Roberto Pereira, defensor de Christopher Acosta, autor de “Plata como cancha”, me contó que, en un careo virtual con César Acuña, cuando éste explicaba al juez las razones de su querella, le preguntó por qué no había demandado a su ex esposa Rosa Núñez, a su expareja Jenny Gutiérrez Vaisman y a Matilde Pinchi Pinchi, que dijeron incendios sobre él.
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Para el abogado era fundamental hacer esa pregunta, pues le parecía absurdo que Acuña hiciera tanto escándalo porque Christopher reprodujera las frases de esos personajes que, en su momento, no había desmentido a viva voz alta o con demandas judiciales. Las declaraciones de Núñez, incluso, adornaron una vistosa portada de Perú.21 el 25 de noviembre del 2015, cuando arrancaba la campaña al 2016. “Me pegaba, me maltrataba y me escupía en la cara”, dijo la ex esposa del candidato presidencial y, a su vez, candidata congresal. Pero el aludido, mudo.
¿Qué le contestó Acuña a Pereira?: “Es que a ninguno se le ocurrió hacer un libro de eso”. Vaya, cuánto pesa en este hombre en busca perenne de reconocimiento, el mito del nombre propio en la portada imperecedera, la que resiste el paso del tiempo y queda en un lugar central de la biblioteca, junto a trofeos y memorabilia familiar.
Le pedí a Enrque Ghersi, el abogado de Acuña, que me confirmara la prevalencia que su cliente da a los libros en este mundo de lecturas cortas de mucha mayor difusión, que consiguen mil veces más likes y reproducciones que las publicaciones clásicas. Enrique me dijo que justamente le había hecho la misma pregunta y su respuesta fue: “Los periódicos pasan, pero los libros se guardan en las librerías y en las bibliotecas”.
Christopher Acosta me contó del único careo en que estuvieron todas las partes, es decir, él con Pereira, el editor Jerónimo Pimentel con su abogado, y Acuña y con Omar Toledo, del Estudio Ghersi. Cuando le tocó a Acuña hacer su alegato final, según Christopher, “no se dedicó a exponer frases y a demostrar que eran falsas, sino que hizo un discurso emocional, dijo que ya era un hombre de edad y le molestaba que sus nietos fueran a una librería y leyeran un libro así. Lo de los nietos lo repitió varias veces”.
Otra anécdota de libros: cuando arrancó la campaña del 2016, Acuña anunció que iba a vivir en una casa del populoso distrito de San Juan de Lurigancho, para atenuar su fama de millonario. No cumplió la promesa; pero los primeros días compareció en la casa para reportajes gráficos. El fotógrafo de El Comercio intuyó a simple vista que no vivía ni viviría allí, y se divirtió viendo un estante con libros que parecían recién comprados para la foto.
En un hogar de César Acuña, aunque fuera bamba, no podían faltar los libros. En su hoja de vida, tampoco podía faltar un libro con su firma. Pero, ¿cómo hacerlo, sobre qué tema, a quién encargarlo para que lo haga de tal forma que él y la comunidad lo percibieran suyo? No sabemos si hizo intentos de escribir uno por sí mismo o de encomendarlo a colabores discretos. Lo que sabemos es que la Unidad de Investigación de El Comercio registró, en plena campaña del 2016, el testimonio del profesor Otoniel Alvarado. Este contó que conoció a Acuña a mediados de los 90 cuando lo tuvo de alumno en una maestría de la Universidad de Lima. Se hicieron amigos y, según Alvarado, Acuña aprovechó la buena relación para sorprenderlo publicando su libro “Política educativa”, entera obra suya, con su nombre como coautor. También hubo otra edición en la que solo Acuña figuraba como autor.
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Alvarado no demandó a Acuña, pero pública y reiteradamente dijo que fue víctima de apropiación y plagio. Hoy se mantiene en silencio pues, como cuenta Acosta en el primer capítulo de “Plata como cancha”, participó en una conciliación extrajudicial en la que, con la condición de no reclamar nada, recibió un monto que adivinamos tentador.
