(Ilustración: Giovanni Tazza/El Comercio)
(Ilustración: Giovanni Tazza/El Comercio)
Fernando Vivas

En el siglo XIX, el Vaticano ya era un minúsculo enclave en Roma, sin ejércitos ni cañones, una corte de sacerdotes teólogos espantados ante el marxismo que postulaba que la religión era el opio del pueblo, y preocupados por la inhumana explotación capitalista en las fábricas. Entonces, el papa León XIII, en 1891, publicó la encíclica “Rerum novarum” (de las cosas nuevas), buscando atender la urgente cuestión obrera. Fue salomónico: bendijo a los sindicatos y también el derecho a la propiedad privada y a las ganancias.

Esta reflexión sobre ‘las cosas nuevas’ suele reputarse como el bautizo del pensamiento social de la Iglesia y una suerte de guía para los partidos de democracia cristiana o, como muchos se llamarían luego, socialcristianos, que surgieron en el siglo XX. Precisamente, dos políticos pioneros, Alcide De Gasperi (1881-1954), fundador de la Democracia Cristiana italiana y uno de los padres de la Unión Europea, está en proceso de canonización, rizando un rizo: el Vaticano se inclina ante políticos que se inspiraron en su pensamiento social. En Francia también está en curso la canonización de Robert Schuman, equivalente a De Gasperi. Pero la democracia cristiana más sólida es la alemana, la CDU, fundada por Konrad Adenauer y actualmente liderada por Angela Merkel.

En América Latina, la acción política de devotos católicos tardó un poco más y fue más notoria en vecinos como Chile y Venezuela, que en el Perú. El presidente José Luis Bustamante y Rivero dejó constancia de su devoción católica en el fugaz Frente Democrático Nacional (FDN) con el que gobernó entre 1945 y 1948, cuando cayó ante el golpe de Odría.

Por entonces, ya había círculos universitarios en Lima y en Arequipa que leían las encíclicas y a Jacques Maritain, el francés promotor del humanismo cristiano, cuyas ideas fueron claves en la formulación de la declaración de derechos humanos de la ONU; y a Eduardo Frei Montalva, luego presidente de Chile.

Luis Bedoya Reyes tuvo de guía espiritual en el colegio al padre Plasencia, y participó de esas reflexiones en San Marcos; pero fue Héctor Cornejo Chávez, desde Arequipa, el principal impulsor de la Democracia Cristiana (DC), fundada en 1956.

Y así empezó formalmente, con la DC, de la que en 1966 se escindió el Partido Popular Cristiano (PPC), la política partidaria de vocación católica. Pero, mientras la derecha peruana se armaba de fe, un sector de la izquierda también lo hacía. Para dar cuenta de estas dos vertientes, he conversado con Lourdes Flores, que no solo es la más conocida heredera política de Bedoya, sino la vicepresidenta de la Internacional Demócrata Cristiana (IDC); y con Rolando Ames, sociólogo que tuvo un papel destacado en la proyección de la teología de la liberación formulada por Gustavo Gutiérrez, en el mundo académico y en la Izquierda Unida (IU), de la que fue senador entre 1985 y 1990.

—La revolución ahora no—
En esta historia, hay un ente que no es partido, la UNEC (Unión Nacional de Estudiantes Católicos), pero que se ha confundido con algunos de ellos. Se fundó en 1941, promovida por la Iglesia y, con el tiempo, fue tomada por el activismo de izquierda. Ames recuerda que conoció la UNEC cuando estudiaba Derecho en San Marcos y le pareció conservadora para su gusto, pero luego Gustavo Gutiérrez influyó en ella, antes de acuñar su célebre teología. Lourdes, en cambio, no participó en la UNEC, pues su catolicismo empató con una vocación hacia la derecha y allí había un sólido partido con alcance nacional, el PPC.

Lourdes Flores aclara que el suyo “no es un partido confesional”, sino que “reivindica el pensamiento social de la Iglesia”. Para que me lo demuestre, le pregunto si en la ruptura de la DC que dio origen al PPC hubo un trasfondo doctrinario y no solo de egos. “A quienes digan que fue simplemente una bronca entre Cornejo Chávez y Luis Bedoya”, empieza Lourdes, “les recordaría que cuando Cornejo Chávez fue candidato presidencial en 1962 [obtuvo un magro 2,9%] llegó a decir ‘ahora o nunca, la revolución social’; Bedoya, en cambio, creía en el gradualismo”.

