de izquierda algo desfasada.
Se le escuchó en Suiza en Davos y eso prendió varias alarmas. Se tiene que presentar como algo distinto de Castillo y ha demostrado una mayor flexibilidad para entender cuál es su situación y qué tanto podría ella impulsar esa agenda. Pero también tiene que entender que no encontrará eco en la oposición si lo hace. El Congreso ha celebrado como si fuera el fin del gobierno cuando en realidad es el fin de Pedro Castillo. Dina Boluarte fue elegida en su plancha. Claro, la conciliación es clave. No me imagino un giro a la derecha, o un giro progresista o caviar, como se le quiera llamar, o una ollantización; sin que se sientan traicionados los profesores o los de PL.
—O sea, te puedes imaginar el giro pero no que se queden tranquilos.
Más allá del gran problema que va a ser esto desde el punto de vista de la distribución de fuerzas políticas en el Congreso, esta tregua y lo que sea que resulte del gabinete; el problema va a estar en las calles, en las personas que puedan sentir que se traicione lo que votaron, más allá de Pedro Castillo. Las encuestas nos decían que hay gente que podía sentirse decepcionada pero aún pensaban que era un gobierno que los representaba y al que todavía le daban plazo.
—Problemas en las calles y en las carreteras. ¿Cómo ves el dilema para ella de enfrentar el tema del asilo que Castillo quiere en México? El entorno de Boluarte dice que ella no quiere aparecer como traidora de Castillo.
Es complicado porque ya intervino la justicia. Una vez que interviene, si hay prisión preventiva, es muy difícil. Es cierto que tener al presidente acá en plan víctima es como una papa caliente. Ya ha tenido eco internacional, como lo declarado por Gustavo Petro. Es vergonzoso que haya mandatarios que no hacen una condena absoluta. Claro, ella no quiere cargar con alguien que se martirice en prisión.
Mira: Dina Boluarte, una presidenta sin bancada.
—Pero no se lo perdonaría la oposición más dura que ya tiene a su ‘mártir’ Fujimori en prisión.
Exactamente. No imagino un escenario en ese sentido. No solo está la barrera legal sino la barrera política. Eso implicaría el abandono de cualquier posibilidad de tregua de parte de la oposición más radical.
—Mencionaste a Petro y eso me lleva a preguntarte si ves una crisis en el presidencialismo latinoamericano. ¿Las miserias de Castillo no sacan a relucir las miserias de otros? ¿La crisis no solo es nuestra sino latinoamericana?
Yo creo que sí y es una señal de alarma para lo que pasa en México y en Colombia. Esos dos presidentes tienen sin duda mayor capacidad que Castillo y también han enfilado sus baterías contra la prensa, la oposición, tienen una actitud confrontacional, aunque ellos encuentran más resistencia de los partidos que en el caso peruano. Todo esto en parte es explicable porque es uno de los continentes más golpeados por la crisis humanitaria y hemos visto el triunfo de presidentes populistas y el regreso de Lula en Brasil. Los gobernantes de izquierda de comienzos de siglo tenían más recursos, más dinero y había un proyecto continental. Ahora hay un tipo de populista más desfasado que emplea esa retórica del pasado. Es un camino que Castillo quiso hacer pero no podía, era un populista fallido.
—Y un autoritario impotente que se despide con un golpe de estado sin efecto.
Va a pasar a la historia como el golpe bobo, como muestra última de algo que ya no se ve en Latinoamérica. Ya los militares no intervienen en política. Fujimori lo hizo en el 92 y ya era un anacronismo.
—¿Estos episodios nos hacer ver que al menos hay instituciones que sí funcionan como suele decir Alberto Vergara?
No estoy tan seguro de qué tan fuertes son nuestras instituciones. Le han hecho frente a una amenaza pero en este caso fue una victoria fácil porque era un rival sin aplomo. No estoy seguro de si estas instituciones resistirán a un Bukele o a un AMLO o a un líder con más fuerza y planificación. Rodrigo Barrenechea y Daniel Encinas llaman a esto ‘una democracia por defecto’ y más que ser esto una virtud de nuestras instituciones es un defecto de nuestros autoritarios, de nuestros dictadores en potencia como Castillo. Es muy difícil pensar que alguien en el Perú pueda concentrar el poder de tal manera que ponga en riesgo a las instituciones. Pero si alguien logra hacerlo sería una verdadera amenaza para la democracia. Es increíble la manera en que la democracia ha sobrevivido a las crisis, a duras penas. Seguimos avanzando pero cada vez más debilitados. Hoy probablemente un número grande de personas quiera cerrar el Congreso realmente. Hay ahí unas pulsiones autoritarias que hay que mirar con mucho cuidado.