Desde hace casi tres décadas, la historiadora Carmen McEvoy dicta cátedra de Historia Latinoamericana en la Universidad de South Sewanee, en Tennessee. Acaba de publicar la “Historia del Perú”, del veterano de Ayacucho José Basilio Cortegana (Biblioteca Nacional / BBVA), editada por ella y Marcel Velásquez. La distancia física respecto a su patria McEvoy la compensa con el permanente interés, que a veces es asombro, respecto a la coyuntura y la prolongada crisis en que esta se ha convertido.
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—Históricamente, ¿cómo se ubica la actual crisis que estamos atravesando? ¿Es nueva, es la misma?
Es una crisis sistémica. En el Perú se ha dado una sucesión de crisis desde la fundación de la República, debido a dos problemas que siguen reapareciendo sin encontrar una solución. El primero es el de la institucionalidad, que en teoría nos protegería de la corrupción que nos devora, y el segundo es el de la inclusión social. Y ello tiene que ver con el concepto dual de la república: como entidad organizativa y como una sociabilidad, generadora de una ciudadanía que debió transitar de lo político a lo social. De acuerdo con Juan Bustamante, la ciudadanía debía extenderse a lo que el congresista puneño llamó “los indios del Perú”. Este año se cumplieron 150 años de otra crisis sin parangón, donde un presidente, José Balta, fue asesinado, y sus verdugos, ejecutados y colgados en las torres de la Catedral. Era el fin de un orden forjado a sangre, fuego y guano, y el surgimiento del primer partido político con un proyecto que, con todas sus limitaciones, fue de dimensión nacional. La guerra del Pacífico lo truncó y luego las crisis se han sucedido hasta llegar a la más profunda y decisiva, porque se arrastra por siglos, que es la actual.
—¿Existe una manera peruana de resolver enfrentamientos como este o simplemente nos hemos contentado con barrer crónicamente debajo de la alfombra?
El método, que ciertos políticos lúcidos identificaron claramente a lo largo de dos siglos, fue institucionalizar la república y al mismo tiempo expandir la ciudadanía, pero, por el predominio de intereses particulares, el proyecto siempre abortó.
"En el Perú se ha dado una sucesión de crisis desde la fundación de la República, debido a dos problemas que siguen reapareciendo sin encontrar una solución"
—¿El golpe de Castillo fue el detonante de una ebullición espontánea o esta convulsión –según lo sugiere el derrotero de su gobierno y el verbo de sus aliados– tenía una dosis de premeditación y estrategia?
Era de esperarse que un país con la mortandad más alta por causa del COVID-19, donde las consecuencias económicas para los sectores vulnerables fueron terribles, igual que la desilusión con los políticos, que incluso se vacunaron a escondidas, terminaría enfrentando una crisis social de esta magnitud. Una tormenta perfecta; Boluarte transitaba por un campo minado. Sin embargo, también existió premeditación y estrategia, como lo señaló Vladimir Cerrón en su momento. Una lectura política respecto a lo que cabía esperar luego de la indolencia y abandono del Estado, inmerso en su consuetudinaria guerra de guerrillas por la prebenda y el poder.
—La responsabilidad del golpe ha sido superada por el drama de la pérdida de vidas. Castillo, desde la prisión, sigue firmando sus declaraciones como presidente de la República…
Hace poco leí que la mentira ha sido declarada un trastorno psicológico y, a estas alturas, es muy probable que Castillo lo padezca. No hay otra manera de explicar su negacionismo y falta de sentido de la realidad: ahora el golpe ya no es golpe y su viaje en auto, acompañado de su familia, a la Embajada de México, no fue búsqueda de asilo. Una verdadera comedia de enredos prebendarios e irresponsabilidad que precipitó la tragedia que estamos viviendo.
"No hay otra manera de explicar el negacionismo y falta de sentido de la realidad de Castillo: ahora el golpe ya no es golpe y su viaje en auto, acompañado de su familia, a la Embajada de México, no fue búsqueda de asilo"
—Este es, también, un enfrentamiento entre lo que se están llamando “narrativas”. ¿Cómo encontrar un punto de encuentro entre dos partes que solo creen en lo que quieren creer?
