A medida que el 200 cumpleaños del Perú se acerca en el calendario; una pesadilla, una distorsión surreal, lo posterga en nuestra percepción del tiempo. Es como la interminable última milla de una maratón con el cansancio acumulado entorpeciendo y tensando todo. Pero, en ese caso, la meta es siempre cierta y segura; en este caso, tememos asomarnos a nuevos abismos.
El último año se nos aparece, pues, como el más largo de los 200 y este último mes se nos aparece como el más largo de los 12, solo comparable a noviembre del 2020 cuando vacó Vizcarra, pasó Merino volando y lo sucedió Sagasti. Hace un quinquenio, cuando elegimos a PPK, pensamos que este le daría la posta a un sucesor o sucesora el próximo 28 y, miren nuestro récord desde julio pasado: 3 gobiernos, 2 congresos, una disolución, una vacancia, un referéndum y dos olas de una pandemia que ha hecho de este el año de mayor mortandad –en cifras absolutas- de todos los 200. La mayor parte de los más de 193,000 muertos oficiales por COVID-19 se ha registrado desde julio pasado.
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¿Pero es una confluencia de desgracias o están concatenadas? ¿Eran previsibles y por lo tanto evitables? ¿Tal vez lo anormal era la sucesión quinquenal y hemos vuelto a la normalidad como dijo Martín Adán cuando le pidieron comentar el golpe de Manuel Odría en 1948? Sí y no. Hay hechos que son el desenlace de procesos que ya se podían detectar años y elecciones atrás, y hay picos que se elevan sobre curvas de tendencias que habíamos percibido sin destacar su gravedad. Eso sí, hay accidentes, azares, arrebatos y virus impredecibles.
La peor antipandemia
Es lo peor del año. Nos equivocamos por acción y por omisión. ¿Cómo demonios pudimos, a la vez, encabezar por unas semanas el ránking de los países con mayor mortalidad que elabora la Universidad Johns Hopkins y estar en el top ten del ‘stringency index’ de la Universidad de Oxford, es decir, del grupo de países que aplicó cuarentenas más severas y bonificaciones más extensivas?
Pudimos hacer lo segundo gracias a nuestras reservas y solidez macroeconómica. El cálculo y el dispendio en aras de la salud, son incuestionables y la ‘focalización inversa’ (primero se decidió focalizar la asignación monetaria directa o bonos en sectores vulnerables pero estos eran tantos que luego se decidió ‘focalizar el universo’ y restar los segmentos con empleo o que habitan en zonas de nivel socioeconómico alto) funciona hasta hoy. Pero la rigidez de la cuarentena no se sopesó con datos que, por lo menos, la volvían relativa: la inmensidad del sector informal y el gran número de hogares donde habitan varias generaciones, dos variables explosivas de contagio.
La rigidez menguó con el nuevo gobierno de Francisco Sagasti aunque mantiene el toque de queda y las restricciones vehiculares, que no está claro que tan eficaces son para restringir la movilidad gregaria y festiva asociada al contagio; o si, además, son veladas forma de contribuir al combate contra la inseguridad, vieja lacra. Añádase, entonces, en el balance del año más largo, que nos la pasamos con toque de queda a escala nacional.
Aunque parecía lo único consensual en un año de durísima confrontación entre poderes del estado; la lucha contra la pandemia sí se politizó cuando llegamos a la compra de vacunas. Vizcarra no dejó contratos firmados pero sí tratos avanzados con Sinopharm y un pre contrato con Pfizer, con cláusulas que al equipo legal de la cancillería le parecieron abusivas. El nuevo gobierno firmó el contrato con Sinopharm y el primer lote sirvió para vacunar al cuerpo de salud, hasta que surgió un múltiple escándalo: la vacunación secreta de Vizcarra hizo descubrir la lista de funcionarios del Minsa y cancillería también vacunados, algunos de ellos ligados directamente a las negociaciones con los chinos, y se difundió un informe preliminar con una errada lectura de bajísima efectividad para la vacuna. Todo eso provocó que el gobierno cambiara de prioridad, y se abocara a firmar con Pfizer.
Pfizer, como la vacuna principal y favorita, con efectividad del 95% y eficaz contra las nuevas variantes según se reporta en varios estudios alrededor del mundo; ha sido uno de los pocos bálsamos del año. Aunque la vacunación, a pesar de que ha aumentado su ritmo, sigue siendo poca y no acaba con los mayores de 50; todos los peruanos tenemos padres, abuelos y queridos adultos mayores con la mejor protección antipandemia en el mercado. El año pandémico se cierra con la incertidumbre de una tercera ola, con predominio de la variante delta u otra igual de contagiosa, que se abata sobre la gran mayoría de población no vacunada y harta de restricciones preventivas.
Fuimos dramáticamente contracíclicos, poniendo la economía en coma, como si fuéramos un país con capacidad de cirugía social asiática y con estándares de miembro de la OCDE. Se nos pasó la mano y las olas nos revolcaron igual o peor. La reactivación ya no solo implica hablar de créditos blandos para recuperarse y volver a crecer, sino, perdón de deudas, eliminación de trabas y asistencia para que muchos puedan volver a empezar en el rubro que fue suyo o en otro que no siga restringido. Hasta hubo hambre, algo de lo que se hablaba hace tiempo en el Perú. El Congreso supo leer –con el corto plazo de su vigencia- la urgencia de legislar para permitir el retiro de buena parte de los fondos en las AFP, de la CTS y hasta pretendió hacerlos con los fondos intocables de la ONP. Dar liquidez en el peor año de nuestras vidas, era una buena intención; pero no necesariamente a costa de la previsión de una vida entera.
