Aun con mascarilla, la gente por la calle lo reconoce, “¡Salvador!”, lo llaman, con el afecto que no es muy común demostrar hacia los políticos. ¿Las señoras saludan al actor o al expremier?, le pregunto. Aunque él diga que nunca se ha visto a sí mismo como un político, sino que lleva 25 años siendo actor, Salvador del Solar Labarthe (Lima, 1970) no puede desligarse de su ‘yo’ político. De hecho, ha vuelto al teatro con un monólogo sobre el poder, la poesía, el papel de la palabra y, también, sobre la psicología de multitudes. “Muy para estos tiempos”, comenta sobre Yo, Cinna (el poeta), un personaje mínimo de Shakespeare al que el dramaturgo británico Tim Crouch le ha dado una voz. No podemos hablar solo de Salvador, el actor, cuando ha vuelto de Chile –donde dirigió una serie durante cuatro meses– con la idea de un documental sobre los cambios sociales recientes en ese país. “He conversado con mucha gente, taxistas, compañeros en un rodaje y el tema de la dignidad salía de manera recurrente, como diciendo no basta con que haya más dinero o más consumo. Hay algo que no está bien…”, continúa.
El poeta que él interpreta en el silencioso Teatro Británico termina siendo linchado por una turba, solo por ser homónimo de un político que ayudó a Bruto a matar a César (y proteger así la república). Del Solar estaba seguro de que este era su primer monólogo –y quizá su primer encuentro con una turba–, pero ha caído en cuenta de que el 30 de setiembre del 2019, en medio del tumulto y el griterío de un Congreso que horas después sería disuelto, resumió en diez minutos frenéticos un discurso de una hora que le había tomado toda la noche escribir. Fue su último intento por llegar a consensos con la oposición.
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Dieciocho meses después, recuerda sus días en el gobierno y aún está convencido de que la propuesta de adelanto de elecciones, que implicaba el recorte del mandato presidencial y congresal –tarea a la que se entregó hasta el final– habría evitado las sucesivas crisis que se presentaron. No quiere saber nada con la política, pero habla como si tuviera un plan o por lo menos sabiendo lo que hay que hacer, aunque le falte todo lo demás: gente, tiempo, ganas.
—Tras la disolución del Congreso y tu salida del Gobierno, te apartaste de la atención pública y guardaste silencio, hasta ahora. ¿Por qué?
Necesitaba respirar, bajar las revoluciones, reconectar con mi normalidad. Entras en esta especie de marea de la política y después no es tan fácil salir. Durante un tiempo te quedas varado (de hecho, escribí un monólogo con ese nombre). Necesité diferentes tipos de terapias: viajar. Y al mismo tiempo la vida nos metió en una terapia inesperada, que fue el confinamiento. Esta situación nos empujó a ver hacia adentro. Hubo una oportunidad para la introspección.
—Dieciocho meses después de aquella crisis, ¿has podido procesar lo que pasó?
Empieza a haber una distancia para ver las cosas, aunque todavía no ha terminado el quinquenio donde todo esto ocurrió, y a pesar de que haya habido tantos presidentes, tantos congresos y cambios. Lideré un esfuerzo, primero por sacar adelante una reforma política. Pero las tensiones no hacían más que agudizarse, y cuando viene la propuesta de adelantar las elecciones un año, mis esfuerzos se concentran ahí. Se habría podido repartir la baraja del poder político para evitar lo que lamentablemente sucedió. Sigo pensando que estuvimos muy cerca de conseguir ese acuerdo, conversando con todas las fuerzas políticas, incluyendo a las de oposición mayoritarias. Tan cerca que se saboteó, un medio lo puso como si fuera una negociación bajo la mesa. Se archivó la idea y enfilamos directo a la colisión.
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—¿Habría cambiado en algo el destino de este gobierno si ese acuerdo prosperaba?
Nos habríamos demostrado capaces, a la víspera del bicentenario, de haber madurado en algo políticamente, optando por concesiones razonables y el trabajo de cooperación, en lugar del enfrentamiento y la fractura. Se habría generado menos euforia que la que se desató luego de la disolución del Congreso. Habría habido menos aplausos, o ninguno, pero sí una mayor estabilidad. Alguna vez escuché que la mejor negociación es aquella en la que todo el mundo termina un poco descontento. Si solo una de las partes termina contenta, es garantía de que va a haber un problema más adelante. Con el tiempo, se vuelve más claro cuál es el precio de no darle una oportunidad al entendimiento. Es una de las cosas que más lamento. Me habría gustado quedarme hasta el final y más aún haber seguido siendo, hasta ahora, ministro de Cultura.
