La sorpresa electoral más llamativa hasta el momento quizás haya sido la incorporación de Susana Villarán a la plancha presidencial de Daniel Urresti, el candidato del Partido Nacionalista en estos comicios. Pero eso no fue lo más desconcertante de la actitud de Villarán, sino todo lo que hizo después para justificar esta decisión a todas luces contradictoria con lo que –supuestamente– ella representa para un sector de la izquierda.
Susana, en su afán de calmar su conciencia, llegó a decir que Urresti no era autor mediato ni material del asesinato del periodista Hugo Bustíos, y lo dijo con tal convicción que recibió la respuesta inmediata de la familia Bustíos, alegando que ella no era juez para determinar la culpabilidad o inocencia de un procesado por asesinato.
Sus aliados más conspicuos, aquellos que cruzaron los brazos con ella en la campaña de la revocatoria, no tuvieron más remedio que hacer pública su desazón por tal decisión. Hicieron lo mismo que harían con cualquiera de sus ‘enemigos’: atacar concertada y orquestadamente en las redes sociales. “Triste final el de Susana Villarán”, “Vendida a la corrupción”, “De valiente pasó a echada, de honrada a comechada” son algunas de las frases que –por ejemplo–, le dedicó Claudia Cisneros, una de sus más furibundas defensoras durante su gestión como alcaldesa de Lima.
Más allá de las críticas y la decepción que esta acción ha provocado en los seguidores de Villarán, no queda más que agradecer que, finalmente, la ex alcaldesa de Lima se haya mostrado tal como es: aquí no ha habido cambio alguno. Ella siempre ha sido así. Susana quizás estaba segura de que colocando la bandera de la decencia por delante, sus seguidores iban a justificar su decisión y echar mano del doble rasero del que ella está haciendo gala.
Quizás Villarán pensó que su “superioridad moral” era suficiente. No podemos olvidar ahora que para ella y su comparsa todo aquel que se atreviera a criticarla, a pensar diferente y a exigirle cuentas claras o a insinuar algún atisbo de corrupción en su gestión, era un “inmoral”, “corrupto”, “machista”. Antes de Villarán todo fue corrupción, porque ella siempre fue la opción de la “decencia”.
“Tengo una manera de hacer política que es bien diferente. Yo no creo que haya que pisar principios para hacer política y tener éxito. El éxito no se da a cualquier costo en mi caso personal”. Esto dijo Villarán en una entrevista a la revista “Ideele” en plena campaña de la revocatoria.
“Dime de qué presumes y te diré de qué careces”, reza el dicho popular, y Susana ha hecho suyas estas premonitorias declaraciones: sí, ha pisado sus principios, y sí, está pagando un alto costo al justificar su presencia en esta plancha designada por Nadine Heredia. Quizás ahora finalmente podamos comprender el porqué de su eufórica defensa a la primera dama cuando el contenido de sus agendas la ponía en aprietos.
Gracias, Susana Villarán, quienes criticamos su gestión y su manera de hacer política no estábamos equivocados. Gracias porque finalmente se mostró como es y se quitó la máscara de su forzada sonrisa. ¡Gracias!
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