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Pedro el intransferible
No solo no lo proclaman aún; tampoco le pueden transferir el gobierno. Apenas tendrá tiempo –si se cumple la promesa de los voceros del JNE de no demorar más allá del 15 de julio– de gozar de la ventana de oportunidades que se abre a los presidentes electos: negociar con el gobierno saliente la toma de algunas decisiones difíciles, armar un buen equipo y viajar.
¿Cómo llegamos a una segunda vuelta entre Keiko Fujimori y Pedro Castillo que no podía ser otra cosa que polarizada? Muchos analistas dicen que sí era previsible, sino con nombre y apellido, al menos se podía intuir el perfil de los polos magnéticos. No es, entonces, un accidente del año más largo, sino la expresión de una tendencia que se acrecentó con la pandemia: cada elección se torna una prueba de fuego para los partidos desgastados en el ejercicio del poder y de la oposición, y una oportunidad dorada para los outsiders con discurso populista y anti sistema.
Ello explica a Castillo en segunda vuelta, como explicó que el Frepap y el UPP aliado a Antauro Humala, saltaran la valla en el congreso complementario actual, dejando atrás a partidos como el Apra y el PPC y desapareciendo a los restos del oficialismo ppkausa. El fujimorismo sí brincó la empalizada, pero era un cuarto menguante respecto a la popularidad que le hizo tener mayoría absoluta en el congreso anterior. ¿Se recuperó de ello y por eso Keiko Fujimori peleó la segunda vuelta con Castillo?
Keiko llegó a la segunda vuelta con apenas 13% de los votos. La división del electorado de derecha entre Rafael López Aliaga, Hernando de Soto y Fuerza Popular, garantizaba que quien se empinara un poco por encima de los otros dos, ganaría la posibilidad de enfrentar al último fenómeno antisistema. Y le tocó a Keiko Fujimori quien, irónicamente, según propia confesión, había decidido no postular cuando salió de la cárcel a fines del 2019. Fue su vuelta a la prisión en el verano del 2020 y los retos de la pandemia que la hicieron cambiar de opinión.
De los tres que estuvieron más cerca de competir con Castillo, la lideresa de Fuerza Popular era quien tenía los mejores aparato y experiencia, pero también el mayor anti voto. Eso contribuyó a polarizar la segunda vuelta de una forma tal, que el anticomunismo, nada desdeñable en un país de mucho emprendedor autoempleado, fue vencido, por escaso margen en el conteo final de la ONPE, por el anti fujimorismo.
No fue solo esa aritmética de identidades negativas, claro está, que llevó al cuasi empate. Keiko Fujimori encarnó el sistema político que había provocado todos los sobresaltos políticos del pasado reciente y lo arropó con la camiseta de la selección (ese sí parece haber sido un acierto de su campaña); mientras Castillo mantiene –a pesar de su asociación con el ex gobernador de Junín, Vladimir Cerrón- el aura de ‘outsider’ con arrastre sobre mayorías con reivindicaciones raciales, étnicas y de origen rural. Esa ecuación es casi imbatible; pero Keiko, que llegó a tener alrededor de 20 puntos de desventaja en su peor momento de la 2da vuelta, la remontó aprovechando los errores, la inexperiencia y la inconsistencia de su rival.
La debilidad y descomposición de partidos como Perú Libre que recurren a candidatos invitados para sobrevivir se midió con el partido más grande de los últimos quinquenios, cuya candidata es a la vez su lideresa fundadora; y ganó. Tan ajustado fue el el conteo final y tanta pica causó el ascenso del ‘outsider’ (solo comparable al de Alberto Fujimori en 1990), que FP decidió judicializar las elecciones presentando cientos de recursos de nulidad. Por eso, la proclamación demora tanto y en un momento –cuando el fiscal Luis Arce se retiró y dejó al JNE sin quórum por unos días- llegó a pensarse que la elección corría peligro.
Hasta Vladimiro Montesinos desde su prisión de ‘máxima seguridad’ en la Base Naval intervino con unos audios en los que le esbozaba a un operador, un plan para corromper a miembros del JNE. Esa es la razón por la que el Ministerio Público ha abierto una investigación que incluye a Arce, bajo la hipótesis de que lo insinuado por Montesinos pudiera haberse materializado en su retiro del TC.
Mientras todo esto pasaba, el Congreso no estaba muerto, ni de parranda, estaba ejecutando en su cuarta mini legislatura un plan para elegir a 6 de 7 miembros del TC y no pudo –hasta que cierro estas líneas– sumar los 87 votos para elegir a ninguno. Y así, julio del 2021 se nos hace el mes más largo del año más largo de nuestra vida republicana, tal como lo puede percibir un peruano en edad promedio esperando la proclamación del mal menor (o de su miedo mayor) y una inmunización que podría salvarle la vida.