El trasfondo destacado en la renuncia del primer ministro César Villanueva no es otro que el agotamiento de su ciclo como sostén y bisagra entre bambalinas de Martín Vizcarra.
El acento grave que puso durante largo tiempo la presidencia en la lucha anticorrupción y la confrontación política dejó a Villanueva y a la PCM sin campo de maniobra propiamente gubernamental, a tal punto que ahora, en su pérdida de aprobación, Vizcarra recién descubre que la gestión de ministros y ministerios, aunque no reditúe popularidad, es indispensable para el país.
¡Nunca debió dejar de ser indispensable! El síndrome de ‘encuestitis’ que padece Vizcarra ha obligado a este, ante el bajón de marzo, a un aterrizaje forzoso que incluye precisamente un cambio urgente de rumbo y tripulación, antes de que el vuelo siguiente a mediana o baja altura y sometido a turbulencia constante presente nuevos obstáculos en su trayecto.
No sabemos si quien asuma ahora la PCM conozca tanto a Vizcarra como lo conoce Villanueva. En todo caso, será quien acompañe la mirada presidencial puesta en el 2021, ya sea como punto de llegada de objetivos gubernamentales o como punto de enroque de objetivos electorales, hoy negados.
Por lo pronto, en la actual escala de emergencia política no encontramos en el presidente a un solo Vizcarra, sino a cuatro.
El Vizcarra 1 es todavía reconocible como el gran impulsor de una cruzada anticorrupción que logró remover los cimientos del Legislativo, del Poder Judicial y del Ministerio Público, menos, lamentablemente, los cimientos de la administración estatal, donde empresas como Odebrecht se movieron como Pedro por su casa. No haber puesto cerrojos anticorrupción en ese terreno y no haber aclarado algunas relaciones empresariales propias que lo comprometen tiñen de gris la presidencia.
El Vizcarra 2 encarna un grave vacío de conducción de gobierno y Estado. Hace casi honor a la antigestión de políticas públicas, como si solo le importara la cruzada anticorrupción. Gobernar bien supone muchas veces tomar decisiones impopulares cuyos riesgos el mandatario se ha negado a correr, tales como dar luz verde a inversiones mineras que caciques regionales sabotean permanentemente.
El Vizcarra 3 parece mirar el horizonte crucial del 2021 no como una meta clave a la que deberíamos llegar, por ejemplo, con un crecimiento económico del 6% que nos permita distribuir en Educación, Salud y Seguridad (en mayúsculas), sino como un tiempo electoral estratégico. Con un sesgo así es más factible que Vizcarra siga detrás de temas y escenografías de impacto –atados a las encuestas–, que detrás de un proyecto de gestión gubernamental realmente sólido y creíble.
El Vizcarra 4, más emparentado con el Vizcarra 1 y 3, viene de sembrar vientos y cosechar tempestades. En su combativo y distorsionado frente anticorrupción tendió a ver la paja en ojos ajenos y no la viga en los propios.
Si a partir de su nuevo vuelo insiste en esta tendencia, nuevas cosas se pondrán a luz sobre su pasado empresarial, y en tanto insista también en no esclarecerlas, el fantasma de la vacancia estará en manos de sus peores adversarios.