Edgar Alarcón fue primero empoderado, luego mecido, más tarde presionado y, para remate, amenazado de muerte por fuente anónima. Pero hizo lo que la oposición quería y el Gobierno temía: declarar lesiva la adenda de Chinchero y, de yapa, pidió encausar penalmente a 11 funcionarios, jalándole las piernas largas hasta a Martín Vizcarra. Quien fuera por largo tiempo discreto funcionario de la contraloría empezó a podar.