El expresidente de Estados Unidos, Donald Trump, saluda cuando sale de la Torre Trump en Nueva York el 13 de abril de 2023. Trump será depuesto el jueves en una demanda de 250 millones de dólares presentada por la fiscal general de Nueva York, Letitia James, alegando que Trump y sus hijos sobrevaluaron de manera fraudulenta la antigua los activos del presidente en miles de millones de dólares (Foto: ANGELA WEISS / AFP)
El expresidente de Estados Unidos, Donald Trump, saluda cuando sale de la Torre Trump en Nueva York el 13 de abril de 2023. Trump será depuesto el jueves en una demanda de 250 millones de dólares presentada por la fiscal general de Nueva York, Letitia James, alegando que Trump y sus hijos sobrevaluaron de manera fraudulenta la antigua los activos del presidente en miles de millones de dólares (Foto: ANGELA WEISS / AFP)
Carlos Cabanillas

El expresidente se ha declarado inocente de los 34 cargos de falsificación de registros mercantiles que se le imputan. Además, ha dicho ser víctima de una persecución político judicial para evitar su retorno a la . “Este caso infundado se hizo para interferir en las elecciones del 2024 y debía ser desestimado de inmediato”, dijo en su declaración pública.

Trump fue acusado por presuntamente haber orquestado una trama legal para pagar el silencio de tres personas que podían perjudicar su campaña para la presidencia del 2016, incluyendo a la actriz porno Stormy Daniels. A juicio del expresidente, su caso demuestra que “el sistema de justicia de Estados Unidos ya no tiene ley y se usa para ganar elecciones”. Algo muy parecido a lo que han dicho recientemente algunos (ex)presidentes latinoamericanos que han criticado el “lawfare”, vale decir, la judicialización de la política. Para Estados Unidos, sin embargo, es una novedad.

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En 245 años de historia no había habido hasta ahora un expresidente que hubiera sido acusado penalmente. Para The Washington Post, el antecedente más cercano es el de Eugene V. Debs, el candidato socialista que en 1920 postuló desde la prisión. Un escenario que probablemente se repita con el pre candidato republicano Trump.

El caso de Debs demuestra que la judicialización de la política no era algo ajeno a inicios del siglo XX. Sobre todo en partidos socialistas y comunistas que comúnmente estaban proscritos. En esos años, en Latinoamérica, era común pensar que un político como Haya de la Torre o Juan Domingo Perón podía saltar de la prisión a la presidencia y viceversa. Aún hoy, podemos ver a (ex)presidentes que fueron líderes revolucionarios o subversivos —según el ojo con el que se mire— como Lula o Dilma Rousseff. Y aunque hoy casi en toda la región persisten los regímenes democráticos y las pocas dictaduras que existen son de izquierda, casi todos estos líderes socialistas que han llegado a la presidencia acusan a los supuestos poderes fácticos de injusticias y arbitrariedades legales. Es parte de la falsa narrativa que se ha creado en torno a figuras como . Ya lo ha explicado Betssy Chávez. “A la prisión no le tengo miedo”, dijo la ex primera ministra castillista. “Nelson Mandela estuvo 30 años en prisión. Mujica estuvo en prisión. Petro estuvo en prisión. Bueno, si quieren hacerme presidenciable ya saben dónde mandarme”, advirtió tras compararse con Jesús. Una prueba de que la retórica martirológica subsiste más allá de la propia lógica.

La novedad, sin embargo, es que el victimismo ya no conoce de ideologías en pleno siglo XXI. Ex presidentes tan disímiles como Donald Trump y Pedro Castillo manejan discursos populistas y polarizantes. Posverdades donde se describen como víctimas del sistema y perseguidos políticos para intentar escapar de la justicia. Y ambos creen que la prisión es solo un obstáculo para su inminente retorno presidencial.

“La víctima es el héroe de nuestro tiempo”, explica el ensayista Daniele Giglioli. “La víctima es irresponsable porque no ha hecho: le han hecho”, agrega el autor del libro Crítica de la víctima. “Ser víctima otorga un prestigio y una identidad en tiempos de vacío. Ser víctima exige escucha y promete reconocimiento. La víctima no tiene necesidad de justificarse. Y ése es el sueño del poder”.

El actual victimismo se nutre del martirologio y es hereditario, como lo demuestran políticos peruanos como Indira Huilca, Gisela Ortiz, Vladimir Cerrón o Andrés Capelletti. Puede reivindicar olvidos, reparar vejaciones, simbolizar etnias o vengar injusticias. También puede ser estructural e histórico, como la construcción de “el pueblo” en el discurso del lápiz, esa supuesta víctima olvidada por 200 años.

Pero el victimismo trasciende las minorías y las ideologías. Todos somos víctimas de alguien, desde los fonavistas hasta los de ‘Con mis hijos no te metas’. Hay víctimas del fascismo, del fujimorismo, de los españoles y hasta de la colonia. Pero también hay víctimas de los inmigrantes, de los caviares, de la Agenda 2030 y de George Soros.

“Nadie se postula para el poder sin decir que es víctima de algo”, explica el italiano. “La ideología victimista es hoy el primer disfraz de las razones de los fuertes”, agrega. Quizá por ello Vladimir Putin dice que Rusia es víctima de occidente, la OTAN y los nazis de Ucrania.

Y tal vez por eso el expresidente Donald Trump declaró el pasado 4 de abril ser víctima de la persecución de un presidente “lunático” (Joe Biden) que ha hecho de su país una “nación fracasada”. “Estados Unidos se está yendo al infierno”, dijo. “Todo el mundo se ríe de nosotros. Estamos con una nube negra por encima de nuestro amado país, pero no tengo dudas de qué vamos a hacer a América grande una vez más”, prometió.

En su primera aparición pública tras ser fichado e imputado penalmente en un juzgado de Nueva York, el entorno de Trump aludió al fiscal afroamericano Alvin Bragg (“el único delincuente en esta historia”), a la primera fiscal general afroamericana de Nueva York, Letitia James; y al juez latino Juan Merchan. La sutil mención a sus orígenes no fue casual.

También soltó su artillería verbal contra los Archivos Nacionales, “una organización de extrema izquierda” por el allanamiento de su mansión en busca de documentos clasificados. “Los llevé abiertamente como han hecho todos los presidentes en el pasado”, espetó. “Biden tiene 1800 cajas en Delawere que se rehúsa a entregar.”

Hasta para Trump fue difícil conciliar su imagen de ‘exitoso billonario ganador’ con la de ‘víctima de una conspiración’ y ‘perdedor electoral’. Para ello, recurrió a su infundada teoría del fraude, acaso la única forma de conciliar ambos discursos, bien amarrados con un argumento final: la mano del multimillonario financista George Soros.

Al finalizar, sostuvo que Biden le ha hecho más daño a su país que los cinco peores presidentes de la historia y que su “pobre liderazgo puede llevar a una guerra nuclear”. “Estados Unidos es un desastre, Rusia se ha unido con China y Arabia Saudí con Irán, eso nunca hubiera sucedido conmigo de presidente, incluso la guerra de Ucrania no hubiera ocurrido”, teorizó. “Increíblemente ahora somos una nación en vías del fracaso, en declive, y estos lunáticos de extrema izquierda quieren enjuiciarme. No podemos permitirlo.

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