Para el presidente Castillo, el ex canciller Héctor Béjar, era un señorón limeño distante en años y en maneras; el ex premier Guido Bellido ya era un pesado antes de volverse el enemigo dentro de la casa; el ex ministro del Interior Luis Barranzuela, era un completo advenedizo, como también lo fue Walter Ayala de Defensa, aunque este más simpático y patero. A Íber Maraví sí le dolió apartarlo, pues era amigo y colega de brega sindical. Quizá por eso, para atenuar el adiós, lo visitó en su despacho del Ministerio de Trabajo antes de envolverlo en el paquete de los que se fueron con Bellido.
Todo eso ya pasó y fue aplaudido al unísono por la oposición y por el coro de los aliados moderados. Pero Bruno Pacheco no podía irse así nomás. Separarlo duele demasiado a un presidente que apenas despacha pocos minutos con los ministros y necesita al lado alguien que lo entienda, lo cubra, lo apañe, le resuelva necesidades íntimas por debajo o por encima de la política. Esa ha sido la función de Pacheco según todas mis fuentes. Profesor sindicalista como Castillo, es su colega y coetáneo (limeño, por excepción a la regla chotana), al que puede confiar lo que les entendió y lo que no les entendió a Pedro Francke, Óscar Maúrtua, Aníbal Torres u otros de sus interlocutores. Antes de su renuncia, parecía insustituible.
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Pedí conversar con Pacheco, sin éxito. Me dijo, a través de un tercero, que su amistad con el presidente data de 30 años, y que “los une el trabajo magisterial y sindical por la reivindicación del docente rural y el nacional”. No me precisó si se conocieron en Lima, donde estudió Pacheco o en Cajamarca, donde lo hizo Castillo; pero, tres décadas atrás ambos eran dos jóvenes profesores muy lejos de tener protagonismo en el mundo magisterial. Otra fuente me contó que Pacheco es muy católico, algo que también comparte con el presidente.
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‘¿Más insustituible que Auner Vásquez?’, pregunto, sólo para que al compararlos mis fuentes me precisen el rol y la valía de Pacheco. “Mucho más. Auner [jefe del gabinete de asesores] ve temas políticos, de contenido; Pacheco ve todo, ordena su agenda, es su amigo”. Auner Vásquez es un personaje leal y decisivo en el entorno de Castillo, y le está armando una suerte de ‘think tank’ funcional a los límites y urgencias del profesor. Fue, por ejemplo, un operador fundamental en el reemplazo de Bellido por Mirtha Vásquez. Tiene iniciativa y astucia; pero es un jale de los últimos tiempos; no es el amigo que lo conoce desde antes de la aventura y, por lo tanto, sabe qué ésta pasando por su cabeza y qué apoyo requiere a gritos. Y también fue operador en el quiebre con Bellido y con Cerrón, faltaba más.
Ya antes de asumir el mando, Pacheco se había convertido en asistente y asesor indispensable, el hombre en el que Pedro Castillo podía confiar cuando se encontraba rodeado del cordón de Perú Libre: Richard Rojas, Braulio Grajeda, Roger Nájar, Guillermo Bermejo y el propio Vladimir Cerrón. Todos estos se hicieron sus amigos en campaña y mantienen buenas migas con Palacio –salvo Cerrón y Bermejo, que posó de molesto tras la salida de su amigo Barranzuela y votó contra la investidura de Mirtha Vásquez-; pero el presidente nunca pudo confiar en ellos como en Pacheco. Varios de los visitantes al local de campaña en Breña, sin saber su nombre, lo describían al lado de Castillo, como un tipo corpulento que a la vez le daba aplomo e ideas en su mismo lenguaje. No era el Maxi Aguiar del profesor, pero tampoco su guachimán Pacheco.
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Filtro y apuntador
Castillo despacha corto y poco con los ministros. A veces, recibe a uno por 5 minutos, lo que ha sorprendido a más de una de mis fuentes. Como si no tuviera mucho que decir, preguntar o replantear, y prefiriera cortar la conversación por lo sano; para pasar más rato con Pacheco y con quienes lo asisten. Su secretario de la presidencia ha sido una pródiga fuente de apoyo ante todo lo que le pareció nuevo, complejo y hostil.
Al revés, Pacheco no cumplió a cabalidad las funciones técnicas que su cargo le demandaba. Por ejemplo, debia ser quien ayudara a preparar al presidente para que presida las sesiones del Consejo de Ministros, pero ya vimos, cuando se difundieron algunas actas de esas reuniones, cuán escasas y flojas eran las intervenciones presidenciales. Bellido quedaba mejor. Pacheco debió ser, pues, uno de los colaboradores fundamentales para hacer el ‘briefing’ que requiere el presidente antes de recibir a alguien o de atacar cualquier tema; pero no estaba suficientemente calificado para ello.
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Dos días antes de la asunción de mando, el 26 de julio, el gobierno de Sagasti promulgó la Resolución 000047-2021-DP/SG, que eliminó requisitos para el cargo de secretario de la presidencia. Ya no se tiene que acreditar años de experiencia en el sector público ni una maestría. Pacheco no cumple con lo primero. En su Linkedin apenas menciona haber sido miembro de una comisión de la Muncipalidad del Rímac (a la que postuló, sin éxito, como regidor en la lista de Somos Perú en el 2006). El resto de su vida profesional la ha dedicado a la docencia: “Agradezco a Dios por tal apostolado, ya que si volviera a nacer, maestro nuevamente elegiriera [sic] ser”, dice en su hoja de vida.
