Manuel Merino se desmoronó muy rápido. Asumió el lunes 9 de noviembre y el sábado 14 estaba desahuciado. El Congreso tenía que reemplazarlo sin tiempo para exequias ni cubileteos. Por lo menos dos líderes de bancadas se pusieron las pilas y el sábado en la noche creían tener una candidata de consenso. En ambos casos, la escogida fue una mujer. En ambos casos se pensó que solo se debía escoger entre los 19 que votaron en contra de la vacancia, pues la revuelta callejera era precisamente contra los que arrancharon el poder a Martín Vizcarra sin pensar en que las prioridades nacionales eran la salud y la economía de la gente.
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Francisco Sagasti, el portavoz de los morados, no estaba en esos bolos; por el contrario, el sábado visitó a Rocío Silva Santisteban, del Frente Amplio (FA), para animarla a que fuera la carta de consenso del centro y la izquierda. Rocío Silva me ha confirmado este encuentro y me contó que recibió la propuesta de Sagasti con desconcierto. Le replicó “soy mujer, feminista, de izquierda”, dándole a entender que su candidatura sería muy difícil de digerir por los demás y le preguntó, ‘¿por qué tú no?’. Él le dijo que una de las razones por las que no podía serlo, era su rol como segundo vicepresidente en la plancha presidencial de Julio Guzmán. Quizá en ese primer momento, Sagasti creía que tal condición era un impedimento legal; pero luego quedó claro que no lo era. Mientras tanto, Rocío habló con el líder del FA, Marco Arana, y este la animó a asumir el reto inmenso. Unas horas después, en la madrugada, Sagasti volvió a hablar con ella y le dio a entender que los morados tenían otros pareceres.
Hubo muchos ires y venires entre los morados. Sagasti atravesó el encuadre varias veces, veloz como el coyote animado, antes de quedar fijo como presidente del Congreso y, por mandato constitucional, presidente del Perú. Le escribí para pedirle su versión. No pude hablar con él pero sí con un allegado suyo que me dijo: “Francisco no buscó ser presidente, pero, en un momento pensó que si el Congreso y el país lo requerían, podía asumir la responsabilidad. Luego de que se frustró la elección de Rocío Silva, volvió a surgir su nombre, pero él prefirió retirarse a su casa y dejar que otros hicieran las negociaciones”. El principal negociador fue Gino Costa y me ha contado su brega para convencer a APP y al Frepap de que Sagasti era el hombre, luego de ayudar a convencer –quizá les cueste creer esto– al propio Sagasti y a todos los morados, de lo mismo. Pero no nos adelantemos con el desenlace del lunes. Escudriñemos lo que pasó un día antes.
Carolina de madrugada
El sábado, como les dije, los congresistas atentos a las noticias sabían que les esperaba un nuevo trance sucesorio. Ellos nos habían metido en esto, ellos nos tenían que sacar de esto. Llamé a Luis Valdez Farías, quien el lunes 9 había pasado ser presidente del Congreso, al ser vice de Manuel Merino. Está dispuesto a contarme sus dilemas y emociones de aquella elección, pero me pide hacer un preámbulo para explicarme cómo así, “cualquier peruano en sus zapatos, con la información que tenían los congresistas, y continuamente petardeados por Vizcarra, hubieran votado por la vacancia”.
Por supuesto, los protestantes no estaban en esos zapatos sino en sus propias zapatillas, avanzando a duras penas hacia Palacio y el Congreso. Valdez no se arrepiente de sacar a Vizcarra y no le reprocha nada a Merino, pero a esta misma convicción vacadora, añade esta reflexión, con un nudo en la garganta. Se le quiebra la voz: “Todos los días lo pienso y me martilla. Cualquier vida de un chico, informado o no, azuzado o no, confundido o no, no podía ponerse en riesgo. Comprendí que Merino tenía que renunciar y yo tenía que ser parte de la solución. Teníamos que dar un paso atrás. Así se lo dije al presidente y lo di a entender en una llamada a Canal N el mismo sábado”.
