Los cuatro conocen la política y los medios. Dos de ellos –‘disclaimer’– han sido editores de la sección Política de este Diario, Erick Sablich y José Carlos Requena. Carlos Meléndez es doctor en Ciencias Políticas y Mabel Huertas, periodista con Maestría en Comunicación Política. Converso con ellos y, enfoques más, matices menos, el cuarteto comparte la convicción de que en el último 30S peruano (abreviatura inspirada en el 11S del 2001 que remeció al mundo) sucedieron cosas tan graves que merecen analizarse en un libro ni muy apurado ni muy distante de los hechos.
Carlos ha dedicado un ensayo a explicar la personalidad del principal actor del 30S. ¿Quién es? No es el ex primer ministro Salvador del Solar que aparece en la portada del libro por decisión del sello editorial Página Once (los cuatro aseguran no ser ‘salvafans’) y que Meléndez describe como un “actor de reparto responsable de una escena memorable”. El director de la obra fue, obviamente, Martín Vizcarra, “más que un outsider, un imprevisto en la política”.
Volviendo a Vizcarra, la tesis de Meléndez es que, por primera vez en nuestra historia contemporánea, un político subnacional toma el poder (aunque por accidentada sucesión) e impone en Palacio de Gobierno prácticas de la política regional: sin partido ni bancada, se apoya en un estrecho círculo de leales; vive en la confrontación sin horizonte largo; no se escandaliza ante revocaciones y amenazas al poder; convive con conflictos sociales relacionados a proyectos extractivos. Tiene tal poder que –conclusión anticipada de los autores reunidos– va a inspirar a candidatos al 2021.
—Todo confluye —
Requena hace la crónica del coro de actores y factores que colisionaron para que el 30 de setiembre fuera una fecha especial. La distancia de más de 100 días desde la disolución confirma las intuiciones. Hubo fatalismo de ‘profecía autocumplida’ o, como prefiere decir Requena, hubo ‘efecto Pigmalión’, que es la presión para que se concadenen elementos que produzcan lo que uno quiere o cree que va a pasar. Y tanto lo crees y lo quieres, que pasa.
En el tramo final de la crisis, antes de la disolución, hubo terquedad y ceguera retroalimentada entre los bandos, sobre todo a partir del archivamiento del proyecto de adelanto de elecciones en la Comisión de Constitución. Requena constata que, como lo vimos en ese entonces, el gobierno se descuadró momentáneamente ante ese gesto (como luego la oposición, cuando ‘suspendió’ a Vizcarra e hizo jurar a Mercedes Araoz, tras la disolución) y hubo actores que sabotearon el pacto que estaban esbozando Salvador del Solar y el secretario general fujimorista, Luis Galarreta.
“El mismo día llegaron a su clímax la bronca de Vizcarra versus el Congreso y la del Congreso versus el TC”.
Sablich hace la crónica con acento constitucional y constata que el TC fue un actor fundamental al absolver dilemas cruciales sobre la libertad de los congresistas para formar nuevas bancadas y sobre los alcances de la cuestión de confianza, que limitaron el poder de la mayoría opositora. Conversando con los autores, concluimos que en el 30S no solo se cumplía un ‘deadline’ o ultimátum crucial, el que el gobierno puso al Congreso anticipando que presentaría una cuestión de confianza. Se cumplía otro: el que el Congreso había puesto al TC al proponerse reemplazar, ese mismo 30S, a 6 de 7 tribunos, a 6 que, usualmente y en mayoría, votaron para acotarlo. O sea, el mismo día llegaron a su clímax la bronca de Vizcarra versus Congreso y la del Congreso versus el TC.
Frustrada la elección de los 6, el TC quedó incólume para resolver –irónico designio de primavera– el dilema nacional que se pergeñó ese día: ¿le competía al presidente hacer lo que hizo?
—¿Obstrucción, yo?—
Mabel Huertas dice que quiso “ir a contracorriente de la chamba [el periodismo], que suele registrar y reproducir la narrativa del poder. Desde PPK se dijo que el Congreso era obstruccionista; entonces, había que ver la data”.
La data que consigna Mabel confirma lo que sabíamos, que el Congreso, a pesar del ambiente de confrontación, aprobó más de la mitad de leyes (64,9%) presentadas por el Ejecutivo. Lo que no había sido analizado es la desagregación de esa cifra entre PPK y Vizcarra: luego de una luna de miel más prolongada que la que PPK vivió con el fujimorismo (recuerden que el mismo 28 de julio del 2016, antes del mensaje inaugural de PPK, Keiko Fujimori lanzó un video proclamando que legislaría en pro de su Plan Perú), Vizcarra rompió fuegos de confrontación en su mensaje del 28 de julio del 2018.
El ratio de efectividad o aprobación del Congreso a iniciativas de Vizcarra que registra Huertas es de 39,3%, bastante menos que con PPK. De hecho, la confrontación vizcarrista que escaló con cuestiones de confianza y llegó a la propuesta del ‘vámonos todos’ ayuda a explicar este aumento estadísticamente verificable de la obstrucción.
“Sin contrapeso congresal, Vizcarra tiene tal poder [...], que va a inspirar a candidatos al 2021”.
Curiosamente, con Vizcarra disminuyó el promedio de días que demoraron los proyectos en ser aprobados. Si con PPK tardaron 202 días, con Vizcarra la cifra bajó a 125. ¿Cómo así aumentó el número de leyes obstruidas y a la vez bajó el tiempo de espera de las leyes aprobadas? La explicación del libro está en las pechadas vizcarristas que hicieron correr a la oposición para aprobar todo de mala gana.
Pregunté al cuarteto si detectaron, más allá de Vizcarra y de su círculo, una voluntad que digitara la disolución. Los cuatro responden que no y no simpatizan con lecturas conspirativas. Por el contrario, piensan que el cierre del Congreso, más que fortalecer a terceros, redobla el poder del presidente. De ahí la urgencia de analizar y entender al hombre del 30 de setiembre.