“Existe el riesgo de que una nueva Guerra Fría por el conflicto entre Rusia y Ucrania se extienda a América Latina y aumente las divisiones políticas en la región”, escribió Andrés Oppenheimer el 24 de febrero, el mismo día en que Vladimir Putin inició el más reciente conflicto armado en el mundo, que todavía no termina.
Autor de los libros “¡Sálvese quien pueda!” y “¡Crear o morir!”, además de columnista de “The Miami Herald”, “El Nuevo Herald” y El Comercio, entre otros medios escritos, y conductor de “Oppenheimer presenta” en CNN en Español, el periodista argentino es un permanente observador del panorama político, económico y social de los países de América Latina.
En esta entrevista, comenta lo que sucede y lo que podría suceder en los meses siguientes en la región.
—En una entrevista que usted tuvo con El Comercio hace dos años, en mayo del 2020, en los inicios de la pandemia, hablaba sobre lo que sucedería con las potencias en el contexto del COVID-19, y comentaba que una posible consecuencia es que no hubiera ya superpotencias únicas. Ahora, que la crisis es otra, y cuando el mundo mira lo que sucede con la invasión rusa en Ucrania y sus efectos en la economía, ¿cambia ese diagnóstico?
Sigo pensando lo mismo, con la salvedad de que, después de la invasión rusa a Ucrania, quizá tengamos que ver el mundo en función de alianzas y ya no en función de países. O sea, antes de la invasión pensábamos en términos de países, teníamos dos superpotencias, Estados Unidos y China, y la gran pregunta era cuál de las dos iba a terminar imponiéndose. La respuesta era que, a mediano y largo plazo, sería China.
—Aquella vez dijo: “Antes estábamos en un mundo del G7, y creo que después de la crisis vamos a tener un mundo del G0 en que ningún país va a ser la gran superpotencia”.
Hoy, después de la invasión rusa, creo que se ha fortalecido enormemente la alianza liderada por Estados Unidos. Si tú juntas todos los países que integran la alianza liderada por Estados Unidos en contra de la invasión rusa en Ucrania, suman el 60% de la economía, del producto bruto mundial. Si tú sumas a Rusia y sus aliados, que se caracterizan por ser países que están en la lona, como Cuba o Venezuela, juntos suman, con suerte, el 4% de la economía mundial. Y si tú quieres hacer ciencia ficción, y pensar que va a haber una alianza militar de China con Rusia, cosa que yo no creo que ocurra, juntos sumarían el 22%.
—Esas alianzas enormes suenan a las de la II Guerra Mundial.
Incluso más grandes, porque ahora se le suman Japón, que es la tercera economía del mundo, y otros países asiáticos. La alianza liderada por Estados Unidos probablemente tenga mucho más largo aliento. A corto y mediano plazo, esa alianza va a estar muy fortalecida.
"Creo que América Latina corre el serio riesgo de quedar fuera de juego en este nuevo mundo de alianzas"
—¿Y en este rompecabezas distinto, con ese juego de grandes alianzas que ha detallado, qué posiciones ocupa Latinoamérica, qué roles puede jugar en el mediano plazo?
Yo creo que América Latina corre el serio riesgo de quedar fuera de juego en este nuevo mundo de alianzas. Lo que estamos viendo es que, después de la invasión rusa, las empresas multinacionales han salido de Rusia, no hemos visto ningún movimiento parecido en muchísimas décadas, y están empezando a salir también de China porque tienen miedo de que los gobiernos autoritarios tomen decisiones caprichosas, como una invasión a Ucrania o una potencial invasión china en Taiwán, que puedan interrumpir sus cadenas de suministros. Entonces, los mercados más grandes del mundo, como Estados Unidos, Alemania, Francia, etcétera, y el propio Japón, irán a buscar nuevas fuentes de suministros, no solo buenos sino confiables, y por eso están buscando cada vez más países amigos. Si América Latina, que ya condenó en su gran mayoría la invasión rusa en Ucrania, no puede aprovechar esta oportunidad para sumarse a la alianza, se pierde una enorme oportunidad y va a quedar fuera de juego.