—¿Con qué instante te quedas del 30 de setiembre, día de la disolución del Congreso y tu último día en el gobierno?
Nos reunimos con todo el gabinete en la sala Pérez de Cuéllar de la PCM a las 8 de la mañana, una hora antes de llegar al Congreso. Fue un momento especial, consideraba importante que tuviéramos ese momento antes de afrontar una situación incierta, era posible que nos rechazaran la cuestión de confianza. Recuerdo que compartí con ellos algunas palabras más o menos así: si en algún momento hay una situación difícil para la que no tengamos una respuesta o una capacidad de dialogar, confíen en dos cosas: en lo que ustedes consideren que es correcto, déjense llevar por eso; y confíen sobre todo en que como equipo estamos convencidos de que damos la batalla correcta. Fue uno de esos momentos que no estás hablando de trabajo, de un objetivo de política pública ni siquiera política, era un momento muy humano entre un grupo de personas fajándose por el país, con todas las críticas que merezcamos. Íbamos a enfrentar algo para lo que no sabíamos si estábamos del todo preparados. Y no se nos pusieron las cosas fáciles, se nos dijo que nos teníamos que ir, el baño de mujeres estaba cerrado, las ministras no podían ir al baño, no dejaron entrar a nuestros equipos, dijeron que nos atenderían a las 4 de la tarde y que nos fuéramos, cerraron las puertas del hemiciclo cuando quisimos entrar…
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—¿Hubo voces disidentes en el gabinete, en el sentido de renunciar si el gobierno iba por el camino de la disolución?
No pasó eso, pero tuvimos una discusión al respecto. Habíamos quienes defendíamos una posición, entre los cuales estaba yo: idealmente, algo del calibre de una disolución del Congreso tiene que tener un soporte jurídico incuestionable. No es que consideráramos que era inconstitucional. Nosotros creíamos que había soporte jurídico para la decisión, pero no sin debate, y que este podría tener un resultado incierto. Era nuestra tarea como ministros decir las cosas. También hay que decir -y se discutió- que en política no son muchas las oportunidades en que las cosas son 100 por ciento claras y donde tienes que actuar políticamente. Eso sucedió. Todo esto fue además muy rápido. Realmente fueron días frenéticos. Pero eso no quiere decir que a pesar del calor del momento no haya habido reflexión ni discusión, y poner sobre la mesa el panorama que veíamos. Se tomó una decisión política que finalmente el TC ratificó.
—Cuando Vizcarra dijo: no queda otra que la disolución. ¿Cuál fue tu última palabra?
Dije: este es el panorama, seamos conscientes de que va a haber un debate político, va a haber quienes digan que es inconstitucional. Creo y sigo creyendo que una decisión como esa es de última instancia, que no debe ser una decisión frecuente. No pensemos en si sirvió o no sirvió la disolución. Más bien, se ha hecho más evidente el precio de no haber sido capaces de consolidar un acuerdo [de adelanto de elecciones]. Habríamos inaugurado un camino en la política peruana, de esos en que todo el mundo queda un poco descontento pero al mismo tiempo todo el mundo se ha permitido confiar en el otro bando, en tiempos de polarización, y no buscando aplausos.
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—La reforma política que impulsó tu gestión: con avances y retrocesos, ¿cómo la observas en la coyuntura de estas elecciones?
Es tan o más necesaria que antes. La reforma política debería continuarse. Entiendo que haya pasado a otro plano ante la crisis que estamos viviendo. Fue propuesta antes de que yo llegara al premierato, por una comisión independiente muy valiosa, y puede haber discusión sobre si todo fue lo mejor; hay cosas que en el camino no resultaron tan buenas como se pensaba. Pero seguimos necesitando ajustar nuestro juego político porque nos está yendo muy mal como país. Es lo mínimo que tendríamos que reconocer. Sería un error pensar que estamos viviendo solo una gran crisis sanitaria, que lo que tuvimos antes fue una gran crisis de corrupción por ‘cuellos blancos’ y Odebrecht, o que tuvimos una crisis de desastres naturales por el Niño Costero, sería un error si nos quedamos ahí. El sustrato debajo de todo es una profunda crisis política que implica corrupción, no haber seguido con las reformas del Estado, habernos olvidado de una serie de bienes públicos. Y que tienen como parte de su problema el hecho de que el juego político está siendo distorsionado para mal, por una serie de temas que hay que buscar corregir, como buscaba corregir la reforma política: el voto preferencial, cómo se financian campañas, si es que pueden postular personas con sentencias por delitos, que haya paridad, un grado de representatividad, es decir, temas que perdimos la oportunidad de haber sacado adelante pero que no podamos postergar.
