Mirko Lauer, amigo de Alan García y analista descarnado, fue invitado a presentar las “Metamemorias”. Lo mejor que dijo del libro fue algo macabro: “El legado de García no es su cadáver como muestra de desprecio a sus enemigos, son estas memorias”. Nos invitó así a leer 500 páginas como compensación a la ominosa frase que leyó Luciana García Nores, en nombre de sus 5 hermanos, al pie del ataúd sellado con los restos de su padre, el 18 de abril pasado, 1 día después del suicidio. (Como recordarán, Ricardo Pinedo, el secretario de García, guardó un sobre cerrado que este le dio 5 meses antes, en octubre del 2018, con la instrucción de entregarlo a sus hijos en caso que algo grave le sucediera).
Lauer, además, contó que José Antonio ‘Joselo’ García Belaunde, gran amigo de García y que fue canciller los 5 años completos de su 2do gobierno, le dijo que era un “libro de revelaciones, no en el sentido de chismes [que también los hay, y luego les desarrollaré algunos] sino que Alan quería revelar dos cosas de sí mismo”.
Llamé a García Belaunde a Madrid, para que me explique lo que quiso decir a Lauer: “Alan quería revelar dos cosas de las que no hablaba mucho. Primero, su identidad política como hijo y nieto de apristas y cito a García Lorca cuando dice ‘Antonio, hijo y nieto de camborios’. Él hablaba muy poco de su padre y de su abuela Celia. Lo otro es que se sentía un intelectual, algo que nunca le reconocieron, pues esa condición fue aplastada por la circunstancia de ser un político”.
Ciertamente, Celia Rojas Ladrón de Guevara, la abuela pasional, es un personaje develado en el libro como fuente de la vena emocional y oratoria de García. Por el contrario, Carlos García Ronceros, el padre ausente en la primera infancia, porque estaba preso, y que fuera frio y silencioso hasta su muerte en 1994; es pura contención, es lo que García llama ‘la conciencia del deber’. Alan no le reprocha nada; le agradece la austeridad por oposición a su personalidad desbordada heredada de Celia, la abuela materna que también eclipsó a la madre Nita Pérez.
"Lo otro es que (Alan) se sentía un intelectual, algo que nunca le reconocieron, pues esa condición fue aplastada por la circunstancia de ser un político"
La otra revelación, a decir de Joselo, es la condición intelectual que está presente, en análisis, reflexiones de historia comparada y copiosas citas, en los mejores capítulos del libro. En el quinto, llamado ‘La definición’, García hace pausas para contar cómo, estudiando derecho en Madrid, y luego haciendo una tesis de sociología en La Sorbona, que quedó inconclusa; se imaginó para él un futuro académico. Pero usó su pasaje de vuelta a Lima, pues el partido lo llamaba. Volvió para ser secretario de organización, como lo había sido su padre, y luego secretario general y candidato que llevó por primera vez al APRA a gobernar sin alianzas forzadas ni cortapisas y con problemas y errores que desmenuza con la distancia crítica que se torna imposible en los últimos capítulos.
EL APORTE RECHAZADO
García busca inmortalizar al padre con una anécdota. Creo que pretende algo más, afirmar que el padre lo formó en una mística de servicio desinteresado y así cuestionar, por estirpe, la leyenda negra de corrupción que lo persiguió. Por supuesto, la estirpe no es un argumento meritocrático ni judicial, pero juzguen ustedes la anécdota:
El ex presidente cuenta (pág. 54) que durante su gobierno, en el 2007, lo visitó en Palacio un viejo amigo universitario, el abogado Javier de Belaunde López de Romaña, con su padre Javier de Belaunde Ruiz de Somocurcio, que ya tenía 100 años y la memoria muy despierta (vivió unos años más, hasta cumplir 104). El anciano contó algo que García no había escuchado en casa. Resulta que De Belaunde fue uno de los fundadores del Frente Democrático Nacional, que nació en Arequipa en 1944 y llevó a José Luis Bustamante y Rivero a la presidencia en 1945. García Ronceros fue el encargado del APRA para apoyar la creación del FDN, y lo hizo con tal celo y riesgos personales que, al cabo de la aventura, los encopetados dirigentes arequipeños del FDN lo invitaron al Club Arequipa para agradecérselo. Sutilmente, le pusieron en la mesa un sobre con dinero, diciéndole que era una ayuda para la manutención de su familia. Muy digno, el aprista agradeció el gesto pero rechazó el sobre.