Y llegamos a la discrepancia doctrinal socialcristiana, en versión de Lourdes: “Nosotros, siguiendo a Maritain, creemos en el personalismo, en que la persona humana es el centro de la acción política; Cornejo y quienes quedaron en la DC, siguiendo el pensamiento de Emmanuel Mounier, se orientan hacia el comunitarismo, lo que les permite adherirse a la dictadura de Velasco”. La DC perdió peso, mientras el PPC se consolida con el triunfo municipal en Lima de Bedoya y el cogobierno con Belaunde una vez que se recuperó la democracia en 1980.

Los militares llamados a sí mismos ‘ni capitalistas ni comunistas’ no eran del todo ajenos al catolicismo. Uno de ellos, Leonidas Rodríguez Figueroa, fundó en 1973 el Partido Socialista Revolucionario (PSR), al que se adhirieron intelectuales como Rafael Roncagliolo, Enrique Bernales o Marcial Rubio, ajenos al ateísmo que marcaba al comunismo clásico. Rubio, actual rector de la PUCP, profesa el catolicismo.

Sin embargo, el clic entre la izquierda y la Iglesia no se cocinó desde un partido, sino en la propia acción pastoral del clero. El Concilio Vaticano II, convocado por Juan XXIII en 1962 y concluido por Paulo VI en 1965, actualizó el pensamiento social del Vaticano y provocó que en 1968 los obispos latinoamericanos se reunieran en Medellín a hacer lo propio. Allí primó una reflexión que, bajo el lema de “la opción preferencial por los pobres”, influyó en varios de los nuevos partidos de izquierda ajenos a la influencia soviética.

Gustavo Gutiérrez, en una de sus últimas y lejanas entrevistas –a sus 89 años, vive en retiro–, cuenta que le plantearon dar una charla que se llamara ‘teología del desarrollo’ y él, no queriendo vincular su reflexión con el desarrollismo imperante, prefirió el nombre ‘teología de la liberación’. De esa manera también evitaba un concepto que otros ya usaban por entonces, ‘teología de la revolución’, que tenía implicancias radicales.

En palabras de Ames, “el continente más grande del catolicismo es el continente más desigual; necesita una teología”. Muchos militantes de la atomizada izquierda de los 70 y 80 combinaron su vida partidaria con su participación en la UNEC. Cuando se formó IU, el candidato presidencial Alfonso Barrantes, que no era devoto, colocó a Ames y a otro notorio católico como Henry Pease en su cuota personal de invitados al Congreso. Fue entonces que se hizo común hablar de cristianos de izquierda. Susana Villarán, por ejemplo, es católica practicante y en esa condición llegó a tener un programa en una radio religiosa.

Lourdes conoce bien la teología de la liberación porque tuvo a un discípulo de Gutiérrez, el padre Felipe ‘Pipo’ Zegarra, como profesor de Teología en la PUCP. “Y discutía con los jefes de práctica, que eran todos de la ‘Santoto’ [seminario de Santo Toribio de Mogrovejo]”, recuerda riendo. Le pregunto si hubo algún punto de encuentro entre las vertientes de izquierda y derecha en esta crónica y, sin pensarlo mucho, me contó que Ernesto Alayza Grundy, el más católico de los pepecistas, unos años antes de morir en el 2001 le escribió una carta a Gustavo Gutiérrez en la que le decía, según recuerda ella de la lectura que les hizo EAG a un grupo de correligionarios: “Somos cristianos con perspectivas distintas, pero podemos tener un compromiso político común”. Lourdes me animó a indagar por la carta. Encontré a Ernesto Alayza Mujica, hijo del cofundador del PPC, y me dijo que su padre era muy reservado con sus comunicaciones, pero se ofreció a hacer una pesquisa.

El debate entre vertientes no ha acabado, aunque pareciera que la vertiente de derecha se ha fortalecido, mientras la de izquierda se ha debilitado o transferido al ambientalismo y al activismo pro diversidad. , el Papa, encarna, como lo está demostrando en sus mensajes, la evolución del pensamiento social de la Iglesia. Su clamor por los derechos ambientales y de los indígenas entusiasma a la izquierda, pero igual convoca a la otra vertiente. Lourdes Flores me resume su rescate de Francisco en tres puntos: “Es una respuesta al relativismo y nos recuerda que hay verdades fundamentales, a la vez que nos hace un llamado a la tolerancia y al respeto a los demás. En tercer lugar, su encíclica ‘Laudato si’ tiene un fuerte mensaje político y económico del cuidado de la naturaleza”.

La visita papal al Perú, en especial el encuentro con pueblos indígenas en Puerto Maldonado, va a actualizar y reavivar el debate entre las vertientes políticas del catolicismo.

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