—¿Valió la pena tanta lucha para terminar como terminaron los presidentes de este gobierno?
Fue un esfuerzo que no me arrepiento de haber hecho, pero que habrá sido en vano si no somos capaces de sacar lecciones importantes.
—¿Saber que alguien como Martín Vizcarra se vacunó a escondidas te decepciona?
Sí, por supuesto. Este tipo de conductas de quienes han utilizado su influencia para conseguir su vacuna son un reflejo de la sociedad que somos. Siendo ya lamentable que esas conductas hayan existido, me parece muchísimo más triste ver que la mayoría de las reacciones han ido por el lado de la justificación o de la mentira. Yo no conozco a Pilar Mazzetti, nunca he trabajado con ella, pero creo que sus disculpas –y esto no la exonera de su responsabilidad– son las únicas que me han parecido honestas, valientes, sin concesiones, sin atenuantes. Lamentablemente no hemos visto eso en otros casos. Me hace pensar en el personaje Cinna, y lo que dice sobre el poder de las palabras: funcionan cuando las hacemos funcionar, cuando hay honestidad, verdad. Ella tiene que asumir su responsabilidad, incluso después de haber dicho que sería como el capitán del barco y se vacunaría al final, pero llegado al punto en que esto se hizo público, sin reveses, dijo: “asumo mi responsabilidad, creo que no voy a volver a merecer la confianza de ustedes. Quiero decirles que tuve miedo”. Necesitamos acabar con el ‘si alguien se sintió ofendido pido disculpas’. Todo el mundo tiene el derecho de defenderse si considera que no ha cometido error, pero aceptar, disculparse. El caso de Pilar Mazzetti demuestra que existe la posibilidad de dar el ejemplo incluso tras un error gravísimo, y hay algo ahí de redención, no sé si total, al menos yo lo sentí así.
—¿Qué se siente ser un político que puede caminar tranquilo por la calle?
Hay un texto de Cinna: “No voy a volver a salir a esas calles, voy a vivir tranquilamente, al margen de esos grandes acontecimientos”. Es muy reconfortante sentir que hay un respaldo luego de haber hecho una tarea sumamente difícil. Sin embargo, por mucho tiempo, después del 30 de setiembre, lamenté muchísimo que no hayamos podido consolidar el acuerdo por el que estábamos trabajando. Notaba la euforia, la alegría de un montón de gente que quería que ese Congreso se fuera, pero ese no era el objetivo que estábamos persiguiendo ni era necesariamente la solución de los problemas. Hay un espacio para sentirme reconfortado y agradecer un gesto como ese. También hay personas que consideran que mi participación política ha sido dañina. Es una sensación agridulce.
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—Por las redes o en la calle, algunas personas reclaman que te hayas desligado de la política o de que no seas candidato.
Es muy delicado jugar con las expectativas de las personas. Mal haría en pretender postular y decir ‘confíen’. La tarea es bastante más grande. Los cambios políticos tienen que suceder de la mano de instituciones, de confianzas ganadas con trabajo y tiempo. No es como: oye, esta persona me parece confiable, honesta, encarguémosle… No va a poder responder.
—¿Por dónde empezar? La gente desconfía de sus políticos.
Hay una devaluación profunda de la actividad política. Tengo la sensación, expuesta de manera muy gruesa, de que la política se nos ha descosido, se nos ha desvencijado como una especie de mueble viejo que hemos olvidado, que ya no nos importa tanto. Y en un contexto así, algunos consideran que con mis errores, con mi inexperiencia, hice un esfuerzo por hacer algo, de que había un grado de honestidad, de transparencia, un intento de explicar las cosas y ofrecer una perspectiva, y al mismo tiempo un intento de tratar de construir confianza, que es el concepto que atravesó mi tarea en la PCM. Desde el primer día, yo me presento ante el Congreso a solicitar la confianza inicial, la investidura, diciendo vengo aquí cumpliendo con el mandato constitucional de solicitar su confianza, pero realmente vengo a decirles que creo que conjuntamente tenemos que trabajar por fortalecer la confianza de la ciudadanía en nosotros como actores de la política. Si no recuperamos la confianza en la política nos va a ir mal como sociedad. Luego cuando me toca como PCM presentar las propuestas de reforma política vuelvo a insistir en que se trata de una reforma que no es contra el Congreso, como algunos allí decían, sino una reforma que buscaba revalorizar la actividad política, que la gente pueda confiar en partidos, que no haya personas con delitos que estén postulando, en el fondo estoy diciendo otra vez: tenemos que ganar confianza. Creo que hay personas que sienten que hay un conjunto de personas que podíamos colaborar para fortalecer esa confianza.