Llamé a De Belaunde López de Romaña, quien, por cierto, es padre del ex congresista Alberto de Belaunde, y le pedí su versión. Hizo memoria y recordó que la visita no fue el 2007 sino el 2009 y quien acompañó al padre no fue él, sino su hermana Inés. Unos días antes, García había participado, con un discurso elogioso, en el homenaje por los 100 años del anciano, y este quiso agradecérselo personalmente en Palacio. Salvo la confusión de fecha y compañía, Javier recuerda que su padre, en familia, repitió varias veces ese relato, de modo que esa imagen que invoca García de un político que rechaza el aporte voluntario de un grupo de señores solventes y con buena intención, es en esencia cierta. Es, además, de una dramática elocuencia para toda la generación política de García, pues habla de una nostalgia del bien esquivo en la política minada de aportes condicionados.
GOLPES Y DIATRIBAS
Tras los primeros capítulos dedicados a Celia, a Carlos y a Haya de la Torre, viene lo mejor y más sereno de “Metamemorias”, una revisión de la historia del Perú con citas elocuentes y fuentes privilegiadas. Por ejemplo, el relato de la consternación de las bases apristas tras el pacto de 1963 con el odriismo que los había perseguido, incluye el recuerdo de conversaciones íntimas con un Víctor Raúl que no podía esconder sus sentimientos encontrados. García concluye que Manuel Prado, el expresidente que permitió al APRA vivir en democracia a partir de 1956 fue, en realidad, el mayor enemigo de Haya, pues habría conspirado con los militares para cerrarle el camino a la presidencia.
Fernando Belaunde fue otro sagaz político que, según García, lo usó para bajar las ínfulas a su premier Manuel Ulloa e, intuyendo que Alan sería su sucesor, intentó anteponerle la figura de Mario Vargas Llosa anticipándose a 1990. García no solo destila esta admirativa malicia hacia políticos como Belaunde y Prado, comparando sus affaires locales con capítulos de la historia universal y literaria; sino que critica a los viejos apristas acusándolos de no haber presionado a Morales Bermúdez para dejar el poder tras el paro general del 19 de julio de 1977. En lugar, de eso aceptaron participar en la Asamblea Constituyente y les regalaron tres años más de gobierno. García afirma que ex ministros de la dictadura le contaron que, si los partidos lo hubieran pedido, estaban dispuestos a abandonar el poder antes de 1980.
A medida que avanza en su historia personal, sobre todo luego de una estructurada y documentada defensa a su segundo gobierno, el libro va trocando la reflexión en alegatos de defensa o en diatribas a los enemigos. Algunos personajes no aparecen siquiera mencionados con nombre y apellido sino aludidos como ‘sicarios’, ‘agentes’ o ‘garantes’ o, simplemente, extirpados de las memorias, que es otra forma de ajustar cuentas. Es el García que acumuló años de pesquisas (52 citaciones según la cifra que consigna en un libro plagado de ellas) judiciales y congresales, además de las campañas en contra de sus adversarios, y que escribe por esas heridas. Pero hay mucho más que eso.
CORREA Y BACHELET
Está, en lugar destacado, la política exterior que, para García como para cualquier otro presidente, es asunto de sumo cuidado que suele reposar en la discreción de Torre Tagle; pero pasados algunos años, algo se atreven a contar. Sobre la demanda marítima ante la Corte de La Haya, por ejemplo, preparada desde el gobierno de Toledo, pero ejecutada en su periodo, cuenta de una áspera reunión en la que le advirtió a Michelle Bachelet de la intención peruana y esta le respondió, “demándennos pué (sic)” (pág. 392).
