“Algunos malpensados en las redes sociales empezaban a sugerir que se trataba de un tipo de blindaje” (Foto: El Regional Piura)
“Algunos malpensados en las redes sociales empezaban a sugerir que se trataba de un tipo de blindaje” (Foto: El Regional Piura)
Maria Alejandra Campos

(A propósito de la FIL, la política peruana amerita un poco de ficción)

Era una mañana fría de invierno, incluso dentro de las gruesas paredes del Palacio de Justicia, cuando el joven procurador Miguel Sánchez se encontró con lo que parecía ser una silla vacía. Al otro extremo de la sala, en cambio, un nutrido grupo de abogados esperaba ansioso el inicio de la audiencia de casación de .

¿Dónde estaba el fiscal supremo ? Tal vez, con esto de la inseguridad ciudadana, habría sido víctima de un atraco en su camino al recinto judicial que había visitado tantas veces, pensaba Sánchez preocupado. Sin duda se trataba de un misterio que merecía atención.

La casación de la lideresa de Fuerza Popular era el evento judicial más importante del mes. ¿Por qué Rodríguez Monteza se lo perdería? Los minutos pasaban, incómodos, y ahí seguía la silla, sin un atisbo de humanidad que la ocupe.

Algunos malpensados en las redes sociales empezaban a sugerir que se trataba de un tipo de blindaje. Que el fiscal había omitido su responsabilidad de asistir a la audiencia para no refutar los argumentos de la defensa.

Los más osados recordaban el Caso Los Cuellos Blancos y cómo Rodríguez Monteza había sido implicado por las fiscales a cargo como presunto miembro de la organización criminal. No faltaba el memorioso que recordaba los vínculos de una anónima ‘señora K’ con César Hinostroza y el ‘conspiranoico’ que creía que la ausencia del fiscal supremo era un eslabón más en la cadena que conectaba el caso de Keiko Fujimori con el de los ‘hermanitos’.

Pero Sánchez estaba convencido de que nada de eso era cierto. En el país solo existen cinco fiscales supremos y Víctor Rodríguez Monteza es uno de ellos. Es decir, él es parte del pináculo del sistema judicial peruano. Inferencias como las que estaban circulando significarían que la corrupción había penetrado en lo más profundo del tejido institucional nacional.

No, se negaba a creerlo. Sánchez se esmeró con el WhatsApp y contactó colegas, secretarias, guardias de seguridad y personal de mantenimiento, para tratar de dar con el paradero del fiscal supremo.

La verdad llegó finalmente a través de un notificador del JNE, que, como ya había trabajado una hora en el día, decidió ir a buscar un merecido descanso a la Videna y se encontró ahí con Rodríguez Monteza apostado al borde de la cancha de entrenamiento de la selección.

Lo que había sucedido, se enteró Sánchez, era que el fiscal supremo, indignado por la discriminación de un periodista hacia la selección de fútbol femenino, decidió tomar cartas en el asunto. En su profunda preocupación por las brechas de género y la falta de apoyo al deporte en el país, hizo un balance mental de sus obligaciones morales como representante de la justicia peruana y decidió que su presencia junto al campo era más importante que junto al banco.