—¿A veces no tiene la sensación de que Latinoamérica está mirando con excesiva distancia lo que sucede en esa otra parte del mundo, y que se limita a sufrir sus consecuencias?
Lamentablemente, más allá del voto de condena a Rusia en las Naciones Unidas, muchos países latinoamericanos no están adoptando ni siquiera sanciones simbólicas, como suspender acuerdos culturales o eventos deportivos con Rusia, como lo está pidiendo el Gobierno de Ucrania. Nadie les va a pedir a los países latinoamericanos que envíen tropas, y probablemente ni siquiera que adopten sanciones económicas, pero lo que sí podrían hacer, en defensa de la democracia y de la no intervención y el derecho internacional, es suspender acuerdos de ciudades hermanas, amistosos de fútbol, o imponer sanciones simbólicas que envíen un mensaje al pueblo ruso.
—¿Joe Biden, el presidente de Estados Unidos, está mostrando signos de querer acercar Latinoamérica hacia su bando con mayor interés que su antecesor?
Yo creo que sí. El hecho de que haya ofrecido ser anfitrión de la Cumbre de las Américas, el 6 de junio en Los Ángeles, marca una clara diferencia con Trump, que no solo no tenía ningún interés en América Latina, sino que ni siquiera asistió a la cumbre y fue el primer presidente de Estados Unidos en no hacerlo. Yo creo que Biden tiene buenas intenciones hacia América Latina, pero está totalmente focalizado en el contexto de la invasión rusa a Ucrania, donde está en juego el futuro del mundo. Y entonces en la práctica no se ha expresado ese interés, y prueba de ello es que hay muchos países latinoamericanos donde no hay embajador de Estados Unidos, porque la Casa Blanca se ha retrasado en nominarlos y porque los republicanos en el Congreso los han obstruido. Eso manda una mala señal.
—En enero, antes de la invasión, usted comentaba que “los populistas retrógrados de izquierda y derecha están matando la mayor oportunidad de crecimiento de la región en décadas”. Con el nuevo mapa geopolítico, con las nuevas alianzas y el nuevo orden del que hablaba, ¿esto es aún más notorio?
Esta coyuntura mundial podría ser la mayor oportunidad para América Latina en muchísimos años, por dos razones principales. Primero, porque la pandemia del coronavirus hizo que muchas multinacionales ya no quieran tener todas sus fábricas en China, y busquen diversificar sus fuentes de suministros. En segundo lugar, porque la invasión rusa a Ucrania ha tenido como resultado que muchas empresas multinacionales ya no quieren tener sus fábricas en países dictatoriales que puedan, de la noche a la mañana, tomar medidas locas, como hizo Rusia. Esta es una oportunidad de oro para que los países latinoamericanos digan: “Acá estoy, vengan a traer inversiones aquí, vengan a poner sus fábricas aquí, tenemos una mano de obra calificada, estamos más cerca del mercado de Estados Unidos que China, tenemos la misma zona horaria, estamos mucho mejor posicionados”.
"En lugar de atraer inversiones, muchos países las están espantando, y eso incluye a los países de izquierda como otros de derecha"
—Pero sucede exactamente lo contrario, y todo el tiempo.
En lugar de atraer inversiones, muchos países las están espantando, y eso incluye a los países de izquierda como otros de derecha. Porque Brasil tampoco está invitando a las inversiones con un presidente como Bolsonaro, que amenaza a las instituciones democráticas y crea temores de dar un giro autocrático. En América Latina estamos matando una oportunidad de oro.
— No ha mencionado aún a los países de la región donde gobiernan la izquierda y sus variantes, pero le pregunto: ¿por qué Pedro Castillo en el Perú, como Gabriel Boric en Chile, ganan las elecciones en un aura reivindicativa, pero pronto empiezan a perder apoyo?