Luis tenía claro que debía renunciar junto con el resto de la mesa directiva (Guillermo Aliaga de Somos Perú y María Teresa Cabrera de Podemos); pero no podía patear el tablero tan pronto. Eso hubiera sido fácil y hasta cómodo. Tenía que conducir una junta de portavoces el domingo en la mañana y, si era posible, allí mismo armar una mesa de consenso para someter su elección al pleno. Luego de eso, ya podía y debía hacer mutis. Me asegura que la precipitación de los hechos no le dio tiempo para hacer consultas ni a su partido ni a su líder César Acuña y que no sabía que este ya tenía una candidata. Luego les cuenta ese episodio.
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“A Valdez se le veía abatido y Aliaga estaba realmente mal”, recuerda Rocío cuando evoca esa primera junta de portavoces del domingo. Ella era vocera alterna, pero le tocó ir a la junta (el titular Lenin Checco había dado un paso al costado por un enojoso incidente que tuvo con la asesora de su bancada, Gabriela Salvador). Rocío me confirma de que no había duda de que Valdez estaba decidido a renunciar y a empujar a Merino a que también lo hiciera.
Richard Acuña, excongresista e hijo de César, había llamado a Carolina Lizárraga en la madrugada del domingo. El siguiente es un relato hecho por una persona allegada a Carolina: “Richard llamó a Carolina y le pidió que lo visitara. Ella fue a un departamento creyendo que era de Richard, pero se apareció César Acuña y le dijo que APP quería que ella fuese la presidenta. Ella se abrumó y dijo que tenía que consultarlo con su partido y que probablemente no iban a querer. Acuña le dijo que, en ese caso, podía renunciar a su partido. Ella, aunque no estaba en buenas migas con Julio Guzmán, dijo que no le parecía buena idea renunciar, pero aceptó ser candidata”.
¿Qué pasó el domingo en la mañana? Las redes hirvieron contra Lizárraga, como han hervido cada que ella entró en tensión con Julio Guzmán y el partido. Carolina, que estaba atribulada con la propuesta y conmovida con los heridos y detenidos que había visitado los días previos, no quiso promover su candidatura a pesar de que su perfil independiente respecto a su bancada, la hacía más digerible que Sagasti, para una mayoría opositora que acusaba a los morados de oficialistas y proyectaba en ellos parte de la antipatía que sentían por Vizcarra.
En la noche del domingo, tras la derrota por falta de votos, de la candidatura única de Rocío, volvieron a llamar a Carolina de APP y de Acción Popular (AP), pero ella se desentendió del tema. Los morados ya habían decidido apostar por su portavoz y hombre de mayor predicamento, y otras bancadas empezaban a aceptar que las cosas habían cambiado para todos y que Sagasti no era Vizcarra, pues.
Rocío, te vamos a controlar
Rocío Silva estaba almorzando alrededor de las 4 p.m. cuando Sagasti la volvió a buscar. No tuvieron tiempo de conversar porque estaba recomenzando la sesión permanente de la junta de portavoces y se les requería con premura. Allí, recibió la propuesta más abrumadora de su vida. Luis Valdez le dijo “doctora, hemos pensado que usted debe ser la candidata, es el consenso al que hemos llegado”. Salvo los fujimoristas, que fueron claros en decir que no votarían por ella; el resto de bancadas la apoyaba. José Luna Morales, de Podemos, le dijo expresamente que votaría por ella. José Vega, de UPP, hizo poco menos que una arenga llamando a cerrar filas con ella.
Entonces y ahora parecerá extraño a muchos que una congresista de izquierda fuese la elegida por los portavoces de bancadas tan disímiles como APP, UPP, Podemos, Somos y parte de AP. La propia Rocío estaba desconcertada, como me lo repite muchas veces. Daniel Olivares, que acaba de publicar su libro “Joder para transformar” (Debate, 2021), evoca en un capítulo la confusión de esas horas. Lo llamo para hablar de esos recuerdos y escogió un detalle: oyó a alguien que le sugirió a Rocío que saliera con Sagasti a anunciar a la prensa que ella sería la candidata única a presidenta y Francisco quedaría como presidente del Congreso. Ella no estuvo de acuerdo con la sugerencia, y dijo, “mejor votemos primero y luego salimos con el resultado”. Daniel se pregunta: “¿Sí salían a declarar, eso hubiera disminuido las abstenciones y votos en contra que tuvo la lista y ella ganaba?”. Nunca lo sabremos.