Luego de presentada la demanda, García cuenta que encontró a Bachelet, muy molesta, en una reunión internacional, “en la que por educación no respondí a sus airados reclamos”. Sin embargo, la califica de ‘amiga’ en otros pasajes donde destaca los continuos gestos de afabilidad entre uno y otra. La Haya fue la excepción. Le pregunté a García Belaunde por ese pasaje y me dijo que él no fue testigo del primer encuentro pero sí recuerda una reunión muy tensa en la Cumbre de las Américas en Trinidad y Tobago, en la que los dos presidentes estuvieron acompañados de sus respectivos cancilleres.
Más deslenguado es García al hablar del ecuatoriano Rafael Correa. Un argumento a favor de Chile era que el Perú había firmado, décadas atrás, imprudentemente, un tratado de pesca que validaba la línea marítima tal como estaba trazada en el mapa y no inclinada para compensar lo que se perdía al hacerla perpendicular a la curva costeña (esto era lo que se reclamaba en La Haya). Torre Tagle sostenía que ese tratado con Chile no era de límites y, para reforzar ese argumento, se empeñó en firmar un tratado de límite marítimo con Ecuador. La idea era que sí recién se firmaba con Ecuador, es que tampoco lo había con Chile. Por supuesto, Chile presionaba a Ecuador en sentido contrario.
Correa había asentido al pedido de García para firmar el tratado, pero le daba largas a su ejecución. Es entonces que García, según cuenta, tras reunirse en Cuenca, Correa lo acompañó al aeropuerto: “En presencia de nuestros cancilleres, jugué todas mis cartas y le dije, ‘te tengo mucho afecto, pero, en adelante, si te veo venir, cruzaré la vereda, porque me has traicionado y me harás caer en ridículo’. Hombre de gran corazón, sentí cómo se emocionaba mientras el sol caía. ‘Alan, no puedes decirme eso’, fue lo último que me repitió. Así fue que una semana después y contra la opinión de su cancillería, firmamos el tratado” (pág. 393).
Cuando le pedí su versión a García Belaunde, como buen diplomático, fue muy prudente. Primero, afinó sus recuerdos y precisamos que la reunión no sucedió en Cuenca, sino al cabo de un gabinete binacional en el 2010, en Loja, y, con más exactitud, en el aeropuerto de Santa Rosa. Me dijo que no recordaba frases exactas pero sí es cierto que Correa ‘se la jugó’ al firmar un acuerdo histórico con Perú que iba contra esa tesis, aplicable en esa circunstancia a Chile, de ‘el enemigo de mi enemigo es mi amigo’. En realidad, el tratado con Ecuador tomó varios meses de negociación y, en el recuerdo del ex canciller, pasó bastante más de una semana entre el encuentro en Loja y la firma. García no se equivocó en presionar a Correa.
EL SUCESOR
Al cabo de su primer gobierno, con sombras y malas cifras, el partido marcaba prudente distancia de su líder. Por lo tanto, García tuvo poco que ver en la elección del candidato a sucederlo. Fue Luis Alva Castro, que era su segundo vicepresidente y había ocupado varias carteras.
Para el 2011 fue distinto. Había una gestión con resultados que defender y, aunque no participó en la decisión de la Comisión Política del PAP, sí promovió a un sucesor, Javier Velásquez Quesquén. García cuenta que habló con él para animarlo y este le dijo: “’Los compañeros no me van a dejar ser candidato’. Fue un inmenso error del aprismo colectivo”, concluye Alan (pág. 404). Como recordarán, la candidata fue Mercedes Aráoz, renunció, y la lista parlamentaria corrió sola y sin locomotora. Apenas colocaron 4 congresistas.
Hablé con Velásquez Quesquén, que ha pedido licencia al PAP mientras se investiga su presunta implicación en el Lava Jato local. Me contó que la conversación con Alan sí fue cierta, pero no quedó ahí. “El me cochineaba y decía, ‘te chupaste’. No me chupé, hice un mitin junto al museo Tumbas Reales [en Lambayeque]. Ese mismo día, la dirección política en Lima se reunió y tomó la decisión de buscar a un independiente. Decidieron que fuese Mercedes Aráoz. Hablaron con ella, aceptó y ella misma pidió que yo fuese a la primera vice presidencia”.