Muy difícil encontrar un punto de encuentro cuando la interpretación de los hechos diverge en lo fundamental: la existencia de un golpe de Estado [con un libreto bien conocido] o, del otro lado, su inexistencia. Esto, además del racismo que es otra de nuestras taras, permite comprender en parte el sustento de la otra narrativa: de que el golpe fue contra Castillo porque era un maestro rural y no, como bien sabemos, un pésimo servidor público con decenas de carpetas abiertas por corrupción. Lo que hay, pienso, es una yuxtaposición de relatos que no necesariamente coinciden en el tiempo pero que tienen asidero entre ciudadanos que se consideran de segunda categoría, y que están hartos de la política de los intereses personales.
—La confirmación de la propia opinión se ha vuelto más importante que la búsqueda de la verdad.
Vivimos en un mundo binario donde no hay matices y mucho menos autocrítica. Entonces, imponer tu punto de vista y ganar la partida, a como dé lugar, te imposibilita ver que tu contrincante posee algo de verdad y que si te detienes a escuchar puedes enriquecer tu mirada. En una cultura de guerra, como la nuestra, lo más importante es desaparecer al enemigo y su opinión, a través de la mofa, la superioridad moral y la calumnia o humillación.
—Hay varios puntos de tensión entre estas narrativas. Una de ellas es la defensa del orden versus el respeto a la vida. ¿Son excluyentes?
Pienso que, cuando la protesta amaine y nos sentemos a conversar, un tema clave de la agenda deberá ser la reforma, sino refundación, de la Policía Nacional, algunos de cuyos miembros están hospitalizados y uno incluso murió carbonizado porque decidió no usar su arma contra sus atacantes. Hay episodios de brutalidad policial innegables, ahí están los más de 60 muertos que nos duelen, pero también de servicio entre policías que aman su profesión y ofrendan la vida. Considero injusto generalizar y catalogarlos de asesinos, cuando se les exige contener a los manifestantes sin las armas ni el entrenamiento adecuado. Maquillar los problemas de fondo con un falso poderío, como ocurrió con el despliegue masivo en el Paseo de los Héroes, no le hace ningún favor al comando y menos a los policías. De lado de los manifestantes, estoy de acuerdo en que existen demandas urgentes. Pero es necesario definir los parámetros y protocolos de una protesta pacífica: tomar por asalto aeropuertos para destruirlos, como ocurrió en Juliaca, bloquear carreteras o quemar edificios públicos degrada e incluso pervierte una marcha por derechos y libertades civiles, cuyo sustento debería ser la no violencia y de ninguna manera el sabotaje del bien común.
—A las chocantes escenas de un payaso haciendo que niños llamen asesina a la presidenta, se suma ahora el grotesco crimen contra adultos y menores a plena luz del día. ¿Por qué está ganando la muerte?
Perú, “país dulce y cruel”, dijo alguna vez Jorge Basadre. La crueldad, la violencia y el desprecio por la vida van ganando la partida, no solo en la represión violenta de un Estado desde hace mucho tiempo demente, sino por el poco respeto que se le da a la vida a lo largo y ancho del Perú.
—¿Cómo se explica que desde la misma academia se pida la muerte para el extractivismo intelectual?
Más que embarcarme en una discusión bizantina que no conduce a nada productivo, lo importante ahora es subrayar la necesidad de que la academia peruana trabaje en el planteamiento de reformas que un Estado vetusto, como el peruano, demanda. El Perú cuenta con excelentes profesionales que conocen muy bien los problemas de sus respectivas regiones y ahora es el momento de unir esfuerzos para construir un Estado que sirva a la ciudadanía. Para que esta ciudadanía empoderada participe en la consecución de sus propios sueños. Muchos de los manifestantes tienen muy claro lo que necesitan y ahora es el momento que asuman su cuota de responsabilidad en el bienestar común de sus respectivas localidades. En ese sentido, plantear un nuevo proceso de regionalización, considerando sus múltiples voces, es fundamental, como también lo es tener en consideración la diversidad peruana que es nuestro mayor desafío y fortaleza.