Para este millonario que, además de la plata, mistifica el papel del libro y del cartón en la construcción del prestigio; debe ser insoportable la ironía de que la primera vez que apareció un libro con su nombre en la portada fuera desmentido y, la última, “Plata como cancha”, el autor es otro y lo escarnece.
Una más de libros: en el 2016 publicó, como merchandising de lujo para su campaña, un libro de mesa, un breve esbozo biográfico con más fotos que texto, sin su firma, pero con su imagen en la portada, bañado de masas en un mitin. Lo entrevisté con el tomo puesto sobre una mesa en su local partidario. Sonreía mirando la portada como si esta fuera un espejo. Quizá ese sea su único libro feliz.
¿Cuál violación?
He hablado con una persona que conoce y aprecia a César Acuña y prefiere mantener la reserva. Coincide conmigo en que éste da una importancia desproporcionada a lo que diga un libro respecto a lo que diga de él cualquier reportaje o artículo periodístico con decenas de miles de vistas. Por ejemplo, lo esencial de la denuncia de trasvase de fondos de la municipalidad de Trujillo hacia su partido APP, que habría perpetrado cuando fue alcalde, ya lo había publicado Acosta en la revista “Poder” de abril del 2012. El artículo se llamó “Acuña mete la uña”. Eso sola frase es más insidiosa que cualquiera de las 55 consignadas en la querella contra “Plata como cancha” y el aludido no hizo escándalo. Publicó un aviso con sus descargos pero no emprendió acciones contra Acosta.
Pero un libro es para él todo lo que ya conté y más. Primero, Acuña intentó fastidiar la difusión a través de la vía administrativa. Reclamó ante el Indecopi que había patentado la frase ‘plata como cancha’ y que otros no la debían usar, pero el ente desestimó su pretensión por muy genérica. Entonces vino la querella por S/. 100 millones, un monto que delata cuánto vale para él que su historia de éxito se trasiegue, de entre todos los medios, en un libro.
Quise indagar qué le molestó más de “Plata como cancha” y tres fuentes coincidieron en la respuesta. No fueron las historias de irregular trasvase financiero entre la universidad, el gobierno local y el partido, ni las acusaciones de plagio, ni los dichos de Pinchi Pinchi sobre el ministerio que le habría pedido a Montesinos; fue que se mencionara la historia de una supuesta violación. Eso lo sacó de sus casillas y lo decidió a hacer una querella que, según mis fuentes, no fue alentada por su entorno político. Por el contrario, los partidarios no simpatizaron con la causa y se nota, a juzgar por un frío comunicado de respaldo de APP y por el mutis tuitero de Luis Valdez Farías, Luis Iberico y otros connotados correligionarios.
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¿De qué violación habla el libro? En rigor, de ninguna. En las páginas 78 y 79, Acosta cuenta una historia muy triste que ya había tenido amplia difusión en la campaña del 2016 y fue aclarada por la supuesta víctima. Tras ello, vino un manto de respeto inusual en enconados tiempos electorales. Rosa del Carmen Gutiérrez Rodríguez, en 1988, era alumna de la academia preuniversitaria de Acuña, tuvo relaciones con él y de ahí nació un niño, que el padre reconoció y con cuya manutención cumplió. Juan Francisco Acuña Gutiérrez falleció en un trágico accidente en el 2009, a los 21 años.
Si se habló de violación fue porque lo dijo en la época, “El Popular”, un diario sensacionalista, y porque lo repitió la abogada Miriam Pilco, afirmando que la familia de Gutiérrez la buscó para interponer una denuncia por violación. “Acuña sí es un violador y lo afirmo con conocimiento de causa”, dijo Pilco. El juez Raúl Jesús Vega encuentra esa frase como difamante (punto 6.2.18 de la sentencia) pues, siendo tan grave, estima que el autor debió corroborarla. Sin embargo, Acosta cuenta esta historia, aclarando, para que el lector saque sus conclusiones, que Pilco, ahora difunta, era militante aprista y declaró al diario “La Industria” mientras estaba en plena contienda electoral contra Acuña en Trujillo. Tras leer esto, la impresión que se lleva un lector informado de los odios políticos corrientes, es que la última palabra en esta historia la tienen Gutiérrez y Acuña y esta es que no hubo violación.
