(Foto referencial: El Comercio)
(Foto referencial: El Comercio)
Cecilia Valenzuela

El populismo ha puesto en escena a los cines en el Perú. Después de que la segunda instancia de la Sala Especializada en Protección al Consumidor de le diera la razón a la Asociación Peruana de Consumidores y Usuarios (Aspec) para que se permita el ingreso de , el consumo del séptimo arte ahora es menos importante que el consumo de canchita.

En mayo del año pasado, la Comisión de Protección al Consumidor del Indecopi rechazó la solicitud que Aspec había planteado: esa entidad sostenía que los productos de las dulcerías de los cines eran muy caros y que no se vendían frutas, frutos secos, pan con palta y jugo de zanahoria.

La resolución de la comisión reconoció que no era de su competencia regular los precios dentro de un negocio privado y justificó que los cines no dejaran entrar a sus salas comida que no fuera vendida en sus establecimientos.

La asociación que se arroga la representación de todos los consumidores en el Perú, Aspec, apeló y puso como ejemplo lo que ocurre en los cines de España y Brasil. Increíblemente, en una segunda instancia, el Indecopi decidió emitir una resolución permitiendo que el público entre a las salas de cine con comida en la mochila.

Las consecuencias de esta decisión, más allá de los memes y los debates en las redes sociales, las pagarán los consumidores a los que, supuestamente, Aspec representa.

Las empresas sancionadas con esta medida, Cineplanet y Cinemark, han explicado que sus negocios viven de la suma de los ingresos que les rinde la venta de las entradas (53% aproximadamente) y la venta de los snacks que ofertan en sus dulcerías (40% aproximadamente). También han dicho que no subirán los precios de las entradas, todavía.

Pero no hay que ser economista para saber lo que ocurrirá con los cines, sus trabajadores y la calidad de las películas en las carteleras de las ciudades del Perú, cuando sus empresarios dejen de percibir el 40% de sus ingresos mensuales. Peor en las regiones y distritos populares donde nadie paga por una entrada más de diez soles.

Lo primero que se sacrificará será el mantenimiento de los locales, lo que se traducirá en menor empleo para los jóvenes que hacen esa labor. Y casi inmediatamente disminuirá la calidad de las películas. El cine alternativo, independiente, artístico, el cine de culto, el que no llena las salas ni el día del estreno, el que sobrevive en un solo horario apenas una semana, el que no es taquillero, terminará por desaparecer de la cartelera. Ahora mismo no es rentable, las multisalas lo exhiben de manera acotada porque lo compensan con lo que les rinden los bodrios hollywoodenses. Si el sector vuelve a entrar en crisis, ese cine ya no se exhibirá.

Películas peruanas, premiadas internacionalmente, como “Retablo”, “Videofilia y otros síndromes virales”, “Solos” o “Rodar contra todo”, son ejemplos propios.

En adelante, solo los que tengan acceso a Netflix, o a sus similares, podrán apreciarlo dentro de algún tiempo. Fuera de la sala de cine, lejos de la infinita intimidad que propone su oscuridad, de la magia de su enorme pantalla, de la emoción que provoca su sonido.
Los fanáticos del cine violento, vulgar, obsceno ven sus películas a sala llena y son los que creen que el precio de la canchita atenta contra sus derechos humanos. Ellos son los que aplauden a los que persiguen la libertad de empresa. A los cortoplacistas, a los que no les interesa el desarrollo del mercado en el Perú.

MÁS EN POLÍTICA...