Mientras lee una resolución ministerial antes de estampar su firma, un asesor y un vice ministro hacen guardia en su despacho y el Whatsapp se llena con mensajes de amigos, colegas o ilustres desconocidos, que piden una cama UCI para un ser querido que casi no respira. Varias de las gestiones y respuestas de Víctor Zamora son, literalmente, de vida o muerte.
Al atribulado ministro, al presidente Martín Vizcarra y al primer ministro Vicente Zevallos, a María Antonieta Alva (‘Toni’), ¿les queda tiempo y energía para pensar en su futuro político pospandemia? Sí y no. Es muy difícil pensar en el futuro personal mientras se gestiona una tempestad nacional. Pero, en alguna pausa, en algún claro de la tormenta, la propia autoridad o su entorno, sí lo puede hacer.
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Formas y ambiciones
Hace poco, en marzo, a Zamora no lo conocía el presidente. Entró súbitamente a reemplazar a Elizabeth Hinostroza, porque en Palacio se convencieron de que ella no daba la talla y recogieran buenas referencias sobre Zamora como epidemiólogo con experiencia de gestión. Rápidamente se puso las pilas y se ganó el respeto de Vizcarra, más no la amistad que reserva a muy pocos.
Una fuente me dice que entre presidente y ministro ‘hay una relación seria’. En efecto, hay una seriedad protocolar en las conferencias del mediodía cuando el ministro dice ceremoniosamente ‘sr. presidente’, casi como muletilla antes de responder cualquier pregunta. Vizcarra le corresponde con cierta forzada obsequiosidad.
Zamora puede recibir las preguntas más duras y hasta los reclamos trémulos de enfermeras y consejeros regionales, sin perder las formas y sin que se le descuadre la mascarilla. ¿Un hombre que en medio de la tormenta guarda las formas, también guarda sus ambiciones? La relación entre unas y otras es parte de la más íntima y secreta condición humana.
El ministro es un hombre con ideas políticas de izquierda y de largo aliento que comparte con varios de los que convoca a los grupos de asesores; pero antes que eso es un salubrista. Sin embargo, su aparato de comunicaciones empezó a llenar su cuenta de fotos oficiosas, casi celebratorias, normales en otras circunstancias pero no muy a tono con la crispación del momento. Algunos críticos del Minsa hasta han acusado el ataque de posibles troles concertados. Es muy difícil saber si aquellos existen o son defensores espontáneos; pero el episodio deja un sabor amargo. Juan Carlos Ruiz, conocido del ministro, fue contratado como asesor en comunicación estratégica. En el pasado fue asesor de Edgar Alarcón, y eso vale la pena citarlo, pues el ex contralor tuvo la audacia de politizar sus conversaciones grabadas con ministros ppkausas, entre ellos, el propio Vizcarra.MIRA:
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Indagué en el Minsa y me dijeron que Ruiz no ha sido despedido, pues lo contrataron para un encargo específico respecto al Covid 19, y algunas de sus ideas fueron aceptadas, otras no. Su encargo estaría por acabar y, me negaron que hubiera una campaña de troles.
Fuera de este episodio de ‘no me asesores, compadre’, Vizcarra mantiene la confianza en el criterio salubrista de su ministro y en más de una ocasión, se ha ahorrado la ronda del mediodía y lo ha dejado suelto para que llene su vacío y encare a la prensa. Al presidente le entusiasman los variopintos y coloridos expertos que el ministro le presenta y terminan exponiendo sus ideas en Palacio. El último de ellos fue Ragi Burhum, autor del ensayo “El martillo y el huayno”, que, de paso, critica sutilmente la estrategia frustrante de los martillazos.
Lo insólito es que en los últimos mediodías hemos asistido por la TV a conferencias en las que el presidente critica los martillazos como si fueran ajenos y no una estrategia que nació en el Minsa, pero fue plenamente asumida por él y su gabinete. Y se le sumó una contagiosa práctica policial de detenciones a trasgresores aislados, mientras se descuidaron los principales focos de contagio en mercados y colas.
