Jaime Bedoya

— Castillo se lanzó a dar un golpe de Estado sin contar con respaldo popular e institucional es un misterio sin resolver o fue simple pánico ante la posibilidad de ir preso?

Pienso que fue un acto de genuina imbecilidad. Saltó de la sartén al fuego. El final de un hombre mediocre, política e intelectualmente, y también mediocre moral, un tipo sin dignidad. Se dijo que huiría como un pillo y así intentó.

—¿La fluidez y coherencia con que se digirió, neutralizó y finiquitó este golpe de Estado habla de un grado de madurez de la nación peruana o de la torpeza del mandatario que fue? ¿O ambas cosas a la vez?

Una vez más las instituciones aguantaron. Aguantaron contra el proyecto autoritario de Merino, aguantaron contra el golpe de la derecha fraudista y ahora resistieron el golpe castillista. Obviamente algo del mérito tienen las instituciones, pero no es menor que nuestros políticos son muy mediocres.

Ahora, aquí hay algo importante. ¿Qué nos dice cada uno de estos intentos fallidos de destruir la democracia? Creo que revelan espasmos de una sociedad sana, de un concho limpio que sigue ahí. Y que funciona como un grito desesperado por restablecer la razón. Esos episodios deberían ser la oportunidad para fortalecer la democracia. Y, sin embargo, no lo hacemos, cada vez defraudamos la oportunidad. Son puntos de quiebre que no quiebran nada. Ojalá lo que acaba de ocurrir fuera un punto de quiebre que quiebra.

—Nada más efímero que el poder. Los ministros que competían entre sí por sostener los desvaríos de Castillo le soltaron la mano por tuit en menos de 140 caracteres. ¿No hay un grado de responsabilidad en quienes alimentaron y sostuvieron una postura confrontacional y vacía que tarde o temprano llevaría a esto?

Por supuesto. Mucha gente dispuesta a servir a Castillo en tanto mecedor en jefe de la nación, para que pueda descarrilar a la justicia, para que pueda salirse con la suya. Incluso jugando con la imagen internacional del Perú, maquinando desde Washington y Nueva York medidas grandilocuentes para darle aire al presidente pillo y así mantener la última embajada de su carrera.

Ahora, seamos conscientes de que este clima donde conviven la sobonería, la agresión y el sectarismo estaba instalado en el Perú antes de que hubiéramos oído hablar de Castillo.

—Igualmente, Verónika Mendoza recordó que tenía redes sociales –y conciencia– cuando el golpe empezó a desinflarse precozmente. ¿Cuál ha sido el papel de la izquierda en este régimen fugaz e improductivo?

El papel… Lo primero que me surge es pensar en un papel higiénico. Ha sido terrible. Desde el Gabinete Bellido le entraron a la repartija en el Estado con un ardor impensado. Después de 30 años hablando de ciudadanía, en realidad, seguían buscando un inca. Con su apoyo cerrado a este gobierno, probablemente han liquidado la posibilidad de unas políticas de izquierda por mucho tiempo. Lo cual es terrible, un país como el nuestro necesita una izquierda. Aquí el problema no son las ideas de izquierdas, el problema son nuestros izquierdistas. Lo cual se puede decir también de nuestros supuestos liberales.

—¿El antifujimorismo fungió de máquina del tiempo que acabó llevándonos nuevamente a abril de 1992?

Yo he sido crítico de un antifujimorismo que demostró en este año y medio que su compromiso con la democracia y la anticorrupción era debilito. Pero seamos honestos, este resultado lo ha cocinado todo el espectro político peruano. Habría que ser o muy sectario o muy ingenuo para creer que el Congreso o la derecha peruana tiene algún aprecio por la democracia. Esa es la desgracia: en el Perú no hay ni derecha ni izquierda democrática. Y de eso surge esta turbulencia, es natural que la inestabilidad sea nuestro rasgo más estable.

—La otra parte de esta ecuación está representada en el Congreso. ¿Han celebrado como un triunfo mundialista una situación que si duró tanto fue gracias a ellos?

