Durante las dos primeras semanas de junio, el presidente Vizcarra realizó solo una de las hasta no mucho habituales presentaciones destinadas a informar sobre el estado de la emergencia sanitaria y las medidas que viene adoptando el Gobierno para contenerla.
Desde el jueves 4, el mandatario no se dejaba escuchar bajo este formato de riesgo controlado para el Ejecutivo, un inusual repliegue mediático que por casualidades de la vida coincidió con el escándalo por las extrañas contrataciones del señor Richard Cisneros en el Ministerio de Cultura.
Esta suerte de fase del silencio terminó opacando la supuesta puesta en marcha de la fase 2 para la reanudación de actividades económicas que, con bombos y platillos, había anunciado la titular del Ministerio de Economía y Finanzas, María Antonieta Alva, probablemente sin prever el esmero con el que desde la PCM y los ministerios de la Producción, Salud y Trabajo se encargarían de torpedear sus esfuerzos por reactivar la economía nacional.
Si desde hace semanas se había advertido que una estrategia de comunicación basada principalmente en las apariciones presidenciales resultaba claramente insuficiente para preparar a la población a convivir con la pandemia, el reciente mutismo contribuyó a generar incertidumbre justo cuando la anunciada meseta (luego “meseta irregular” o “meseta heterogénea”) iba –contradictoriamente a su naturaleza– cuesta arriba.
Escuchar en los programas dominicales a distintos representantes del Gobierno el último fin de semana compartir sus posiciones sobre una potencial extensión de la cuarentena como si fueran meros comentaristas y no parte del mismo (en contra, Mazzetti; aparentemente a favor, con modificaciones, Zamora; focalizada, Martos; en contra, Barrios) sumó al desconcierto una sensación de improvisación y caos de la que, dadas las circunstancias, nos gustaría poder prescindir. ¿Qué tal si para la próxima esas discusiones se reservan para el Consejo de Ministros?
Entre el prolongado silencio y el caos, en esa medida, se esperaba un poquito más de la reaparición del presidente en su alocución de ayer. Dos semanas más tarde, no obstante, nada hubo de refrescante o esperanzador más allá de típicos anuncios que suelen quedarse en lo retórico. En este caso, el programa de inversión pública Arranca Perú (para variar, la iniciativa privada relegada a los ojos de esta gestión) y el cambio de “lema” a “Primero mi salud”.
Fuera de ello, volvimos a presenciar a un presidente que dedica la mitad del tiempo de las presentaciones a justificar medidas adoptadas hace tres meses, a contarnos de la gravedad de la situación mundial o de las carencias del sistema de salud del Perú. Asuntos todos que pueden ser muy válidos y en los que incluso esta gestión puede tener razón, pero que a estas alturas en nada ayudan a mirar el futuro con calma, qué decir optimismo.
El Gobierno repite incesantemente que aprende de sus errores y que es sumamente autocrítico, pero convenientemente evita indicar qué es aquello que está enmendando. Se habla, en esa línea, de un nuevo arranque, pero con el mismo equipo y la misma estrategia es difícil pensar en resultados distintos.
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