Estarán cansados de oír un bonito concepto esgrimirse de fea manera: el voto de conciencia. Nació para honrar a la fe religiosa y a las más profundas convicciones, pero se ha convertido en un mero ‘votaré por lo que me dé la gana’ traicionando pactos y decisiones internas, como si de aquellas no estuviera hecha la política.
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Por cierto, la libertad del voto de cada congresista está reconocida en el artículo 93 de la Constitución: “Los congresistas representan a la nación. No están sujetos a mandato imperativo ni a interpelación. No son responsables ante autoridad ni órgano jurisdiccional alguno por las opiniones y votos que emitan”.
Es común que varios congresistas, cuando se les cuestiona porqué no respetan los acuerdos de su bancada citen ese artículo. Sin embargo, la referencia al ‘mandato imperativo’ no parte de una lógica contraria a la disciplina y a la negociación de acuerdos políticos. Deriva, más bien, de una tradición liberal que estima que el congresista representa a sus electores (‘la nación’) antes que a sus líderes que, en circunstancias excepcionales, podrían ser cooptados por una voluntad dictatorial.
El artículo 93 ha sido desnaturalizado por quienes lo invocan por móviles que pueden ser turbios y absolutamente ajenos a sus electores. Tras los escándalos de transfuguismo en el 2000, con vladivideos que pillaron a congresistas pagados por Montesinos para traicionar a sus bancadas, el congresista del FIM, Manuel Bustamante, planteó en el 2002 un proyecto de reforma constitucional que incluía la eliminación de esa frase que no existe en otras constituciones.
Fin de la digresión constitucional. Poco a poco, el concepto de voto de conciencia pasó de los asuntos de fe a otros en los que el congresista disciplinado no debiera tener reparos en votar por lo acordado, pues no estaría traicionando sus principios. Dar un voto de investidura al gabinete, elegir una lista para la mesa directiva y hasta vacar a un presidente; no debiera provocar fisuras internas pues son precisamente esos asuntos sobre los que conviene llegar a acuerdos para no tener en vilo a un país ni llevarse sorpresas que desubican a los propios actores. Y si las hay, fruto de convicciones en torno a la ideología y maneras de encarar la política y la corrupción, estas deben conocerse de antemano. Por ejemplo, la votación pro vacancia del Frente Amplio, de la que se sabía días antes que dos congresistas disentían (Rocío Silva Santisteban y la actual presidenta del Congreso, Mirtha Vásquez), sí fue previsible.
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‘Antes de la decisión, discusión; después de la decisión, unidad’; sigue siendo el principio bajo el cual la política se ordena y se torna predecible en un grado razonable. El estado, la opinión pública o los lobbies que buscan, legítimamente, influir en una ley, saben a qué atenerse cuando las bancadas toman decisiones uniformes. En el parlamento de EE.UU., por ejemplo, las decisiones se prevén con anterioridad, y si las bancadas demócrata o republicana votan divididas, se conocen sus bloques y se predicen sus votos.
Pero la descomposición de nuestros partidos ha traído indisciplina e impredictibilidad en dos saltos al vacío: El primero es el de las bancadas que no hacen caso a sus dirigencias partidarias, el segundo es de los congresistas que no hacen caso a sus portavoces. Resultado: los líderes de los partidos se devalúan ante el Ejecutivo y ante sus rivales cuando quieren concertar respaldos y acuerdos; los portavoces son burlados por los congresistas que votan por donde les sople el viento.
La vacancia de Martín Vizcarra el pasado lunes 9 de noviembre fue una sorpresa que resultó de esa indisciplina de dos fases. Los congresistas sabían que podía suceder pero no estaban seguros de que sucedería, por eso le fueron dando largas al tema desde que presentaron la segunda moción el 20 de octubre.
Hablé con distintos congresistas los días previos al 9 y ninguno sabía qué pasaría. Hubo mucha emotividad y, al inicio de la votación, signos de esa doble indisciplina que se contagió hacia otros que quizá no hubieran avalado la vacancia. De ahí que, mientras que muchos cálculos que hicimos en la prensa apuntaban a que se salvaría Vizcarra, al final tuvo 105 votos en su contra, 18 más que los necesarios.
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Rompan filas, siempre
Cada partido mata estas pulgas como puede. El caso extremo de indisciplina es Acción Popular (AP). Los dirigentes nacionales, incluyendo al presidente del partido Mesías Guevara, admiten y tuitean a los cuatro vientos, que la bancada no representa al partido, que hace lo que quiere y vota peor.
Yonhy Lescano, su colega en el CEN y ahora candidato favorito a ganar en las internas (tras la renuncia de Alfredo Barnechea), tiene más arrastre que Guevara y advierte que los ‘lescanistas’ de la bancada, votan de distinta forma y él no tiene cómo influir en ello.
El vocero principal Otto Guibovich, ha explicado muchas veces que la bancada ha acordado esta forma de operar, privilegiando el voto de conciencia en prácticamente todos los casos. Lo mismo me ha dicho cada congresista cuando le pregunto por esa extrema liberalidad acciopopulista.
Estas explicaciones, sobre todo en boca de Guibovich, un general en retiro formado en la disciplina militar, suenan a una rendición ante la evidencia, a una orden a romper filas antes de que las rompan a su pesar.
El resultado de la ingobernabilidad e impredictibilidad extrema de AP, hizo que no supieran ni pudieran calcular la ocurrencia y el desastre de la aventura presidencial de su correligionario Manuel Merino. He preguntado a autoridades de gobierno y voceros de otras bancadas y suele haber una suerte de suspiro común -’bueno, con AP para qué hablar’- dando a entender que prefieren ahorrarse negociaciones con una bancada que tiene distintos grupos y congresistas aislados. A la ronda de diálogo de Francisco Sagasti, fueron solos el vocero Guibovich y la vocera alterna Yessy Fabián, confirmando el divorcio con la dirigencia partidaria.
