Hasta el jueves 19 de marzo, Víctor Zamora tuiteaba como loco sus ideas sobre la pandemia . Al día siguiente, borrón y cuenta light: retuits y likes a campañas del Minsa, del INS, de Essalud y del SPR (señor presidente de la República), para usar la jerga de la que hoy es partícipe.
“Ese fue el ciudadano, ahora soy ministro”, le dijo a un amigo que le preguntó por qué barrió esa parte de su vida en la que –¡hay pantallazos delatores!– había feos lances contra fujimoristas y apristas. Borrados están. Para nadie es un secreto sus vínculos con la izquierda y su cercanía al Frente Amplio en las últimas elecciones generales.
Su vehemencia de epidemiólogo con las manos atadas en cuarentena (que es algo así como genio en botella chica) lo hizo lanzar sugerencias hasta por los codos y que fueron oídas. Conversé con él durante estas últimas semanas, antes de que jurara, y me consta que sus comentarios eran más proactivos que críticos. Es más, algunos de ellos se están implementando ahora. Otros se están corrigiendo sobre la marcha. Recuerdo que siempre decía: “Esto es algo nuevo, apenas tiene semanas sobre la tierra”.
¿Cómo así lo llamaron? Porque, simplemente, la ministra Elizabeth Hinostroza no tenía el perfil de experta en salud pública que el Gobierno requería a gritos, ni supo construírselo en la emergencia. Aquí no necesitábamos a un médico mirando tomografías ni a un administrador de hospital; sino a un doctor con visión de sociedad en guerra contra un enemigo invisible, un epidemiólogo de esos que, llegado el caso, no dudan en quemar la aldea para frenar la peste. O hacer tests y poner a un ejército a contestar llamadas de telesalud, para no ponernos tan dramáticos.
Según me cuenta una fuente palaciega, a Martín Vizcarra y a su ‘team’ les molestaba la falta de liderazgo de la ministra. Por eso, le quitaron al Minsa la rectoría de la guerra contra el virus y se la pasaron a la PCM. Y buscaron un nuevo ministro, “un experto en salud pública”, como dijo Vizcarra cuando despidió a Hinostroza en plena conferencia de prensa y anunció que en unas horas nombraría a alguien con el perfil faltante.
Sin embargo, había tanto apuro y Víctor estaba tan ansioso tras bambalinas que Vizcarra no esperó ni una hora. Sin siquiera ponerse un saco, lo hincó en el piso y le tomó el juramento. Me cuentan que Víctor se fue enseguida al Minsa y antes de que acabara la tarde estaba ya de vuelta en Palacio, con su lista de prioridades. Un dato sabroso, confirmado con fuentes del Minsa: Zamora había sido asesor durante la reciente gestión de Zulema Tomás, pero cuando esta fue reemplazada por Hinostroza, tuvo que salir. No hizo clic con la ministra.
Pero mucho antes de llegar a Palacio, antes de llegar al Minsa y a la Organización Panamericana de la Salud (OPS), ¿cómo Víctor Zamora se hizo salubrista de esos que ponen el corazón y la cabeza en las estadísticas y no solo en los pacientes?
Cóleras y dengues
Víctor nació en Moyobamba, la capital de San Martín. Su padre era profesor y su madre costurera. Tenía un tío médico, pero eso no lo marcó. Fue una temprana, persistente e indubitable vocación por ser doctor la que lo cogió desde que se mudó a Lima a los 5 años. Entró muy joven, a los 15, a la Universidad de San Marcos, a la célebre Facultad de Medicina de San Fernando, y allí le quedó claro que se especializaría en salud pública. Militaba en la izquierda y sus primeras prácticas fueron asistir a los mineros que hacían marchas de sacrifico hacia Lima. Tuvo otra experiencia formativa que ha recordado estos días en que el ‘ejército de la salud’ se codea con las fuerzas del orden: fue auxiliar de enfermería de la PNP.
Su primera chamba fue en la posta de Soritor, distrito de la provincia de Moyobamba, su tierra natal. Hasta allí llegó la epidemia del cólera que brotó en la costa en 1991 y en esa región empezó el dengue a ser un mal endémico. Allí, también, tuvo dos experiencias opuestas: el MRTA incursionó en el pueblo para susto general y, de otro lado, le llegó la noticia de que había ganado una beca para estudiar una maestría en Gerencia, Planificación y Políticas de Salud en Leeds, Gran Bretaña. Luego de ello, regresó a su tierra y fue director regional de salud de San Martín.
Víctor completó su formación académica estudiando un posgrado en Economía de la Salud en la Universidad Pompeu Fabra, de Barcelona. Y conoció varias plagas de América Latina y el Caribe cuando se enroló en diversos proyectos de la OMS y de la OPS.
De vuelta al Perú, trabajó con la cooperación estadounidense (Usaid) y británica (DFID), y recaló en el Fondo de Población de las Naciones Unidas (UNFPA). Recién en el 2018 dejó a los organismos multilaterales y se enroló en el Estado, como jefe del gabinete de asesores de la ministra Liliana La Rosa, en el Midis.
Conocí a Zamora en su paso por el Midis y me llamó la atención que un experto en salud pública (solo se encendía cuando hablaba de la anemia infantil, pues los programas sociales no eran lo suyo) se malgastara allí. Tenía que estar en el Minsa, y ahí fue a parar una temporada después.
Y ocurrió la conjunción de astros y de virus que lo llevó a liderar la cartera de su vocación en un momento en el que todos queremos que sea épico. Pudo quedarse de asesor inquieto, sosteniendo a la ministra Hinostroza como uno más del equipo, pero terminó reemplazando a la cabeza que no lo había querido.
Ahora se dirige a ‘todos y todas’ los sanos y los asustados (¿les dije que era de izquierda liberal y le va al lenguaje inclusivo?); a ‘todas y todos’ los infectados, entre los que hay profesionales del sector a quienes hay que levantarles la moral (y las defensas); arenga al equipo al que ya hizo un sensible ajuste cambiando a Omar Trujillo, del INS, por el epidemiólogo César Cabezas. Y jaló a exministros para misiones específicas, como Pilar Mazzetti para administrar el nuevo hospital COVID-19 en Ate, o Silvia Pessah para canalizar la ayuda.
En uno de sus últimos rituales del mediodía, Vizcarra dijo que el Minsa tiene la rectoría del combate al coronavirus. Parece que el presidente se olvidó de que unos días atrás se la había quitado al ministerio para dársela a la PCM. El lapsus se debió, seguramente, a que Víctor está haciendo con empeño su trabajo.
Lo vemos y oímos a diario, haciendo esfuerzos de contención de esa pasión que por ahí le hace soltar algún lírico tremendismo –“tarde o temprano todos tendremos el virus”, dijo sin referirse a la coyuntura sino a tiempos muy largos– sin llegar al atarante o a la necedad. Y se corrige al toque. En estos días de ‘panfobia’ y ‘panestrés’, lo vemos practicar la recomendable actitud de prueba y error, como si todo lo que pasamos fuera un inmenso test rápido y complementario, tras el que hay que oír voces de todos los colores (entre los exministros que ha convocado está, en buena hora, Fernando Carbone, en sus antípodas confesionales), atender urgencias y apelar a todos nuestros recursos. No le queda otra, no nos queda otra.