Yo matizaría eso de que la izquierda gana. Yo creo que están ganando en todas partes los opositores, los ‘anti’. Quizá por la pandemia y la crisis económica que produjo, quizá por una crisis de expectativas que no se han cumplido, hay un gran sentimiento ‘anti’ en todas partes y ese sentimiento es aprovechado por los antisistema, pero no solo por los de izquierda. Estamos en una era de populismos de derecha y izquierda que a veces se confunden.
—¿Por qué este fenómeno en el que gana la izquierda, pero rápidamente se queda sola o se autoaísla? Uno podría decir que de eso se trata el juego de las expectativas y la realidad.
Tanto los gobiernos populistas de derecha como los de izquierda pierden apoyo porque el populismo funciona cuando hay dinero. El populismo le funcionó a Chávez cuando el petróleo estaba en 130 dólares, y su popularidad fue directamente proporcional a los precios del barril. Y lo mismo está ocurriendo en todos nuestros países. Entonces, cuando no tienes una visión clara de lo que quieres hacer y un programa, los antisistema que prometen pociones milagrosas cuando ganan, si no tienen dinero se derrumba el edificio.
—Esto nos lleva otra vez al problema de que no se estén aprovechando los espacios que se abren para atraer inversiones.
Para mí, la gran disyuntiva que tenemos en nuestros países no es ser de izquierda o de derecha, sino que seamos democráticos y que demos certidumbre a las inversiones. Sin inversión no hay crecimiento económico y sin crecimiento económico no hay reducción de pobreza. Todo lo demás es falso. Me importa un rábano si un presidente se califica de izquierda o derecha; lo importante es que entienda que sin inversión no puede haber crecimiento. Los países que funcionan son los países que atraen capitales, y los países que no funcionan son los que los espantan.
—Sabemos que esta región se especializa en desaprovechar oportunidades de crecimiento. Pero con este nuevo esquema de alianzas en lugar de potencias, ¿qué sucederá cuando Latinoamérica no logre insertarse?
El riesgo es que se quede fuera de juego, que desaproveche una oportunidad que sí van a aprovechar otros países asiáticos y quizá hasta los propios países de Europa del Este.
“Castillo sigue siendo una gran interrogante”
—Al inicio del gobierno de Pedro Castillo, usted comentó en una columna en El Comercio que “si el Congreso no lo fuerza a gobernar para todos, el Perú –y Castillo– van a ir cuesta abajo mucho más rápido de lo que muchos creían”. Ha sucedido exactamente lo que vaticinaba. El Congreso no cumple, el presidente deambula y el país está atrapado en su crisis. ¿Qué sucede en un país de instituciones frágiles como este, cuando sus líderes no cumplen su función mínima?
Puede llevar a que otro líder antisistema trate de llenar el vacío dejado por el actual, cosa que no ayudaría mucho.
—¿Qué imagen deja el presidente Castillo en el exterior, teniendo en cuenta además el contexto de la política peruana de los últimos seis años, donde han desfilado gobiernos que pasaban de una crisis a otra sin descanso?
El presidente Castillo sigue siendo una gran interrogante. Tengo que decir que me sorprendió para bien el voto del Perú en las Naciones Unidas contra Rusia, y también en la OEA, donde tuvo un mejor voto que Argentina. Entonces hay que reconocerle al presidente Castillo la necesidad de defender la no intervención y la democracia en el mundo. En eso está bien asesorado.
—¿En qué aspectos parece no estarlo?
Lo que no habla bien de él, lo que causa un gran nerviosismo, es su propuesta de una asamblea constituyente, porque ya vemos lo que eso ha resultado en casi todos los países donde las ha habido.
—Aquí la idea de una asamblea constituyente causó una alarma grande durante la campaña, y luego ya casi nos hemos ido acostumbrando al término, pero ¿cómo suenan esas dos palabras en los mercados del Primer Mundo?
Estas ideas fundacionales lo que hacen es espantar las inversiones, hacer caer el crecimiento económico y producir más pobreza. Por eso digo que el presidente Castillo sigue siendo una gran interrogante por sus mensajes contradictorios que se perciben en el exterior.