ÓSCAR BERMEO OCAÑA
Desde Buenos Aires
En medio de la expectativa por conocer su visión de la agitada coyuntura argentina, Álvaro Vargas Llosa se dio tiempo para opinar del debate público originado por las últimas declaraciones de su padre en el Perú. El Nobel anunció la semana pasada que hará campaña para evitar que en el 2016 Keiko Fujimori sea elegida presidenta.
—¿Qué comentarios le suscita estas declaraciones?
Dos cosas muy breves: esa fue una frase fugaz en medio de una entrevista de una hora donde casi no se habló del Perú. Que en el país le hayan dado una importancia desproporcionada, quiere decir que el debate político local está muy aburrido. En segundo lugar, habrá momento de hablar de eso en dos años, cuando sea momento de las elecciones. Es un poco prematuro.
—El fujimorismo criticó los dichos y cuestionó su pertinencia…
Me parece siempre apropiado que una persona sea coherente con lo que piensa y que diga hoy lo mismo que dijo ayer, y que lo diga otra vez mañana. Eso es lo lógico de una persona que ejerce la moral pública. Lo que no estoy tan seguro es darle esa notoriedad cuando, en este momento, hay cosas más urgentes como la campaña electoral.
—Entonces, cuando dice que el debate político está aburrido alude a las próximas elecciones municipales y regionales…
Eso tendrán que decirlo los electores. Pero, en términos generales, no es la campaña más excitante del mundo. Es una campaña, en comparación con otras del pasado, con menos debate público, con menos discusión. Además, en el caso de Lima, el hecho que haya una candidatura con una ventaja importante le ha quitado un poco de intensidad a la campaña.
—En la campaña electoral limeña las sospechas y acusaciones de corrupción se volvieron a hacer presentes, sin embargo parecen no haber afectado las preferencias de los electores.
Quiero creer que el Perú ha aprendido, por la traumática historia reciente, lo importante que es no divorciar la política de la ética. No es una referencia sobre una candidatura particular, es una referencia general. La ética debe formar parte esencial de la discusión, antes de una elección y después de una elección en términos de vigilancia.
—El lanzamiento de “Últimas noticias del nuevo idiota iberoamericano” se da 18 años después del inicio de la saga. ¿Cuánto ha cambiado el panorama de la región en estas dos décadas?
Es el tercero y espero que sea el último. Si alguien hubiese pensado 18 años atrás que en el 2014 tendríamos que publicar un tercer libro sobre el ‘idiota’ lo habría tomado por loco. Yo estaba convencido de que la región estaba enrumbada a la sensatez política. Si subsistía la ‘idiotez’ sería marginal, pero que no tendría un rol tan protagónico. Pero bueno, esa es la realidad. En este congreso hemos escuchado a María Corina Machado y Jorge Lanata sobre lo que pasa en Venezuela y Argentina. Eso lo que prueba es que el combate contra la idiotez política es más urgente que nunca. Hemos tenido que volver a la carga para exponer ante los lectores las razones que están detrás de estos regímenes autoritarios, las ideas que están detrás de estos modelos fracasados. El fracaso venezolano ya no se puede ocultar. A pesar de que el precio del petróleo subió desde que asumió Chávez, se está vendiendo mucho menos. Es un régimen que, a pesar de que ingresa mucho dinero a la caja fiscal, está pasando por unos desequilibrios enormes. En nombre de, se supone, la justicia social ha llevado la pobreza a lugares donde no la había.
—En el libro cuestionan lo que ustedes llaman el socialismo del siglo XXI. A su parecer, ¿cómo debería ser una izquierda moderna?
Creo que tiene que despojarse del mito que la democracia formal es un obstáculo o un impedimento; tiene que despojarse de esta práctica nociva de que quien ejerce el poder debe despreciar a las instituciones y usar atajos para llegar a los resultados que quiere. Es decir, saltar encima de las instituciones en comunicación directa con el pueblo conduce a la dictadura; tiene que despojarse del mito que el mercado y los intercambios voluntarios y libres en la economía son formas de abuso. El abuso lo constituye más bien el estatismo. Y despojarse de la idea de que la responsabilidad principal de nuestros problemas la tienen las potencias extranjeras. El camino a la prosperidad es una decisión que puede tomar cualquier país.