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Fernando Vivas

1. Para que te digo que sí, si no.
Decir la verdad –‘sí, yo quiero ser presidente’- no rinde, porque al sincero famoso le caerá la estigmatización o la caricatura temprana, robándole energía que más vale guardar para los tramos finales.

Mejor es evitar el ‘oe, quiere ser presidente, qué se ha creído, acuérdate del escándalo ese, chequea sus antecedentes, se las trae, es el gallo de tapada del gobierno, de los fujimoristas, de los ultras’. Pero la mentira –‘no voy a ser candidato, no está en mi agenda’- tampoco rinde, porque sería lo primero que le echarán en cara cuando se lance en serio. Su campaña empezaría con un engaño. Mejor es conjurarlo con una ambigüedad.

Así, este candidato que no duda de que quiere serlo, pero teme el machete precoz; florea, confunde y construye figuras retóricas que muestran firmeza para decir nada. ‘Estoy a disposición del Perú, soy político y haré lo que tenga que hacer, veremos, no está en mis planes… por ahora’.

De esos hay varios, y como se tomaron su tiempo en sincerar sus planes, es posible que nunca sepamos cuánto ansiaron ser presidentes. Es el caso, por ejemplo, de Salvador del Solar o Pedro Olaechea, absorbidos por una crisis política que quizá cancele los afanes que en algún momento guiaban sus pasos; pero es también el caso de personajes como , que prefieren esperar para decir explícitamente lo que presumimos que quieren.

o Carlos Neuhaus, dan más rodeos aún pues es probable que deseen serlo, pero solo si se cumplen ciertas condiciones que ellos se han puesto ante su conciencia, sus seres queridos y su salud.

2. Que otros lo digan por mi.
Dejar que otros lo ponderen y aclamen, mientras él calla, es cómodo y ahorra el trauma de decir ‘sí, yo quiero’ muy temprano. Además, permite tantear y experimentar sin hacer demasiada luz. Por ejemplo, está en este trance. Han aparecido pintas con su nombre en distintas regiones del país y, por si fuera poco, se difundió un video en un local del partido Vamos Perú (VP), en el que los militantes, junto a su líder Juan Sotomayor, lo aclaman: ‘Daniel presidente’. Sin embargo, al día siguiente de la difusión de ese video, Salaverry tuiteó que no es ni candidato ni militante de ese partido.

Más de una razón puede explicar ese tuit pincha globos: una campaña de intriga publicitaria pre acordada con Sotomayor, el tanteo de un político que no está seguro si VP es la plataforma que le conviene, la necesidad de respetar los procedimientos de elección interna. El caso de Salaverry, además, confirma a medias, la regla de que la ejecutoria política antes de ser candidato, desgasta como le pasa a Del Solar y Olaechea.

Ha sido presidente del Congreso hasta hace poco, con buen índice de aprobación para el estándar parlamentario; pero le correría a una participación en la crisis actual.

3. Sí, quiero ser presidente.
La sinceridad nunca será una alternativa nefasta. Sobre todo, para el candidato nuevo en lides presidenciales, que quiere establecer una diferencia y, de paso, darse a conocer. , por ejemplo, ex ministro de Defensa, ha optado por decir, sin ambigüedades, que quiere ser presidente. Hay que tener algo de experiencia y mucha autoestima y ambición, claro que sí; además de correa para los machetes.

Y hay que tener la ponderación –lo ha dado a entender Nieto también- de calcular que, llegado el momento, el afán máximo podría encarrilarse hacia un escalafón menor, ya sea una promesa de cargo ejecutivo, una vicepresidencia o una candidatura congresal acompañando a un candidato de fuerza. O sea, el pre candidato podría regatear consigo mismo, con sus propias ambiciones y concluir que, a veces, es mejor ser cola de león que cabeza de ratón.

4. Sí, yo otra vez.
Hay varios que no tienen que confirmar ni ocultar nada respecto a sus candidaturas. Ya fueron candidatos y tienen un partido, un electorado y un orgullo (o testarudez), que los impele a volver. Julio Guzmán ni que decirlo, pues ni siquiera pudo llegar a las urnas en el 2016. Fue excluido. César Acuña, el otro excluido, no ha sido tan explícito como Guzmán al confirmar si vuelve a candidatear, pero su partido, APP, ha dado señales que conducen hacia ello. Verónika Mendoza también ha mostrado su intención de repitente.

Esos tres, para citar a los favoritos del 2016 que estarían hábiles para reincidir, ahora coinciden en respaldar la propuesta vizcarrista de adelanto de elecciones. Para qué esperar dos años al 2021 si puede ser un año no más.

Mención aparte para Alfredo Barnechea, que tuvo su repunte en la primera vuelta del 2016, pero lo hizo como invitado de un partido, Acción Popular, que se ha consolidado como marca electoral de moda tras la elección de Muñoz en Lima, y tiene aspirantes para escoger. Y last but not least, Keiko Fujimori, candidata natural de Fuerza Popular, cuyas cuitas judiciales han determinado que no esté entre los apurados del 2020.

5. Calladito avanzo.
Volvemos al primer punto. En materia electoral, al que madruga no necesariamente Dios lo ayuda. Pero no se trata de quedarse con los brazos cruzados y arrancar tarde, sino de viajar por las regiones, armar equipos, cultivar buenas relaciones, recaudar fondos.

Por ejemplo, es otro de los que ambicionan llevar la marca AP que, es además, su partido. Desde hace buen tiempo, con la Universidad San Ignacio de Loyola como una de sus plataformas, está haciendo vida y obra de candidato en marcha blanca.

6. Sí, aunque no sé si pueda.
¿Y se puede mentir al decir que uno quiere ser candidato? Pues, sí. Jaime Bayly lanzó una candidatura bufa, encontró para ella un vientre de alquiler, y la dejó correr bastante lejos. Hasta que le plantearon armar la lista al Congreso y allí nomás llegó la broma.

También está el que busca una coartada para gritar persecución política cuando lo requiera la justicia, o el que especula o ataranta, figuretea o confunde, está Andrés ‘Chibolín’ Hurtado, está aquel entre el límite de lo legal y lo imposible como Antauro Humala. Hay varios, sin argumentos ni recursos, buscando pequeñas épicas en las que basar su ‘candilocura’.