Enrique Ghersi me confirmó lo que me habían dicho las fuentes en reserva; o sea, que para su cliente ese tema es, sin duda, el que más lo molesta y la principal motivación de la querella. Le comenté que la frase de Pilco está relativizada, prácticamente desacreditada por el autor, pero me replicó con otro pasaje, que no está incluido en la querella, pero está asociado a la cita de Pilco: “La posibilidad de la existencia de un acuerdo entre las partes, sin embargo, no es descabellada. Este libro viene exponiendo cómo este tipo de transacciones extrajudiciales son un patrón en la historia de César Acuña, cada vez que termina traspasando la ley” (pág 78).
Tras haber conversado con Acosta y tras revisar los párrafos en cuestión, no veo que el autor querellado insinúe que Acuña cometió una violación. Lo que se entrevé en esas líneas es que el autor sugiere que pudo llegar a un acuerdo con una familia que amenazaba interponer acciones legales contra un mayor de 36 años que dejó embarazada a su hija de 16 años. El asunto es que, según su abogado y otras fuentes, hurgar en este tema indignó tanto a César Acuña que encontró –esta es la desgracia colectiva- a un juez provisional que expedió un fallo de mayor impacto que cualquier cosa que diga el libro.
Después del fallo
El impacto de la condena fue mayor del que esperábamos. En pocas horas, quedó claro que los argumentos del juez Jesús Vega no solo eran desproporcionados contra Acosta y Pimentel sino que establecían estándares imposibles de cumplir para el ejercicio responsable de la libertad de expresión. No solo políticos de todas las tiendas reaccionaron contra esto, sino hasta embajadas y entes internacionales (Estados Unidos, Unión Europea, Gran Bretaña, Canadá, Naciones Unidas).
Indagué si el control de daños de César Acuña podría incluir el desistimiento de la querella. Si bien ello podría ser un alivio para los querellados, pues acabaría con el juicio; dejaría al fallo del escándalo sin ser revertido con un fallo de segunda instancia. Sin embargo, Ghersi me dijo que el jueves en la mañana se reunió con Acuña y este había decidido seguir adelante con el caso, “hasta la Corte Suprema”. Es más, habían decidido apelar por 17 frases en las que el juez no les dio razón. Los abogados de Pereira y Pimentel, por supuesto, harán lo mismo con las 21 frases por las que se los condenó.
El Poder Judicial, como era de esperar, fue asediado con críticas y preguntas. La respuesta habitual y cansina, en estos casos, es que los jueces son absolutamente autónomos, que el sistema que asigna a jueces provisionales funciona sin fallas y que la cabeza del PJ, Elvia Barrios, debe respetar la autonomía de cada juzgado. Pero el escándalo era demasiado grande como para que Barrios se refugie en la neutralidad. Algo tenía que hacer y fue silencioso. El martes escribió una carta a Pedro Castillo para que convoque a una reunión del Consejo de Reforma del Sistema de Justicia y se discuta allí el tema de la provisionalidad de los jueces. Jesús Vega es uno más de entre el 30% de jueces provisionales que resuelven justicia sin la calidad y la responsabilidad que se pueden esperar del juez titular promedio.
Un millonario indignado por un libro que dice cosas menos graves y más rigurosas que los miles de posts, tuits y comentarios que lo zarandean a diario; ha provocado un fallo que deja la puerta abierta a terribles abusos contra la libertad de expresión. Los entes que velan por ella están en emergencia. Algunos aprovechan para pedir, una vez más, que se despenalicen los delitos contra el honor y pasen a la vía civil, que venga en visita oficial el relator de libertad de expresión de la CIDH, que el Poder Judicial precise criterios para juzgar delitos contra el honor ponderándolos con la libertad de expresión, que se emprendan acciones constitucionales. Los dos condenados y los incontables ofendidos no se van a quedar sentados a esperar el fallo de segunda instancia.
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