"Lo importante ahora es subrayar la necesidad de que la academia peruana trabaje en el planteamiento de reformas que un Estado vetusto, como el peruano, demanda"
—¿Son estas las primeras señales de un escenario de preguerra civil?
La guerra civil nos ha acompañado a lo largo de nuestra historia, con momentos de alta y baja intensidad. Espero que este no sea el preludio de la lucha entre hermanos, sino más bien de reflexión y encuentro, basado en el respeto y el reconocimiento históricamente negado. Para ello es necesario un radical cambio de mentalidad y este tipo de procesos son muy lentos y en general marcados, desafortunadamente, por el dolor, la polarización y la incertidumbre.
—¿Dina Boluarte ha llegado ya al límite de sus competencias? ¿Qué le haría más bien al país, una permanencia a sangre y fuego o un paso al costado bajo riesgo penal?
Hay tantas maneras de analizar su negativa a la renuncia, que es su prerrogativa. Desde el temor a lo que se le viene por las matanzas del último mes, hasta un autoconvencimiento que sin ella todo se derrumba, como incluso lo ha declarado. El poder en el Perú nubla la razón y crea la sensación, por ser una cultura política bastante personalista, que tu permanencia es un factor imprescindible, aunque el costo social sea altísimo, como viene ocurriendo tanto en la actualidad como en otras coyunturas históricas. El caso más extremo fue el general Cáceres, nuestro héroe de la resistencia, defendiendo a sangre y fuego un régimen insostenible.
—Castillo y Boluarte iban juntos en la misma plancha…
Vale la pena recordar que sobre el director de esta producción política, con sombrero y lápiz incluido, pende una orden de prisión, lo que muestra la fragilidad y al mismo tiempo el voluntarismo de Perú Libre, cuyo nombre es también una ironía. Porque a este paso toda la fórmula elegida por Vladimir Cerrón puede ir presa por diferentes razones. Lo que se quedó en el camino, y debe doler a los que apostaron por ella, fue la refundación de la república o la publicitada “segunda reforma agraria”, sin fertilizantes a la vista. Porque la llegada de un maestro rural al poder fue, paradójicamente, para capturar al Estado y repartirlo entre sus allegados, traicionando las esperanzas de millones de votantes.
—¿Cuál será el costo democrático de la conducta demostrada por el Congreso en esta crisis?
Otra de las paradojas de nuestra historia es que, a los 200 años de establecido, el Congreso no solo es la institución menos respetada por la ciudadanía, sino que a sus miembros, salvo honrosas excepciones, solo les interesa el sueldo y los privilegios. El bienestar del Perú es lo menos importante y lo han demostrado en innumerables oportunidades, entre ellas el tantas veces frustrado adelanto de elecciones generales.
—¿En qué se ha convertido un congresista peruano?
En un ganapán, como se llamaba a los empleados públicos en el siglo XIX, cuyo objetivo es mantener el sueldo y las prebendas asociadas al cargo. Con contadas excepciones, el congresista peruano es un ser irresponsable y capaz de cualquier cosa con tal de mantener el poder.
—¿Las elecciones anticipadas, si es que finalmente llegan, detendrán la decadencia del Legislativo?
En este momento, las elecciones anticipadas son un mecanismo para descomprimir tanto malestar contenido y evitar que el conflicto social escale a niveles incontrolables. Nada más que eso. La decadencia puede continuar.
—Los ‘presidenciales’ ya escuchan el llamado del destino para salvar el país. ¿Cómo imagina que será el próximo presidente?
No puedo imaginarlo porque los presidenciales entran y salen de un escenario muy volátil y, por otro lado, el electorado no deja de sorprendernos con sus decisiones. Lo que sí imagino es que luego de este estallido social, el poder estará mucho más disperso entre millones de peruanos y peruanas que antes no se sintieron representados y, luego de estas semanas tan intensas, irán definiendo una agenda política propia, más inclusiva y participativa. Será necesario resignificar la política y la democracia, de cara a un siglo XXI que nos espera con una infinidad de desafíos, entre ellos la defensa de la vida que, ahora más que nunca, está amenazada en sus múltiples expresiones.