Y en un momento en que no hay nada que celebrar. Este episodio es el último de una debacle nacional, de la cual ellos son parte. Muchos de los congresistas quisieron dar un golpe de Estado con el cuento del fraude. Y creo que hay algo importante: en este año y medio el Ejecutivo y Legislativo funcionaron como una alianza tácita para demoler la capacidad regulatoria del Estado y la democracia. No nos dejemos llevar de las narices por los titulares coyunturales del enfrentamiento cuando lo constante es la cercanía e interés de nuestros políticos por robarnos y restarnos poder.

—En abril de este año, en un artículo publicado en El Comercio, pedías una mesa por la cordura. ¿Es esa mesa posible ahora? ¿Cómo lograr que el Perú democrático logre una representación política?

Yo creo que es posible y, sobre todo, necesaria. Como plantea Roberto Gargarella en su último libro, el Estado de derecho y la democracia deben fundarse en una conversación entre iguales. Si la conversación es inexistente y nos despreciamos unos a otros, la democracia es inviable. Pero creo que sentarse a conversar supone reconocer errores, pedir disculpas, demostrar un sentido de enmienda y así poder confiar nuevamente en el otro. Porque en última instancia lo que tenemos es una tremenda crisis de confianza.

—Dina Boluarte, oportunamente habilitada pero sin partido ni respaldo real, ha pedido una tregua al tiempo que ya se anuncian marchas para destituirla. ¿Esa tregua podría calificarse de necesidad nacional?

No creo. La necesidad nacional es un proceso distinto. La tregua por definición es un paréntesis en la guerra. Y en nuestra nanopolítica, ¿cuánto duraría una tregua?, ¿el entretiempo de un partido mundialista? Lo que se nos ha podrido es la representación política. Podemos tener nueva Constitución, nuevas leyes, nuevas elecciones, lo que quieras, pero lo que se ha podrido es la materia prima de la política. Solo hay aves de paso con tendencia a carteristas. El mediano plazo y el interés general ha desaparecido. Si solo tenemos egoísmo e inmediatez, el progreso es imposible.

—¿Con quién debería gobernar Dina Boluarte?

Una cosa previa: me parece que aún no ha construido la legitimidad que le permitirá gobernar. Y en este clima es lo más importante. ¿Cuál es su propósito en la presidencia? No lo sabemos. Si no le propone algo transparente al país, algo que realmente apunta a resanarlo, a reencauzarlo, la inestabilidad se la va a comer. Y mucho peor si considera que la represión es una forma de sostenerse en el poder.

—¿Cuál es la salida de este laberinto?

Honestamente yo no creo que podamos mejorar si la ciudadanía no regresa a la escena política. Los políticos van a seguir haciendo de las suyas si no hay presión ciudadana. Las democracias mejoran como consecuencia de la mejora en la calidad de la ciudadanía. Y la nuestra está ausente, grogui.

¿Por qué no aparece? Hay varias razones, pero creo que una importante es que la ciudadanía sabe que el problema principal del Perú no es un partido ni una persona, no es el fujimorismo ni Castillo, como cree la izquierda básica y la derecha básica. La mayoría sabemos que nuestro problema no es una persona, sino un estado de cosas, un sistema. Y es difícil movilizarse contra algo tan multidimensional y abstracto. Es más sencillo hacerlo contra alguien o algo. Y, sin embargo, lo que nos tiene estancados es un estado de cosas. Me temo que sin una ciudadanía que ponga en vereda a los políticos que sacan provecho de este rio revuelto la cosa no va a serenarse. Con estos políticos y sin una ciudadanía democrática vamos a seguir en “este huracán sin ojo que lo gobierne”, como dice el verso de Sabina.

—¿Un discurso inaugural anunciando que se quedará hasta el 2026 fue un error político?

Algo previo. Del discurso y de sus declaraciones me da la impresión de que la presidenta no aquilata la gravedad de la crisis nacional, del volcán que tiene enfrente. Tampoco me da la impresión de que entienda su delicada posición política en esta encrucijada. Su discurso vacío y que va enmendando según las horas nos deja ante la incógnita de si no tiene idea de qué hacer o si es la forma criolla de ir viendo cada día hasta dónde puede avanzar. Mi punto es que, o bien para llamar a elecciones o bien para quedarse hasta el 2026, lo que necesitaríamos es que se note una concepción sobre el Perú de hoy y eso no lo percibo. Y algo que debería recordar la presidenta de las experiencias de Mercedes Araoz y Manuel Merino es que la viveza como estrategia y el Congreso como sostén político llevan al fracaso.