La teoría del escándalo de John B. Thompson se cumple dramáticamente en el Perú: las trasgresiones secundarias pueden ser más letales que la trasgresión primaria, aquella que originó el desmadre. En setiembre, “Panorama” reveló que Yaziré Pinedo se habría beneficiado con órdenes de servicio en el Ministerio de Defensa, tras haberse reunido con Alberto Otárola, que había sido ministro de esa cartera antes de pasar a la PCM. Yaziré abrió una caja de Pandora. Dijo al reportero que había ingresado de forma semi clandestina a reunirse con el premier. Durante las siguientes semanas, vinieron nuevas revelaciones sobre una invitación a la joven de 26 años para que trabajara en la PCM y hasta se ponchó a un auto con placa de la PCM rondando su casa. Se supo que ella había denunciado la pérdida de su celular, lo que dejó no solo a Alberto sino a varios de sus contactos con la idea de que el azar o la propia joven, los echaría. Esto no una hipótesis fiscal, sino que, en efecto, la vimos mostrar chats ante las cámaras.
Otárola dijo que la conoció una vez, que no era ni su amiga, y aquella mentira fue una primera trasgresión secundaria que provocó más interés sobre el caso. Mientras este escalaba, la estrella de Alberto parpadeaba en la PCM. Aquí tenemos que recordar un antecedente que es en realidad un proceso que precede y enmarca su renuncia: la presidenta había perdido, bajo la sombra de su premier, autoridad y peso simbólico, y quería recuperarlo. Por lo tanto, sobraban razones y presiones para que ella buscara ministros leales y ganara espacios de decisión en los que no dependiera de Alberto. Muchas fuentes me confirman que su hermano Nicanor la ha acompañado y alentado en ese proceso de recuperación de espacio presidencial; pero también me advierten que es una exageración y hasta leyenda urbana la omnipresencia que se le atribuye.
Cuando en enero Dina se reunió con Luis Carranza y José Arista, explorando un cambio de ministro de Economía, dio un paso firme hacia su independencia de Alberto. Una fuente me asegura que tanto Otárola como el ex MEF Álex Contreras sabían de la reunión; pero fue, sin duda, un antecedente clave para entender –ellos, los propios y los ajenos- que la señora presidenta se estaba preparando para romper con el matrimonio forzado y ejercer su soltería política.
La segunda trasgresión
Gustavo Adrianzén se reunió con la presidenta en la tarde del viernes 1 de marzo, cinco días antes de ocupar el puesto de su amigo Alberto. Una fuente cercana al gobierno me dice que ya en esa reunión se habló de la posibilidad de que el entonces embajador ante la OEA asumiera la PCM. Que se venía un audio o video era una versión que ya se manejaba en Palacio pues el propio Otárola lo dio a entender en su primer post tras la emisión del reportaje; pero el viernes no había certeza de que esto ocurriría el domingo y que él se iría el martes, de modo que la conversación previa con Adrianzén no fue un fichaje sino un tanteo.
El nuevo premier es muy amigo de Óscar Gómez, a quien reencuentra como secretario general de la PCM. Los 3 –Alberto, Gustavo y Óscar- estuvieron en el Ministerio de Defensa cuando Alberto era ministro de Ollanta Humala. Estos antecedentes amicales, ¿implican que Alberto recomendó a Gustavo como su sucesor desde hace días atrás? Una de mis fuentes me dice que no es así, que Alberto participó de la decisión pero no fue una propuesta que sacó de la manga cuando se vio perdido. La carta de Adrianzén, como ya vimos, surgió antes de su vuelta de Toronto. Pero la presidenta exploró algunas alternativas antes de ‘cerrar’ con un Adrianzén tan concesivo que ni siquiera le puso la condición de cambiar al menos un ministro para poner su sello en el gabinete.
¿Cuál fue la segunda trasgresión de Alberto? Cuando, por fin, apareció la grabación que le había provocado un nudo en la garganta durante los últimos meses (Pinedo también ha confesado que ya varios sabían de su existencia), tuvo que generar un control de daños. Ya tenía perdida la PCM pero, al menos, debía evitar salir como un culpable sin atenuantes. No puedo afirmar que Otárola pidió o instigó a Pinedo para que lanzara la versión favorable a él que ella lanzó; pero sí puedo afirmar que el entorno de Boluarte, como muchos otros actores políticos, lo percibían responsable de la versión de Yaziré. Si era así, ¿cómo un político tan hábil como él pudo atacar al hermano de la presidenta, declarando una guerra a los Boluarte en la que todos perderían? Ello no cuadraba con el perfil y la inteligencia de Alberto, pero, hagámonos otra pregunta, ¿acaso se puede planificar todo lo que diga un personaje frágil y contradictorio como el que vimos entrevistado en Willax y en Canal N?