Se ha asumido que el ex ministro Carlos Morán renunció porque no supo manejar casos de corrupción en su sector; pero un ingrediente de su salida –me lo confirmó una fuente- también ha sido la mala evaluación de haber exacerbado tanta detención infecciosa sin haber orientado a los policías a evitar contagios y, luego, no preocuparse demasiado por su suerte. Es triste decirlo, pero la policía, además de cumplir una esforzada y riesgosa labor, ha provocado muchos contagios a propios y extraños.
El Minsa no está solo en su cancha. Essalud, a cargo de Fiorella Molinelli, ha cumplido varios encargos con eficiencia y celeridad. Implementó la Villa Panamericana y la ampliación de uno de los hospitales de Ate. Su jefa, Fiorella Molinelli, fue el brazo derecho de Vizcarra cuando era ministro de Transporte, y este confía en sus habilidades. La rivalidad del Minsa y Essalud es de larga data, pero hoy más es lo que suma, salvo algunos celos y muecas rápidamente apagados por la pandemia y por la existencia del Comando Covid 19.
El comando se creó justamente para que no chocaron esos 2 entes, además de los hospitales de las fuerzas del orden y el sector privado. A la cabeza está Pilar Mazzetti, celebrada por ser la más franca de todas las voces autorizadas en la pandemia. Hasta Vizcarra la celebró, casi llamándola ministra, en una conferencia, por decir las cosas que él no se atreve a decir sino están previamente ecualizadas. Mazzeti tiene un encargo ejecutivo temporal, sin la abrumadora carga de Zamora, pero, además, tiene el carácter que le permite hablar de muertes y martillazos en falso, sin guardar formas ni cálculos.
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¿Rockstar yo?
‘Toni Alva’ tiene presiones parecidas a las de Zamora, pero vienen de otro tipo de damnificados, de esos que piden que los dejen operar porque sino quiebran. Gremios enteros que representan varios puntos de PBI, cientos de miles de familias a las que no le llegan los bonos ni porque fueron mapeadas en la Enaho (Encuesta Nacional de Hogares), SOS de cada ministerio y región reclamando el plus que se les prometió.
La ministra de 35 años es un valioso capital del vizcarrismo, lo que no significa que carezca identidad y talento propios, sino que su promoción a la cabeza del MEF y las prerrogativas que tiene para dejarse oír, la hacen sentir cómoda y agradecida. El portal Gato Encerrado contó que habría tenido una fuerte fricción con Vicente Zeballos, pues se habría opuesto al impuesto a la riqueza del que este habló, y hasta habría amenazado con renunciar.
Dos fuentes palaciegas me niegan que siquiera haya habido tal fricción. Admiten que la idea no fue de Alva, sino que surgió en un ‘brainstorming’ donde estaba el presidente y que no llegó a desarrollado un proyecto concreto. Ella misma tuiteó que no hubo ni bronca ni amago de renuncia.
Aunque no podemos descartar que Zeballos –no es la primera vez- genere alguna desavenencia con el MEF; lo que sí me aseguran mis fuentes es que, por un lado, Alva es muy querida y valiosa como para que la dejen ir y, por el otro lado, Zeballos es absolutamente leal y obediente a los requerimientos presidenciales. Si se excede, como otras veces lo ha hecho, vuelve rápidamente a silenciarse, y capea el temporal. En un tema que está en la cancha del MEF, la palabra que se oye es la de Alva. Y así fue. Una fuente me dijo que Zeballos ya tenía bastante con ocuparse de la Comisión Multisectorial, que coordina el apoyo de varios ministerios al combate que lidera el Minsa.
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Jorge Alva, rector de la UNI, es padre de ‘Toni’, fue profesor de Vizcarra y este lo convocó al gabinete. Papá Alva declinó porque prefería no meterse en campo nuevo y minado para él y –esta es una presunción- quizá calculó que ya su hija estaba en el aparato estatal (en ese momento trabajaba en el MEF, aunque no era ministra) y su presencia como ministro la hubiera limitado.