El caso de Alianza Para el Progreso (APP) es muy distinto, pero no menos dramático. El liderazgo de César Acuña es claramente identificable, a diferencia del caos y la microcefalia de AP. Incluso, el poder económico de Acuña es un factor que juega a favor de la disciplina, pues la bancada lo tiene o lo presume como fuente de recursos de campaña.
A pesar de todo esto, la indisciplina frente a la posición públicamente por Acuña respecto a no vacar en un tuit del 31 de octubre, ha marcado al partido.
Nuestra prioridad es la estabilidad del Perú. No apoyaremos ningún proceso de vacancia y estaremos vigilantes para que se respete el cronograma de las Elecciones Generales 2021.
— César Acuña Peralta (@CesarAcunaP) October 31, 2020
Por #UnCambioConRumbo.
Lee la entrevista completa aquí:https://t.co/sd3rI7fRYA pic.twitter.com/gFGf1pCOFJ
Acuña había dado a entender en ese tuit y a Martín Vizcarra, según declaración de este, que sus 22 votos (ahora mermados tras la salida temporal de Fernando Meléndez y la renuncia de Carmen Omonte), irían en contra de la vacancia. Pero a última hora, según confesión de Acuña, la bancada le dijo que cambiaría de opinión.
Según me lo aseguran fuentes ligadas a APP, el congresista Fernando Meléndez, entonces vocero, le dijo que 18 de los 22 votarían por vacar. Al final fueron 20, incluyendo a Luis Valdez, secretario ejecutivo nacional del partido que tiene una relación muy estrecha, casi filial, con Acuña.
Tras la hecatombe que ello significó para la imagen del líder, escarnecida en las pancartas de las protestas, uno se pregunta el porqué de la indisciplina. Dos posibles factores son el apetito por controlar el Congreso, pues Valdez quedó presidiendo la mesa directiva; y la mirada corta de congresistas que no pueden elegirse y pensaron, sin calibrarlos, en los réditos inmediatos de ser parte de una coalición que se tumbe a un presidente al que tenían razones para odiar.
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Ahora, la imagen que se esfuerza por proyectar Acuña y la cúpula apepista, es la de haber cortado cabezas en pos de una nueva disciplina. Valdez, como se sabe, se inhibió de la presidencia del Congreso para dar paso a la transición de Sagasti. El vocero Meléndez –para suerte del partido, ironiza un apepista- fue pillado relajándose en una fiesta loretana y eso le valió una sanción que les ahorró apartarlo de otra forma.
Carmen Omonte, candidata a 2da vicepresidenta en la plancha, otra visible vacadora junto a Omar Chehade, renunció a la bancada mas no al partido. En la ronda de diálogo con Sagasti, Acuña fue solo con el nuevo portavoz César Combina, como dando a entender que el vínculo líder, partido y bancada se ha remozado y gozará de buena salud al menos hasta la investidura del gabinete Bermúdez.
Se lo trajo abajo
Si hoy la indisciplina de bancada se ha traído abajo a un presidente, el año pasado se trajo abajo a su propia matriz, al Congreso. Muchos creían que Rosa Bartra, presidenta de la estratégica Comisión de Constitución, era la encarnación orgánica del obstruccionismo de Fuerza Popular (FP) y la ejecutora de las decisiones férreas tomadas por Keiko Fujimori. Cuando la oían invocar el artículo 93 sobre el mandato imperativo y jactarse de que nadie le decía cómo votar, muchos creían que mentía.
Rosa Bartra decía la verdad, al menos en ese extremo. Su posición era incólume y empezó por no dar su brazo a torcer ante la dirigencia. Mientras Luis Galarreta, principal dirigente del partido luego de Keiko, negociaba con el primer ministro Salvador del Solar una salida a la insostenible tensión entre poderes tras la presentación del proyecto de adelanto de elecciones; ella y otros fujimoristas que la secundaban, archivaron ese proyecto en la Comisión de Constitución. 4 días después, el 30 de setiembre del 2019, Vizcarra disolvió el Congreso.
Este episodio del año pasado, con un fin tan tremendista, muestra que la intransigencia de los congresistas que justifican su indisciplina invocando la Constitución como si esta descartara los acuerdos políticos; es tremendamente destructiva.
El Partido Morado (PM), debutando electoralmente en este Congreso y votando uniformemente en la mayoría de casos (Carolina Lizárraga sí se desmarcó en algunos casos, y ello fue el inicio público de su antagonismo con Julio Guzmán) ha sido el principal beneficiario de la indisciplina ajena. Tuvo la reserva de congresistas, encabezada por Julio Guzmán, para suceder a Manuel Merino.
Al revés, Podemos, que obtuvo su inscripción poco antes que el PM y debutó en las últimas elecciones municipales, ha quedado marcado para mal: su candidato presidencial, Daniel Urresti, se jacta de discrepar con su bancada, y el fundador del partido, José Luna Gálvez, junto a su hijo, el congresista José Luna Morales, llevan tal estigma de su empresa judicializada, Telesup; que hace pensar que la bancada tiende al desbande. Lo mismo se podría decir de la de UPP, liderada por el principal promotor de la vacancia, José Vega Antonio, que ha sufrido bajas antes y después de la caída de Merino.
Somos Perú, bancada que empezó con sus 11 integrantes votando con sorprendente uniformidad, ha terminado desgajada en dos. El Frepap tiene, ahora, la bancada más cohesionada. Ello no le viene de la política sino de la fé.
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