Les debo una respuesta a la pregunta: ¿por qué Rocío?. Se la traslado a Valdez: “Éramos conscientes de que la íbamos a tener chequeada, que el Congreso es fiscalizador. Yo le dije que le poníamos 3 condiciones, que se sacara de la mente la idea de una asamblea constituyente, que se concentrara en la pandemia y que asegurara elecciones limpias. Ella estuvo de acuerdo”. Conversando con políticos y colegas, llego a otra respuesta, que ya la sugerí más arriba cuando conté el episodio de Lizárraga: Tal era el rechazo visceral a Vizcarra, que alcanzaba a la bancada morada y a su portavoz, al punto que congresistas de centro y derecha preferían a una izquierdista en Palacio en lugar de un centro izquierdista como Sagasti. La propia Rocío aporta una razón adicional: si bien ella y Mirtha Vásquez votaron en contra de la vacancia, el resto de su bancada votó a favor y en ese trance trabó una red de contactos y lealtades regionales con la alianza vacadora de APP, AP, Podemos, UPP y Somos. Añado otra razón: el FA no era competencia para el 2021, a los morados sí se les percibía como una opción potente.
Sin embargo, el consenso entre los portavoces, que habían llegado apuradamente a ese acuerdo, no fue respetado por el íntegro de sus bancadas. La opinión pública de centro y derecha reaccionó fuertemente cuando recibió el anuncio de que una respetable mujer de izquierda sería presidenta del Perú. La presión de gremios, medios y redes contra esas bancadas fue tan grande, que a la hora de votar por la lista única, la suma de las abstenciones (25) más los votos en contra (52), superaron los votos a favor (42).
Rocío Silva tuvo el difícil papel de conducir la sesión dónde ella misma fue lanzada. Ese desconcertante papel se debió al hecho de que, cuando se presentó la mesa multipartidaria presidida por Manuel Merino, el FA, por mero deporte parlamentario, lanzó una lista exclusivamente frenteamplista, presidida por Rocío. Al renunciar Valdez, correspondía a la lista que perdió aquella vez conducir el proceso de elección de la nueva mesa. Sumada a esa accidentada duplicidad había un detalle que manchaba la lista: entre los vicepresidentes estaba Yéssica Apaza, puesta por Vega de UPP, que sí voto a favor de la vacancia. Esa bancada se dividió, restando votos a Rocío.
Pero ya antes de someterse al pleno la lista había estado a punto de abortar. Luego de expresar su acuerdo en la junta de portavoces, Sagasti decidió retirarse de la lista. Rocío me cuenta que pidió hablar con él a solas para preguntarle porqué destruía así el difícil consenso al que se había llegado. Sagasti nuevamente cambió de opinión y volvió a poner su firma en la lista que se lanzó al vacío. El allegado de Sagasti, lo recuerda de otra forma: “Era un periodo de dudas, Francisco no sabía si la lista iba a pasar, si contaba con los votos suficientes”. Tenía razón.
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Digeridos los resultados, a Silva le quedaban dos decisiones que tomar: no se presentaría en una nueva lista, a pesar de que le sugirieron ir de vice para presidir el Congreso y, retomada la conducción de la mesa transitoria, decidió suspender el pleno hasta la mañana de lunes. “¡Pero cómo haces eso, el país necesita que tomemos una decisión¡”, recuerda que le gritaron algunos colegas airados. “Peor va a ser para el país si tomamos una decisión ahora”, replicó.