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—¿Por qué decidiste no postular?
Por un lado, no era parte de mis planes, nunca he tenido una aspiración de postular. Cuando fui ministro de Cultura, en el partido de PPK comenzaron a decir que yo iba a postular a la alcaldía de Lima. Hay una expectativa no solo respecto de mí: somos una sociedad que se ha acostumbrado a buscar generar candidatos. Nunca he tenido una aspiración de ser alcalde de Lima; lo mismo aplica a la presidencia. No lo he estado buscando; por lo tanto, no me he retirado de la contienda, no pedí que me incluyan en las encuestas, no soy militante de un partido.
—Una vez que se ingresa en política, ¿ya no hay vuelta atrás?
Alguna vez, antes de la campaña, alguien en un café me tocó el hombro: “¿Cómo va la campaña?”. “¿Qué campaña? No, no voy a postular”, le digo. “Es que creo que no te has dado cuenta: no vas a poder decir que no”. Yo: “¿No me digas?”. En ningún momento he tenido la sensación de que he abandonado la campaña ni el camino político, porque no he estado ahí. Lo que pasa es que hay un montón de especulación. Comienza la pandemia, todavía teníamos muy poca información y de repente unos amigos me dicen: ¿por qué no hacemos un spot, aunque sea con algunos mensajes que sentimos no se están transmitiendo?, y organizamos en un día cámara, sonido, nos prestaron un espacio, hicimos un guion, les dije tengamos a un doctor o doctora, llamamos a una doctora de la Cayetano Heredia. Inmediatamente salió gente que habló del ‘aprovechamiento’. Qué poca capacidad para imaginar que esto no es parte de una campaña política, o qué falta de capacidad para preguntar.
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—¿Te estás preparando para retomar el camino político más adelante? No lo has descartado.
No me estoy dedicando a eso. Es algo que realmente no veo en mi camino. No estoy buscando un lugar [en la política], pero era lo mismo hace tres meses, hace un año, hace tres años. Yo no he estado buscando una participación política. Estaba en Colombia, tenía 11 años allá. El 4 de diciembre del 2016 recibo la sorprendente llamada del premier Fernando Zavala. Sucedió así. Me gusta la idea de ser un ciudadano que desde su actividad pueda contribuir a la discusión, al debate, que desde las obras que elige actuar o dirigir o la película que decide escribir trata de hablar sobre su sociedad, a veces quizá con un tema más cercano a la política, como puede ser el de Cinna o el de Magallanes, a veces con algo más tangencial, como [la serie] Los Prisioneros. He sentido que de alguna manera se me ve como un candidato y rechazo esa mirada; este no es un momento para una persona, ni siquiera es un momento para un partido.
—¿Cómo observas la campaña electoral estos días?
Creo que no nos damos cuenta de la magnitud de la crisis que estamos atravesando y la magnitud de las falencias que ha revelado esta crisis. ¿De verdad es momento de ponernos a competir en una campaña política como si fuera una elección cualquiera de un quinquenio cualquiera, cuando estamos viviendo un desastre de proporciones globales que está pegando fuertísimo a nuestro país? ¿No sería este un típico momento en el cual diríamos hacemos una coalición, nos ponemos de acuerdo para ver quiénes serían las mejores personas que puedan entrar al Congreso? Tenemos que hacer algo de manera conjunta, incluso quienes no somos los más afines. Todo el mundo cree que puede pasar a segunda vuelta porque hay una especie de laxo empate técnico. Una vez más vemos aspiraciones individuales, y no ha habido un momento de decir no, este no es el momento de cuál, de quién, este es un momento para ver qué hacemos. No hemos visto una unión de fuerzas de centro, ni de derecha ni de izquierda, lo que vemos es una atomización incomprensible. Es un grave error de lectura.
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—¿No habría sido el momento de tentar un lugar en el desierto que hay en el centro, entre izquierdas y derechas?
Habría sido hasta cierto grado una irresponsabilidad de mi parte decir “bueno, estoy en las encuestas, postularé”.
—¿Por qué?