La resolución citada es de esos pequeños y lícitos favores que un gobierno entrante pide al saliente, en esos días de transición en los que prima la colaboración política. Gracias a ella, Pacheco pudo acompañar a su amigo Pedro en el espectacular brinco de la lucha magisterial a la cima del poder. Tan entusiasmado estaba con la pompa y el protocolo que, el día de la asunción de mando en el Congreso, se le vio, flanqueando a Castillo con Richard Rojas, acercarse a chocar puñitos con los presidentes invitados y con el rey de España, cosa que no les correspondía. En la gira a México, Washington y Nueva York también se le vio feliz y orondo, sentado en la asamblea de las Naciones Unidas. A él le va a doler más apartarse de su amigo.
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Un paso atrás y otro al costado
Pedro Francke, desde su isla del MEF, conectado al CADE, dijo de Pacheco, el miércoles pasado, lo que le salió del forro: “Debe dar un paso al costado”. En verdad, él, otros ministros y Mirtha Vásquez, ya se lo habían dicho a Castillo el mismo lunes 8 cuando estalló el escándalo de los intentos de interferir en los ascensos militares y el forzado pase a retiro de los comandantes generales José Vizcarra, del Ejército, y Jorge Chaparro, de la FAP. Como les conté en la crónica “Pedro, Mirtha y los generales” (14/11/21), los ministros aprovecharon que había un consejo y, algunos de ellos, acompañaron a la premier a decirle a Castillo que Ayala debía irse y, de paso, también Pacheco.
No sería extraño, sabiendo ahora cuánto estima a su secretario, que Castillo haya pensado que con la salida de Ayala, podía dar por superado el lío de los ascensos. Pero aparecieron, el lunes 15, en el portal Lima Gris, los lapidarios chats de WhastApp que muestran a Pacheco presionando insistentemente a Luis Enrique Vera Castillo, el jefe de Sunat, para ayudar a la empresa Deltron y para contratar como martillero público al abogado Marco Antonio Urbina. Por cierto, mis fuentes me cuentan que, en su entorno palaciego, Pacheco admite que conoce y tiene confianza con Vera, pero ha dicho no conocer a los supuestos beneficiarios en los intentos de presión.
Pacheco ya no podía esconderse detrás de Ayala. No era interpelable como un ministro, pero la oposición y los medios, estaban con las antenas prendidas para recibir cualquier información sobre él. ¿Acaso el presidente iba a esperar a mayores revelaciones que incluso lo comprometan? En otros tiempos, cuando los políticos se conocían más y mejor; un presidente podría pretender que la oposición respete sus entornos privados. Pero, ahora, con el nivel de polarización política y la independencia de los medios, Castillo tendría que ser muy iluso para pensar que Pacheco podía surfear la crisis.
La declaración simple y tajante de Francke, contagió a la primera ministra. El jueves en la mañana, saliendo de supervisar los primeros pagos de la ONP a asegurados que no cumplieron 20 años de aportes; dijo: “Si quieren mi opinión personal (…), todo funcionario público que está cuestionado por cosas tan graves, debe dar un paso al costado hasta que se investigue; pero, repito, es una prerrogativa del presidente de la república”.
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Vásquez marcó su cancha en el ala este de Palacio: no quería ver más al secretario del ala oeste pero esperaba, con relativa paciencia, la decisión tardía del presidente. ¡Ay Pacheco, cómo dolió! El viernes en la mañana, el secretario y amigo, se despidió con un tweet. Dio “un paso al costado para evitar que el presidente sea objeto de esta campaña de desprestigio” y añadió, “me voy con la frente en alto y con la seguridad de que se probará mi inocencia”. Al rato, vino otro tweet, aferrándose a la idea de que la presa es el presidente y no él y que por eso mismo debe irse: “No seré el pretexto de unos y otros para golpear al líder del gobierno y la democracia”.
Mi respeto incondicional al Presidente @PedroCastilloTe, sustenta mi renuncia a la Secretaria General de Palacio. No seré el "pretexto" de unos y otros para "golpear" al Líder del gobierno del pueblo y la democracia. ¡La verdad nos hace libres!
— Bruno Pacheco🇵🇪 (@BrunoPachecoC) November 19, 2021
Que la renuncia amaina una crisis y los reflectores enfocan a otro lado, es cierto y se confirmará en este caso. Pero el Ministerio Público tiene otros tiempos y resortes: poco antes del mediodía del viernes el MP informó que “la Fiscalía Especializada en Delitos de Corrupción de Funcionarios, bajo la coordinación del fiscal superior Omar Tello”, investigará el caso. En realidad, antes de informar esto, ya habían llegado a inspeccionar la oficina de Pacheco. Ahora, que hasta podrán requisarle el celular, Pacheco tendrá que responder por la huella de las presiones y cuidar que no lleguen a su amigo líder. Su lealtad estará más a prueba, fuera de Palacio, que lo que estuvo dentro de él.
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