Golpear al Congreso dará réditos y momentáneo (e irresponsable) respaldo. Pero harían bien los líderes políticos en exponer mesura. (Foto: Alonso Chero/ El Comercio)
Golpear al Congreso dará réditos y momentáneo (e irresponsable) respaldo. Pero harían bien los líderes políticos en exponer mesura. (Foto: Alonso Chero/ El Comercio)
José Carlos Requena

Ha pasado por agua tibia un muy controversial comentario de una ministra de Estado y congresista, el viernes 24 de mayo. Interrogada sobre la posibilidad de cerrar el Parlamento, –ministra de la Mujer y Poblaciones Vulnerables y representante de La Libertad en el Congreso desde julio del 2016– dijo textualmente: “Yo ya lo hubiese cerrado”.

La desatinada acotación llegó tres días después de que el presidente Martín Vizcarra decidiera acompañar al primer ministro Salvador del Solar y al ministro de Justicia, Vicente Zeballos, a la trunca participación de estos en la sesión de la Comisión de Constitución. La mañana de ese viernes, este Diario publicaba una entrevista de Rocío La Rosa a Zeballos, en la que el ministro dijo querer “descartar de plano” cualquier disyuntiva sobre el cierre del Congreso. Como si el diálogo ausente en la política en su conjunto se repitiera en el interior del Gabinete.



Seguramente lo dicho por Montenegro contará con el beneplácito de la mayoría de la población. Como se recuerda, el Congreso presenta una importante desaprobación, que en mayo llegaba a 71%. Bajo la gestión de Daniel Salaverry, se ha logrado aminorar el índice: en agosto del 2018, el primes mes de Salaverry en el cargo la cifra llegaba a 82% (Ipsos-El Comercio). Pero la situación no deja de ser apremiante.

En América Latina, el Perú es el país en el que un eventual cierre del Congreso tiene mayor respaldo (37,8%), según una encuesta para el bienio 2016-2017 elaborada por el Latin American Public Opinion Project (Lapop). La cifra es superior a las de Haití y Paraguay (29,9% y 28,7%, respectivamente), dos países cuyas democracias han sufrido históricamente mayores convulsiones. Es, además, considerablemente mayor que las de los socios del Perú en la Alianza del Pacífico (Chile, 23%; México, 17%; y Colombia, 15,3%).

Pero los ánimos deben contenerse. El Parlamento es producto del voto popular, que en el Perú es obligatorio. Es cierto que las reglas propician que se distorsione la representación (por ejemplo, por Fuerza Popular votó solo el 19,3% del electorado, pero obtuvo el 56,1% de escaños), pero el impacto se da a todo el espectro político. Una distorsión democrática, por decirlo de alguna manera, que no quita el punto principal: el voto es el origen de las curules.

Muy a pesar de los esforzados congresistas que procuran hacer bien su trabajo, este Parlamento –como colectivo– ha hecho méritos reiterados para despertar antipatías ciudadanas. La lenidad con que se tramitaron los levantamientos de inmunidad de Benicio Ríos y Edwin Donayre, por ejemplo, ha extendido la percepción sobre un ánimo de blindaje. Si a ello se agregan la apatía para reformas vitales y la irresponsabilidad que origina forados en el presupuesto público, el panorama no es bueno.

Golpear al Congreso dará réditos y momentáneo (e irresponsable) respaldo. Pero harían bien los líderes políticos en exponer mesura. Recordar lo que reza el dicho: “Uno es dueño de lo que calla, esclavo de lo que dice”.