Javier me dio más detalles de su conversación con García: “Me dijo, ‘¿tú por qué no has creado una corriente como Mulder o Del Castillo?’. Le dije, ‘yo soy aprista’. (…) Hubo un problema, él sí hizo algo, llamó a una reunión de la bancada a Palacio, ahí propuso mi nombre y los compañeros asintieron. Pero la dirección política era distinta a la bancada, no estaban en esa reunión, y no pensaban igual”.
García apoyó a Mercedes Aráoz, que fue su ministra de Economía, hasta que ella, en desacuerdo con que Del Castillo encabezara la lista por Lima, renunció. Es fácil presumir que un candidato del partido, como Velásquez Quesquén, hubiera pasado por alto las fricciones e imposiciones internas y permitido que la lista saltara la valla con algo más de holgura.
LEJOS DE URUGUAY
Mauricio Mulder es uno de los apristas con más menciones en “Metamemorias”. Estuvo en el 2011 en la ‘comisión de recibo’ de congresistas que acompañan al presidente el día de su juramentación, camino al hemiciclo. García cuenta que lo vio con lágrimas. Llamé a Mulder y me dijo que las menciones que Alan hace de él “son escrupulosamente ciertas”. Sobre esa mención me dijo: “Me emocioné al ver que los guardias se cuadraban ante él y recordé todo lo que habíamos pasado desde que lo conocí en los 70”.
Más adelante, hay una mención más significativa. García revela que no quiso postular en el 2016 –ese capítulo se llama ‘Gran error’- pero que aceptó la decisión del partido. Antes de eso, le planteó a Mulder que fuese el candidato. “Se lo propuse y vi que lo interpretaba como un halago, pero al mismo tiempo como una broma. No quería” (pág. 442). Mauricio me contó lo que le explicó a García: “Le conté que una vez conversé con Belisario Betancur, que había sido presidente de Colombia, y me dijo, ‘para ser presidente hay que quererlo obsesivamente’, y yo no me identificaba con esa obsesión”. García hizo su última campaña a regañadientes y apenas saltaron la valla 5 congresistas, entre ellos, Mulder.
Mauricio tiene otra mención, dramática, en el último capítulo, cuando García resume su asilo frustrado en la residencia del embajador de Uruguay, Carlos Barros. Allí revela que fueron Mulder y su secretario Ricardo Pinedo, quienes lo acompañaron donde Barros. Mauricio, por primera vez, me da más detalles del sábado 17 de noviembre del 2018: “Hablé con Pinedo y me dijo que estaba sumamente preocupado, le habían dicho que el lunes lo iban a hacer comparecer. Llegué a su casa y lo encontré con ropa deportiva, tenía la pistola en la mano, estaba bastante ofuscado. Decía, ‘a mi no me llevan a la cárcel, antes me pego un tiro’. Estábamos esperando el resultado de consultas que había estado haciendo, a Colombia, a Chile, y fueron negativas. Pero llegó un compañero que no estoy autorizado a decir su nombre, y dijo que Uruguay aceptaba y que ya estaba instruido el embajador. Yo fui hasta su casa a hablar con él, y regresé donde Alan”.
García revela que no quiso postular en el 2016 –ese capítulo se llama ‘Gran error’- pero que aceptó la decisión del partido. Antes de eso, le planteó a Mulder que fuese el candidato.
¿Y fueron en tu auto?, pregunté a Mauricio. “Sí, yo había estacionado en la cochera de Alan y salí con Pinedo de copiloto, Alan atrás. (…) El embajador ya nos esperaba y abrió su cochera. Alan tenía la pistola y el embajador le dijo, eso no va ser necesario”. García se ahorra esos detalles en su libro pero sí cuenta que, una vez en la residencia uruguaya, lo llamó el presidente Tabaré Vásquez y el canciller Rodolfo Nin a decirle que era bienvenido al Uruguay. Luego cambiaron de posición y el desenlace es conocido. Siguió escribiendo y corrigiendo sus memorias hasta la víspera del día en que hizo lo que había dicho que haría si los fiscales llegaban a su puerta.