El historiador Carlos Contreras encuentra similitudes entre la actual crisis política y hechos de inicios del siglo XX. (Foto: Alessandro Currarino/GEC)
El historiador Carlos Contreras encuentra similitudes entre la actual crisis política y hechos de inicios del siglo XX. (Foto: Alessandro Currarino/GEC)
José Carlos Requena

es una de las personas que mejor conoce la historia económica del Perú: crisis y auges, prosperidad y escasez, consensos y desencuentros; y una presencia constante, aún desde la Colonia: la corrupción.

Aunque los tiempos recientes invitan a la desesperanza, la mirada de Contreras es, más bien, optimista. “Prefiero ver el vaso medio lleno”, dice. Tras una semana en la que las élites políticas continúan sin ponerse de acuerdo en una agenda mínima, ¿hay espacio para tal ánimo?

El economista Waldo Mendoza comparaba las dos primeras décadas del 2000 con la “prosperidad falaz”, como llamó el historiador Jorge Basadre a la época del guano.
El Perú ha tenido varios períodos de auge exportador. La reflexión que toca es: ¿hemos sacado provecho de estas bonanzas?

¿Lo hemos hecho?
La expresión “prosperidad falaz” deja el sabor de una oportunidad desperdiciada. Pero en aquella época trajimos sabios europeos como [Antonio] Raimondi o [Eduardo] De Habich, talentos que serían importantes para nuestro desarrollo científico y cultural. Iniciamos los ferrocarriles, no terminados por mala planificación o corrupción; obras de irrigación; expandimos el Perú hacia la Amazonía. No menospreciemos lo que conseguimos gracias al guano.

Un tema recurrente en nuestra historia: la corrupción.
Parece un costo inevitable del gasto público. Es el problema de la organización republicana: se entrega el Tesoro Público a personas que tienen un poder temporal. Los escenarios de bonanza exportadora ponen más dinero en manos del Estado y aumentan la dosis de corrupción.

¿La construcción de un Estado moral y eficiente es la gran deuda que tiene la república?
Sí. Cuando se optó por el modelo republicano se dio un paso muy audaz. Todo el siglo XIX lo pasamos tratándonos de acomodar. Hemos ido dando pasos en esa dirección, pero cuando descubrimos casos de corrupción como los recientes, sentimos desmoralización.

¿Qué tan inusual es la inestabilidad en la historia política peruana?
Hemos tenido tensiones muy fuertes. En la época del guano: la guerra civil entre echeniquistas y castillistas; saliendo de la guerra con Chile: la guerra entre iglesistas y caceristas; a comienzos del siglo XX: las pugnas entre civilistas y pierolistas. El aprismo y el antiaprismo marcaron el siglo XX. La dinámica del fujimorismo y el antifujimorismo suena como un capítulo más de una historia conocida.

A inicios de la República, los caudillos tenían grupos armados. Ahora tienen votos…
En el siglo XIX no había un Ejército profesional. Personas armadas precariamente podían pretender tomar el poder. Esto cambia a partir de la reforma de Piérola, a fines del siglo XIX: se creó un Ejército profesional. Un grupo civil de montoneros no puede enfrentar a las Fuerzas Armadas. Además, desde fines del siglo pasado, el Ejército se ha replegado de la función de árbitro de la política que mantuvo en el siglo XX. Si estuviéramos medio siglo atrás, ya hubiera habido un golpe.

¿Compararías a con algún predecesor suyo?
Lo comparé con Guillermo Billinghurst (El Comercio, 13/8/2019). Él era del partido pierolista, que no lo había tomado muy en serio. A la muerte de Piérola, se presenta como candidato. Una circunstancia parecida: no ha muerto Kuczynski pero fue sacado del gobierno. El otro paralelismo es el de ser un empresario del sur con pocos vínculos con la élite limeña. La comparación es premonitoriamente mala: Billinghurst no dura mucho tiempo. A diferencia de la coyuntura de Billinghurst, la clase propietaria hoy no está unida. Esto les permite a los políticos –no solo a Vizcarra– cierta libertad de maniobra. Vizcarra no tiene por qué terminar como Billinghurst.

¿Dirías que hay una orfandad política del empresariado?
Ciertamente, digamos, antes la relación de la clase política con los empresarios era más orgánica. Hoy en día eso es más complicado.

A pesar de que el señor , empresario, preside el Congreso…
Pero no tiene partido. Hay figuras o sectores del empresariado en la política, pero no hay claramente un partido político que exprese sus intereses.

¿El peso del presidencialismo es reversible?
No es algo positivo. Es un rasgo de nuestra cultura política tradicional, pero deberíamos ir reformulándolo.

Quizá esto también explique el hecho de que los cambios principales se hayan dado bajo regímenes autoritarios.
Es lógico que sean figuras autoritarias las que han desarrollado con eficacia un programa de reforma, pero incluso ellas han necesitado un aparato de apoyo. Los hombres de ahora como Vizcarra están aislados. No sé si haya un proyecto, lo que le agrega más incertidumbre.

¿Por qué los movimientos o liderazgos democráticos carecen de un proyecto?
Me imagino que tiene que ver con que somos un país muy disímil. No hemos resuelto las grandes disputas que se abrieron desde la independencia. ¿Vamos a ser proteccionistas o vamos a optar por el libre comercio? ¿Vamos a apostar por un orden igualitario o por una sociedad jerarquizada? Son problemas que venimos arrastrando.

¿Es un buen momento para reanudar estos debates?
Siempre es un buen momento, pero las épocas de crisis lo hacen más urgente. Tendríamos que pensar en cómo ir tendiendo puentes sobre estos abismos que nos han dividido.

¿Qué le ha faltado a la economía peruana en estos años?
Solemos discutir si somos una economía exportadora de materias primas, extractivista. Hemos ido mejorando ese modelo.

Hay una diversificación productiva…
Exactamente. Por ejemplo, las exportaciones agrícolas de frutales. El mercado interno se ha desarrollado bastante en las últimas décadas. La construcción nunca había sido un pilar tan fuerte de la economía como, por ejemplo, lo es ahora.

A pesar de la crisis de la corrupción….
Sí. El mercado interno luce más fortalecido. Nunca hemos tenido una clase media tan grande, tan repartida, incluso territorialmente. Lo que falta corregir es la enorme informalidad.

Hubo un tiempo en que la figura del empresario se veía con gran desconfianza.
Eso ha mejorado. Lamentablemente, en la coyuntura actual debe haber empeorado a raíz de los escándalos de corrupción. Pero, más allá de ese bache, la figura del empresario ha mejorado a partir de los noventa, asociada [a la imagen del] emprendedor que desarrolla un negocio enfrentando condiciones adversas.

Hay una percepción de que el Estado aparece solamente para importunar. ¿Estamos mejor que hace 40 o 50 años?
En un país de tantas desigualdades, el Estado está llamado a cumplir una función fundamental de articularnos, de tender puentes, galvanizar una cultura. No creo que se deba o pueda ver como un factor simplemente entorpecedor, obstaculizante. Pero ha estado controlado por grupos que han priorizado sus intereses, lo que le ha quitado legitimidad.