El padre no se equivocó. Toni entró con tan buena estrella, que las críticas a su juventud la victimizaron en plena efervescencia de las campañas solidarias con las mujeres acosadas. El gobierno apuntaló la idea de que bajo la abusiva presunción de que era inexperimentada, se escondía en realidad un prejuicio machista. Alva salió fortalecida y conocida como ninguna MEF lo había sido antes. El aparato de comunicación del gobierno invirtió en promoverla y protegerla, lo que no invirtió en otros ministros.
Ese aparato ahora está o debiera estar concentrado en orientar a la población a vivir con precaución el próximo relajo de la cuarentena. Pero cada ministerio tiene su propio aparato de comunicaciones, y el del MEF ha estado activo proveyendo de información a los medios internacionales especializados en economía que se han sentido atraídos por la treintañera que ha destinado 12% del PBI en subsidiar y ayudar a reactivar a los más afectados.
Un artículo de The Wall Street Journal la llama ‘una heroína’ y otro de la agencia Bloomberg la anuncia como una ‘rockstar’. En rigor, la decisión de soltar tan gran volumen de subsidios, emitir bonos (bien recibidos en el mercado internacional) y garantías de préstamos a empresas hasta por 98%; no es solo suya. Hubiera sido imposible sin una voluntad política presidencial y colegiada. Por ejemplo, el bono a cientos de miles de familias, no lo ejecuta el MEF sino el MIDIS con la colaboración de la banca privada; pero el crédito se lo lleva Toni.
Hay un aliento a ‘Toni’ en el gobierno que se siente en la confianza y cariño con los que el círculo vizcarrista pronuncia su diminutivo, y en la vocería que se le reconoce en asuntos de su amplia cancha. Sin embargo, sería difícil sostener que, en medio del trance pandémico, ella es la apuesta de delfín del presidente hacia el 2021 (con 35 años, ya tiene la edad mínima para postular). Tampoco ha dado ella señales de tener tal ambición, como si las dio Salvador del Solar. Es una estrella de rock a la que todavía hay que empujar al escenario.
Por lo pronto, son cálculos más dramáticos y urgentes, de nuevas camas UCI, balones de oxígeno, partidas para regiones, demandas desesperadas de tanta gente y colectivos vulnerados; lo que le sorbe las horas y el seso. Y todo se ha vuelto más multisectorial que antes.
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La decisión y el esfuerzo puede estar en el MEF pero la ejecución puede trabarse en cuellos de botella de otras carteras (cuando no es al revés, y el cuello de botella, para toda gran iniciativa ministerial, es la caja cerrada del MEF). Por ejemplo, las fases ya promulgadas en una ley, sobre la gradual reapertura de los sectores paralizados, no solo dependen de lo que diga el presidente o el MEF, sino de Produce y de un cuello de botella entre el Minsa y la Sunafil (el ente que supervisa el cumplimiento de la legislación laboral con un pelotón de inspectores de campo). Estos deben validar los protocolos de seguridad sanitaria para quienes recomiencen sus operaciones.
Sin embargo, este es un terreno nuevo que excede las capacidades de la Sunafil y del Minsa; y los protocolos generales ya elaborados, según múltiples quejas de gremios empresariales, no han sido suficientemente consultados con quienes tendrían que cumplirlos. Lo más probable es que la realidad se imponga y los empresarios se autorregulen como puedan.
Como líder del combate antiviral, Martín Vizcarra está demasiado atribulado para pensar en el 2026, su año de postulación posible, pues descartó enfáticamente el 2021. Pero sí hay un aparato que se preocupa por él, desde su salud (no ha querido dar detalles cuando se le pregunta, pero podemos presumir que su entorno y él mismo han sido testeados más de una vez, sobre todo después de confirmarse el contagio del ministro de Agricultura, Jorge Montenegro) hasta las condiciones para que no meta la pata al mediodía y muestre cifras y cuadros por el ángulo más amable. Y si no tiene ninguna decisión que comunicar o no sabe cómo hacerlo, pues ese día se guarda. Como pasó el jueves, que esperábamos con ansia oírlo, pero aplazo al viernes comunicarnos cómo el gobierno piensa resolver el dilema entre la bolsa o la vida.