Lo que sí resulta evidente es que Dina confrontó a Alberto con su percepción de que él era responsable de la idea de meter a Nicanor al complot. De ahí que, en su discurso de renuncia el martes, Alberto validó todo lo dicho por Yaziré salvo lo que involucraba a Nicanor. Y sazonó la salvedad contando que eran amigos y de vez en cuando tomaban café. Dina repitió lo mismo al día siguiente, a pesar de que contradijera su afirmación de que Nicanor no participaba “ni con una pestaña” en el gobierno. Sin pestañear, hasta tomaba café con su amigo primer ministro.
La herencia del complot
A Otárola le espera el vía crucis de muchos políticos judicializados. Tiene por delante cinco años de inmunidad, pero ya cuenta con varias investigaciones abiertas en la Fiscalía de la Nación y tres denuncias constitucionales. Necesita estar en paz con Dina y con el Congreso que le bajó el dedo. Pero ese cuidado no ha incluido a los ministros que deja atrás. Les cuento de dos casos: el canciller Javier González-Olaechea y el exministro de Defensa Jorge Chávez Cresta.
Con el primero, la tensión empezó a poco de estrenarse en Torre Tagle. A pesar de que Alberto había sido fundamental en su fichaje, no le gustaron sus prematura figuración mediática y se lo hizo saber. Luego hubo un incidente mayor en febrero. Lo contó “Hildebrandt en sus trece” y lo he confirmado con una fuente: a raíz de la muerte de Sebastián Piñera, el canciller planteó que la ministra Hania Pérez de Cuéllar viajara al velorio. Otárola le recriminó que él debió asistir pues la relación con Chile es tan sensible e importante que demandaba una visita de mayor nivel. Con estos antecedentes se puede entender mejor porqué, al renunciar, Otárola se refirió al canciller como un ‘desubicado’ que había anticipado de ‘forma majadera’ su salida. En realidad, González-Olaechea no había sido explícito al respecto, sino que dio a entender que habría un próximo voto de investidura. Indagué en el entorno del canciller y obtuve esta versión: Habló en un evento interno y no sabía que este se trasmitía por el canal de streaming de la cancillería. Cualquiera tenía acceso a la trasmisión y, para su sorpresa, se enlazó Canal N. Tras lo dicho por Otárola, le dio a la presidenta explicaciones y disculpas; más no al renunciante.
¿Qué pasó con Chávez Cresta? Recordemos que dejó el gabinete en el cambio de ciuatro ministros que hubo el 13 de febrero. Indagué con fuentes que lo conocen bien y me contaron que no se le dijo la razón por la que se le pidió renunciar. Simplemente, lo llamó Otárola y lo citó a Palacio. Allí lo recibió este junto a Boluarte. En la misma reunión estaban los otros ministros ‘renunciados’. Le llamó la atención, como a cualquiera, que hubiera una despedida colectiva y no amables explicaciones a cada uno por separado. En su caso, hay un hecho adicional que podría llevarlo a pensar que Otárola lo tuvo en la mira. Quizá por eso ha reaccionado con pública indignación cuando oyó en boca de Yaziré Pinedo que esta había prestado servicios al Mindef no por recomendación de Otárola sino suya.
Recordemos que Otárola dejó el Mindef para ir a la PCM. Una de las últimas resoluciones que firmó fue designar de viceministra de recursos para la defensa a Ninoska Mosqueira. Lo hizo el 21 de diciembre del 2022, horas antes de que ese mismo día jurara Chávez Cresta como su sucesor y él pasara a la PCM. Una inusual designación de última hora que resultó incómoda para el general, pues le quitó margen de autonomía para designar a su equipo de confianza. Pues, resulta que el pasado 12 de enero, Chávez Cresta pidió la renuncia a la viceministra y en su reemplazó designó a Adolfo Herrera. Según mis fuentes, el cambio fue a pedido de la presidenta y, de hecho, no pudo gustarle a Otárola. No sabemos si ello influyó en la salida de Chávez Cresta del Mindef, pero quedó un resquemor de este respecto de Otárola que escaló a furia cuando se vio envuelto en las declaraciones de Yaziré. Estos son incidentes sobre los cuales los protagonistas podrán pasar la página ahorrándose rencores; pero le queda a Alberto Otárola, como a todos los poderosos salientes, pasar por el callejón oscuro de la política judicializada. Tiene varias investigaciones fiscales y denuncias constitucionales que atender y, en aquella derivada de los muertos en las protestas, su suerte está ligada a la de la presidenta. No se han separado del todo.