Dilemas morados
¿Por qué los ires y venires de Sagasti y los morados? Conversé en aquel entonces con algunos de ellos y hay varias razones entre las que destaca el temor de comprometer la más grande y légitima ambición que tenía el partido: ganar la presidencia el 2021. Les parecerá que era una apuesta lejana y difusa, y que estaban desperdiciando la presidencia aquí y ahora; pero no era lo mismo una transición en neutro que un quinquenio morado.
No había serenidad para dilucidar ese dilema. Gino Costa, que no era militante sino invitado, pensaba distinto y creía que merecían atrapar la gran oportunidad que se les abría. Me lo dice así: “Rocío es una apreciable persona y no había votado por la vacancia; pero su bancada sí había votado. Yo les decía en la bancada que no podíamos quedarnos tranquilos con ese acuerdo y, como era vocero alterno, fui a la junta de portavoces a pedir que se reconsidere”. Tanto Rocío Silva como Luis Valdez me han confirmado esa participación de Gino y ambos coinciden en que no fue bien acogida. Incluso, Valdez, le llegó a decir que sólo decidían los voceros titulares. El resto se reafirmó en la candidatura de Rocío.
La posibilidad de que Sagasti presidiera la transición y los cubileteos de sus enemigos tenían alterados a los morados, pero quien los hizo brincar hasta el techo fue uno de los suyos, nada menos que su líder Julio Guzmán. En pleno furor del debate para armar la lista de consenso, Guzmán lanzó en el Twitter un comunicado del partido en el que planeaba que el Congreso debía conducir el proceso de la vuelta de Vizcarra. Ello, por supuesto, dio en la yema del gusto a los que tildaban a los morados de oficialistas sin remedio. Pero ese no era el sentir de la bancada.
Ninguno de los congresistas ni sus asesores, estuvo de acuerdo con la posición de Guzmán. Según mis fuentes moradas, hicieron una llamada colectiva y cuadraron a su líder. Aclararon en otro comunicado que su posición, como la que se voceaba masivamente en la calle, era que Vizcarra no debía volver; y Guzmán, vuelto a sus cabales, retuiteó la posición de su bancada. No he podido hablar con él para esta crónica pero sí con alguien que, en el medio de la batahola, lo llamó para pedirle que le explique su fugaz posición. Guzmán, entre otras razones, le dijo que le habían informado que el TC iba adelantar para el lunes –esta conversación se produjo el domingo– el debate de un recurso constitucional de Vizcarra contra la moción de vacancia y que el miércoles estarían ordenando su reposición en Palacio. Mi fuente llamó a Marianella Ledesma, la presidenta del TC, que le negó de plano que adelantarían ese debate.
Tras la derrota de la lista única encabezada por Rocío Silva, Gino Costa fue el principal negociador de la nueva candidatura de Sagasti, esta vez con Mirtha Vásquez de primera vice, Luis Roel de AP y Matilde Fernández de Somos Perú. Todos ellos habían votado contra la vacancia. Fernando Meléndez de APP y María Cristina Retamozo del Frepap fueron claves para asegurar el voto de sus bancadas. Roel consiguió a parte de AP. El lunes amanecimos con dos listas, la encabezada por Sagasti y una que armaron, a última hora, los de Podemos y UPP, con María Teresa Cabrera a la cabeza; pero quedó coja cuando Leslye Lazo de AP retiró su firma. Sagasti ganó con 97 votos y lo demás es historia oficial. El allegado del expresidente me dice con énfasis: “A él no le preocupaba lo de la vicepresidencia [en la plancha de Guzmán], sabía que si el país lo requería; eso no era ningún impedimento”.
En el frenesí del domingo y lunes, otros morados fueron tentados por la oposición. Daniel Olivares recibió una llamada de César Acuña, a Zenaida Solís la buscaron de otras bancadas y revivió momentáneamente la candidatura de Carolina Lizárraga; pero prevaleció en todos ellos el hecho de que ya había un acuerdo interno a favor de Sagasti. La coalición vacadora tuvo que vencer sus remilgos ante los morados y estos tuvieron que vencer sus propios miedos a comprometer su opción del 2021. Tras tantos gases lacrimógenos, el lunes 16 de noviembre vimos un benigno humo blanco.
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