Porque no considero que se trata de una tarea individual. Yo me siento tranquilo con mi decisión de no haber participado [en las elecciones], no me siento culpable. En una crisis de esta magnitud, tendríamos que haber abandonado la lógica personalista e incluso la partidaria, para buscar un esfuerzo de unidad más amplio. Estamos viviendo en una época en la cual se está poniendo de manifiesto que necesitamos unas tremendas dosis de cooperación, que es un elemento que no es excluyente respecto de la competencia, de la individualidad, ni excluyente respecto del mercado. No tenemos por qué pensar que esto significa convertirnos en Corea del Norte. Tenemos que reconocer un déficit colosal de capacidad de cooperar, y eso atraviesa lo público a nivel municipal, regional, global, transnacional. Necesitamos enormes dosis de liderazgos, alianzas, frentes, acuerdos.
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—¿Cómo lograrlo? ¿Percibes que se ha instalado la desinformación y la mentira -en la campaña, y en la política en general- como arma de desestabilización?
En los tiempos que estamos viviendo, extremadamente polarizados, resulta que formamos nuestra opinión de acuerdo a lo que nos convence y en contraposición a un adversario que nos parece moralmente inaceptable. Ya no estamos en épocas de concentración de la fuente de información, ya no tenemos solo dos grandes canales de televisión, y sin embargo, esta supuesta multicentralidad de la comunicación, gracias a las redes, ha terminado creando bandos gigantescos. Hay menos espacio para el diálogo, para la complejidad, para las concesiones, para el entendimiento, incluso hay menos espacio para el beneficio de la duda. Nos quedamos en un torneo de francotiradores. Es así como nos estamos dividiendo en el mundo. Puede coincidir en algunos aspectos derecha e izquierda, liberales y conservadores, laicos y religiosos, pero en otros momentos es: yo no soy ese bando, que me parece repulsivo, y es una danza recíproca. En ese contexto, se ha vuelto extremadamente fácil desinformar. Sales y dices lo que sea del otro bando y lo queremos creer. Pasó con Trump y pasa con candidatos en nuestra campaña. Hay personas que estarían dispuestas a votar por su candidato, pero que no serían socios de él de ninguna manera. En este contexto, no importa todo lo que pueda revelarse de ese candidato, ni siquiera se acepta. Y a todo esto hay que sumarle el efecto cada vez más conocido, aunque todavía creo no del todo, de las redes sociales. Nos aíslan, nos encierran en cámaras de eco.
¡Buenas tardes! Esta es la portada de Somos (desde casa)
— Revista Somos (desde casa 🏘) (@SomosElComercio) April 2, 2021
PALABRA DE SALVADOR: Telón electoral. Ex premier vuelve al teatro con drama shakespeariano sobre política y ciudadanía https://t.co/dT2ueS2QR5 pic.twitter.com/c4xNbV4XPu
—¿Podemos, como dice Cinna el poeta, dejar todo en manos de los políticos?
Es una pregunta que juega junto con otra de Cinna: ¿soy inocente porque no me involucré o soy culpable porque no me involucré? Los políticos “tradicionales”, decía Fujimori una y otra vez. Ahora escuchamos a George Forsyth hablando de los políticos “de siempre”… La pregunta es: y ¿qué tan políticos somos nosotros?
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—¿Te has cuestionado eso? Si eres un político, ¿tienes una deuda por no haberte involucrado ahora?
En los términos más estrictos, no soy un político, no soy una persona dedicada a la política, soy fundamentalmente un actor por 25 años que acaba de tener un paso por la actividad política. Sí me hago esas preguntas. Fui convocado para entrar en la actividad pública, al Ministerio de Cultura primero, y luego en la PCM, y pudiendo decir que no, dije sí. No soy una persona que se ha desentendido de las responsabilidades públicas. No he sido indiferente. Pero decidí no postular.
—En esta campaña, ¿ves alguna salida consensuada?
No se trata de quién postula, sino de cómo podemos hacer para estar mejor después de un golpazo como este. Como dice Cinna, debemos identificar nuestro tema para saber cuál es nuestro sueño. Nuestro tema es la situación de crisis profundísima que estamos viviendo. Siento que lo estamos eludiendo, como si no estuviera o como si fuera a pasar solito. Eso me parece triste en esta campaña. Hay un comportamiento en los candidatos que responde a la típica contienda electoral: atacar, deslegitimar, descalificar.
—Seguimos pensando que así se ganan las campañas.
Quizás en tiempos normales, no ahora. Por otro lado, casi ningún candidato ha despertado ilusión, y eso está bien. Este no es un momento para ilusionarnos, sino para tratar de ser lo más lúcidos posible sobre cuál es nuestra realidad y cómo deberíamos enfrentarla. //
*La versión impresa de la nota este sábado con Somos.
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